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Sobre brechas (y no son las de género)

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Las diferencias de la situación laboral y de los salarios entre varones y mujeres han recibido una atención prioritaria en este blog. Y, aunque todavía son significativas, se han reducido considerablemente; en mayor medida, durante la crisis. Por el contrario, hay otra brecha que no ha hecho más que agrandarse y que no recibe tanta atención en ámbitos académicos, ni parece preocupar mucho en los debates sobre políticas económicas y sociales. Se trata de la brecha intergeneracional que se origina, fundamentalmente, en el elevado paro juvenil, la caída de los salarios relativos de los trabajadores con menor edad y en la concentración de transferencias sociales en grupos de edad más avanzados. Y aunque se trata de un fenómeno que afecta a muchos países (ver, por ejemplo, aquí y aquí), en España es especialmente grave.

La situación laboral de los jóvenes,….

Hay dos tipos de razones por las que la tasa de paro juvenil es más alta que la de los trabajadores de mayor edad. Unas (fisiológicas”) se deben a que los jóvenes sufren un desempleo friccional más elevado porque la transición entre el sistema educativo y el mercado de trabajo requiere tiempo hasta que se encuentra un primer empleo significativo y porque los primeros empleos suelen tener una duración más corta. Por ello, como se observa en el siguiente cuadro, el paro juvenil es siempre mayor y aumenta más durante las recesiones.

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u_gapsu_gapsEl segundo tipo de razones (“patológicas”) son el resultado de instituciones laborales que afectan de forma diferente a trabajadores de distintas características. Dada la mayor rotación laboral de los jóvenes, son las instituciones laborales que afectan a la contratación y al despido las que adquieren mayor relevancia a la hora de explicar la brecha intergeneracional de desempleo. No resulta extraño, pues, que sean los países con una legislación sobre protección al empleo más dual/discriminatoria, por la mayor incidencia de la contratación temporal, o donde existen barreras a la entrada en el primer empleo (por ejemplo, salarios mínimos sin distinción por edad), los que registren tasas de paro juvenil más altas (ver, por ejemplo, la situación de España, Italia y Grecia en los gráficos siguientes). Que el aumento de esta brecha haya sido también mayor durante la crisis en estos países confirma (como se analiza aquí) que el problema del paro juvenil es ahora algo más que el resultado de fricciones “fisiológicas” asociadas a las fluctuaciones cíclicas. Y es especialmente grave porque si hay algo que deja cicatrices permanentes en la carrera profesional de una persona es la sucesión de periodos de desempleo y empleo precario al inicio de su vida laboral.

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Existen políticas de empleo diseñadas específicamente para combatir el paro juvenil. Suelen centrarse en programas de formación y de inserción laboral, pero no atacan la raíz del problema (instituciones laborales discriminatorias). No es pues extraño que su grado de eficacia haya sido, si acaso, limitado.

sus ganancias salariales y rentas…

También es hasta cierto punto natural que las ganancias salariales de los jóvenes sean menores que los de la población de mayor edad. En primer lugar, por su mayor rotación laboral y porque muchos de ellos entran en el mercado de trabajo mientras siguen realizando actividades formativas, suelen trabajar menos horas. En segundo lugar, por su menor experiencia laboral, sus salarios por hora trabajada también son más bajos. Lo que resulta especialmente chocante es el derrumbe notable que han sufrido los salarios de los jóvenes durante los últimos años. En cuanto a las retribuciones salariales anuales por asalariado registradas por la Agencia Tributaria, en conjunto disminuyeron un 1,85% entre 2008 y 2015. Pero la caída superó el 25% en el caso de los trabajadores más jóvenes y de casi el 15% en el de los de edades comprendidas entre 26 y 35 años (ver cuadro siguiente). Este fenómeno tampoco es ajeno a la peculiar configuración institucional del mercado de trabajo español que ha favorecido que el ajuste salarial se hiciera fundamentalmente mediante la caída de los salarios de los nuevos empleos y, en mucha menor medida, por la de las retribuciones de los trabajadores que han permanecido en su puesto de trabajo.

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Una historia parecida cuentan los datos sobre rentas de familias que proporciona la Encuesta de Condiciones de Vida y Trabajo del INE. Como se observa en el cuadro siguiente, entre 2008 y 2016 la pérdida de renta ha sido especialmente acusada entre la población joven mientras que para los mayores de 65 años se ha registrado un aumento del 14%.

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y sus transferencias sociales (en particular, sus pensiones futuras)

Las políticas sociales de sustitución de rentas (prestaciones por desempleo, incapacidad laboral y pensiones de jubilación, entre otras), al estar basadas fundamentalmente en un criterio contributivo (esto es, por requerir un periodo previo de empleo con alta y contribución a la Seguridad Social), generan transferencias sociales que van fundamentalmente dirigidas a las personas de mayor edad. Como se puede ver en los gráficos siguientes, en España, según datos de Eurostat, el porcentaje de población con rentas inferiores al 60% de la mediana de la distribución de rentas después de transferencias sociales (que Eurostat identifica con la población en riesgo de pobreza monetaria) es notablemente superior entre los jóvenes. Además, el impacto de dichas transferencias (excluidas las pensiones) en la reducción del riesgo de pobreza es mucho mayor entre los mayores (55-64 años). La comparación con la EU28 también sugiere que en España las transferencias sociales se dirigen a la población de mayor edad en mayor medida que en otros países.

2graphsCon todo, la principal razón por la cual la brecha intergeneracional seguirá ampliándose hay que buscarla en las pensiones futuras. Por razones demográficas (que se han explicado en este blog numerosas veces, la más reciente, aquí), resulta incontestable que la tasa de sustitución de las pensiones publicas tendrá que reducirse. De hecho, incluso los que (falazmente) niegan tal necesidad proponen medidas (por ejemplo, la limitación en el crecimiento de la pensión máxima) que tienen tal resultado. Así pues, la única discusión pertinente es sobre cómo ha de distribuirse la reducción de la tasa de sustitución de las pensiones públicas dentro de cada generación y entre generaciones. Por ahora, en esta discusión los jóvenes siguen perdiendo por goleada. Y si ellos pierden, todos perderemos.