por Olga Cantó y Juan F. Jimeno
La distribución de la renta y la riqueza está en el primer plano del debate político. La evolución de la desigualdad se ha convertido en un indicador importante para valorar la situación económica y las propuestas de reforma. Organismos internacionales encargados de promover el desarrollo económico, como la OCDE y el FMI, dedican cada vez más atención a este problema. Entre la opinión pública es igualmente un tema de especial preocupación: un 92% de los españoles considera que hay “mucha o bastante” desigualdad económica. No resulta pues extraño que el principal tema de uno de los libros de economía más vendidos en los últimos años (El capital en el siglo XXI de Thomas Piketty) sea la evolución de la distribución de la renta y de la riqueza.
Por excesiva juventud, escaso conocimiento de la literatura económica u otras razones más misteriosas, hay quién piensa que la preocupación de los economistas por la desigualdad empieza con el best-seller de Piketty. Sin embargo, hasta hace unos pocos días, Anthony Barnes Atkinson, era el ejemplo vivo más relevante de un brillante economista que daba prioridad al análisis de cuestiones distributivas. En la primera parte de su reciente libro “Desigualdad ¿Qué podemos hacer?” nos recuerda que la preocupación por la distribución existía ya en el siglo XIX, en trabajos de Thomas Malthus y de David Ricardo, y que a principios del siglo XX la Royal Economic Society seleccionó un artículo de Hugh Dalton sobre la medición de la desigualdad como uno de los más relevantes de la época. Y desde finales de los años sesenta, él mismo estuvo vitalmente preocupado por la justicia social y por el diseño de políticas públicas adecuadas para reducir la desigualdad económica. Sin sus trabajos (con J.E. Stiglitz) sobre imposición óptima, sin su impulso a favor del uso de medidas de pobreza relativas y modelos de microsimulación de impuestos y prestaciones, y particularmente, sin su incansable trabajo en la recopilación de datos históricos de distribución de renta y riqueza y en la construcción de bases de datos (LIS Database o World Wealth and Income Database) que permitan analizar lo sucedido para entender lo que puede suceder, la Economía del Bienestar y la Economía Pública no hubieran adquirido la importancia que hoy tienen (ni seguramente tampoco Piketty hubiera podido escribir su libro).
Tony Atkinson obtuvo muchos de los principales reconocimientos que puede alcanzar un economista académico: autor de más de 350 publicaciones en revistas académicas de primer nivel y más de cuarenta libros en editoriales de prestigio, editor del Journal of Public Economics durante más de 25 años, y de dos Handbooks clave en el análisis de la distribución de la renta y de la riqueza (junto con François Bourguignon), poseedor de títulos honoríficos de numerosas universidades, Fellow del Nuffield College de Oxford del que fue director durante más de un decenio, Centennial Professor en la London School of Economics, Fellow y Presidente de las principales asociaciones científicas. También participó en comisiones nombradas por Gobiernos y organismos internacionales para informar y fundamentar las políticas públicas relacionadas con sus temas de investigación. Además de todo lo anterior, Tony Atkinson fue un hombre muy generoso y afable que demostró gran capacidad para formar estudiantes y doctores y una voluntad decidida para construir grupos estables de trabajo en instituciones internacionales, como, por ejemplo, el reciente Institute for New Economic Thinking at the Oxford Martin School, (INET - Oxford) donde era Senior Research Fellow.
No sería posible describir lo que Tony Atkinson ha representado para la ciencia económica en una entrada, incluso en una doble como ésta (otros intentos aquí, aquí, aquí, aquí, aquí y en los recientes obituarios del Financial Times y del New York Times). En esta primera parte, nos limitaremos a describir someramente su visión de la ciencia económica sobre la que construyó las bases de la Economía Pública moderna. En una segunda parte (que aparecerá mañana) nos referiremos a su investigación sobre la desigualdad y la pobreza y a sus recomendaciones para reducirlas.
