Sabiduría, conocimientos, inteligencia y elegancia: Janet Currie & Claudia Goldin

Por Zelda Brutti, Daniel Montolio, Judit Vall y Javier Vázquez

Junio es, tradicionalmente, un mes lleno de conferencias y workshops para la mayoría de los académicos, actividades que se suman al resto de tareas que normalmente tenemos encomendadas. A pesar de ello, no queríamos dejar pasar la ocasión de compartir con los lectores de Nada es Gratis un breve resumen de los principales elementos que dos de las grandes de nuestra profesión nos explicaron en las dos ponencias invitadas al “Workshop on Public Policies: Gender and Health”, que realizamos en el IEB durante los días 1 y 2 de Junio. Nótese que sin una versión online del evento, como la que hemos organizado este año, difícilmente alguna de las dos excelentes keynotes hubiese aceptado nuestra invitación al workshop. Sin embargo, este formato facilitó la captación de dos de las investigadoras y divulgadoras más relevantes en el mundo académico en las áreas de la economía del género y la salud; Janet Currie (Princeton University) y Claudia Goldin (Harvard University).

Janet Currie en su ponencia titulada “Gender and Mortality”, nos presentaba evidencia de que las mujeres viven entre 6 y 9 años más que los hombres en la mayoría de países. Esa brecha de género en la mortalidad se ha estudiado ampliamente en la literatura, documentándose que las mujeres tienen una mortalidad inferior en la infancia y superior a los hombres entre los 10 y 45 años de edad, en parte explicada porque las condiciones de vida afectan de forma más acentuada la propensión a las enfermedades por parte de las mujeres, además de los consabidos riesgos de la maternidad.

La explicación de este gap ha alimentado el ya tradicional debate “nature vs nurture” para entender si se deben a factores biológicos o de comportamiento. Janet nos contaba que hay base científica para ambas explicaciones (por ejemplo, los estrógenos proporcionan protección frente a enfermedades cardiovasculares) pero los rápidos cambios observados en el “mortality gap” sugieren que hay otros factores, no biológicos, que lo pueden influir.

Así pues, Janet, después de caracterizar de forma precisa las diferencias en mortalidad por géneros, nos señaló las políticas públicas más importantes para entender la evolución reciente de dicha brecha, especialmente en Estados Unidos. La mayoría eran políticas de salud pública como por ejemplo la expansión del programa de salud público Medicaid a mujeres embarazadas y niños, las políticas públicas de lucha contra el tabaquismo o los recursos destinados a la lucha contra el VIH y el cáncer. Además, señaló que políticas regulatorias que se han llevado a cabo en Estados Unidos para evitar los accidentes laborales o las políticas destinadas a reducir los homicidios, han influido especialmente en la mortalidad de los hombres, afectando la evolución de la brecha de mortalidad observada entre hombres y mujeres.

Janet comentaba que el margen de actuación pública para afectar la brecha de género en la mortalidad es amplio. A modo de ejemplo, mencionaba que la afectación del “mortality gap” puede darse a través de políticas medioambientales que disminuyan las enfermedades respiratorias. Pero también nos avisaba que algunas políticas públicas pueden tener el impacto contrario, como por ejemplo, la laxa legislación americana sobre la prescripción y uso de los opioides.

El segundo día de Workshop, Claudia Goldin, en su ponencia titulada “Gender Economics in the Time of COVID”, se centraba en la observación de que en la prensa se ha magnificado el impacto de la pandemia en el desempeño laboral de las mujeres y que, aunque si bien ha sido un colectivo más afectado que el los hombres, existen otras características individuales que han jugado un papel más relevante en la determinación de los efectos laborales de la pandemia, como la educación, la composición del hogar y/o la etnia. Además, el período de comparación pre-pandemia que se utilice para calcular los efectos resulta especialmente importante y puede conducir a resultados y conclusiones sustancialmente diferentes.

Claudia comenzaba la presentación repasando varios titulares de la prensa sobre las mujeres y la pandemia y, aportando evidencia sobre cada uno de ellos, acabo la presentación con los mismos titulares y su conclusión personal sobre la realidad de cada uno de ellos. El primer titular sugería que el impacto económico causado por la pandemia ha resultado ser una “recesión femenina” (o, en sus palabras, una “she-cession”). Aquí Claudia nos explicó que, si comparamos la participación laboral de hombres y mujeres en cada uno de los meses de 2020 respecto al dato de enero de 2020, se observa un efecto sustancialmente mayor para las mujeres que para los hombres. En cambio, si comparamos cada mes de 2020 respecto al mismo mes de 2019, las diferencias entre sexos son mucho menores. Sin duda, esto se debe a la elevada estacionalidad de los datos de participación laboral en el caso de los Estados Unidos. También nos explicaba que las diferencias más sustanciales se encuentran comparando la participación laboral de las personas con o sin educación superior para ambos sexos.

Un segundo titular se centraba en que las madres trabajadoras han multiplicado por dos el tiempo que dedican al cuidado de sus hijos durante la pandemia (excluyendo las tareas domésticas). Claudia nos mostró datos que aportan evidencia de que este titular es relativamente acertado pero que, en las familias en las que el padre está presente y ejerce sus tareas como progenitor, la proporción del tiempo que el padre y la madre dedican al cuidado de los niños se ha mantenido relativamente estable durante la pandemia (o incluso, dependiendo del periodo, se ha reducido ligeramente para el caso de las mujeres).

En tercer lugar, nos enseñaba un titular que planteaba que la participación femenina se había desplomado a niveles de 1988. Implícito en el titular parece venir que la participación laboral de las mujeres había sido mucho más elevada en los años pre-pandemia. Sin embargo, esto no se ajusta a la realidad, ya que después de haber experimentado un crecimiento importante en las décadas del 70 y 80, la participación laboral femenina permaneció relativamente estable desde finales de la década de 1980 hasta inicios del 2020.

Finalmente, destacó una noticia que titulaba que una de cada tres madres trabajadoras se puede ver forzada a trabajar menos horas o a dejar su empleo a causa del aumento de las tareas familiares provocado por la pandemia. Sobre este punto, Claudia argumentó que este porcentaje resulta una sobre-estimación del efecto real sobre las madres trabajadoras y que el estrés que sufren estas madres se genera, precisamente, porque no dejan su empleo ni están dispuestas a trabajar menos horas (evitando las consecuencias negativas en términos de promoción laboral de estas dos opciones).

Claudia Goldin sí defiende que el impacto laboral ha sido mayor en las mujeres que en los hombres, pero no en la magnitud que se ha publicado en algunos titulares de la prensa y que, además, los efectos han sido más pronunciados por personas con menores niveles de educación. Además, sí es cierto que algunos grupos de mujeres, como las madres solteras trabajadoras o las mujeres afroamericanas, han estado sujetas a pérdidas de empleo muy superiores a las del resto de grupos poblacionales.

Mas allá de sus conclusiones, las presentaciones de Janet Currie y Claudia Goldin han representado un testimonio sobre la importancia de difundir análisis estadísticos ejecutados con rigor y correctamente enfocados, en la misión de contribuir al debate mediático, especialmente, en tiempos exigentes como los que estamos atravesando.