La economía como una ciencia moral
Formado como economista en la Universidad de Cambridge bajo la influencia (indirecta) de John Maynard Keynes y (directa) de James Meade (su mentor), Tony Atkinson creía firmemente que la función principal del economista es ayudar a construir una sociedad y un orden internacional mejores. Para ello, tras unos primeros escarceos con la teoría del crecimiento económico, quizá motivados por las clases que recibió de Robert Solow en MIT a finales de los años sesenta, eligió la pobreza y la desigualdad como las principales lacras sociales que combatiría. Y lo hizo durante más de cuatro décadas.
Hay dos razones por las que los economistas sostienen puntos de vista diferentes. Una es que no están de acuerdo sobre cómo funciona la economía. La segunda, más frecuente, es que no comparten los criterios que deben ser utilizados a la hora de valorar el comportamiento económico. Tony Atkinson creía que considerar criterios alternativos de bienestar, haciendo explícitos los juicios de valor que se utilicen para evaluar cualquier medida económica, proporciona un mejor conocimiento de las ventajas e inconvenientes de las políticas propuestas para resolver problemas sociales: “…examination of the foundations for welfare statements can help us think constructively, and extract new insights, about key policy issues today”. Por ello, siempre impulsó que el análisis económico se preocupara por examinar las consecuencias de posiciones éticas alternativas, que las diferencias en “capacidades individuales” fueran tenidas en cuenta en la medición del comportamiento económico y, en definitiva, que la Economía del Bienestar se convirtiera en una pieza central de nuestra disciplina.
En uno de sus artículos, publicado en 2009, ilustra esta posición mediante un sencillo ejemplo (ver figura). Los ejes miden las utilidades/capacidades de dos individuos. La línea sólida (45 grados) representa las soluciones igualitarias. Dado el contexto económico y otras restricciones, hay una “frontera de posibilidades” de utilidad que representa cuál es el máximo bienestar que pueden obtener ambos en conjunto, y, por tanto, el conjunto de soluciones potencialmente “óptimas”. Si nos centramos en la "solución igualitaria” (alguno de los puntos en la línea de 45 grados) no podemos representar los problemas económicos más relevantes, en los que siempre tenemos un reparto desigual de beneficios y pérdidas. Si estamos a la izquierda de la frontera podemos mejorar a ambos, pero una vez llegamos a ella debemos valorar ganancias de alguien frente a pérdidas de otros. Si elegimos la "solución utilitarista” (Bentham en la figura), algo que según Atkinson ocurre con excesiva frecuencia en el análisis económico convencional de nuestros días, ignoramos cuestiones distributivas (aunque si la utilidad marginal es decreciente con la renta, el utilitarismo también promovería la igualdad). Una alternativa para tener explícitamente en cuenta la distribución sería buscar soluciones que maximicen el bienestar de la persona menos favorecida (Rawls en la figura), pero esto tampoco conduce a soluciones necesariamente “igualitarias”. Por otra parte, también podríamos reducir la desigualdad limitando la utilidad/capacidad de la persona más favorecida a estar por encima de la línea discontinua gruesa, lo que nos llevaría a una situación que se suele identificar con la “solución socialdemócrata”.
Figura
En definitiva, para Tony Atkinson una “política” es óptima o no en función del criterio de justicia social que se considere más oportuno y cuál sea este lleva a priorizar la actuación sobre unas determinadas relaciones económicas, y no otras: “Economics is not only a moral but also a very relevant science.”
Lecciones sobre Economía Pública
Tony Atkinson es uno de los fundadores de la Economía Pública moderna. Su libro de texto, Lectures on Public Economics, escrito conjuntamente con Joseph E. Stiglitz en 1980 y reeditado en 2015, sigue siendo la principal referencia para los que necesiten aprender sobre las consecuencias económicas y sociales de actividades del sector público, en particular, la imposición, el gasto público y su participación en la producción de bienes y servicios. Y como sus autores aclaran en la introducción, hay muchas razones que justifican tal aprendizaje:
“even if we accept the basic theorem on the efficiency of the competitive economy as a valuable reference point, there remain important reasons for government intervention. These may be summarized under the following headings: (1) distribution, (2) failure of perfect competition, (3) absence of futures and insurance markets, (4) failure to attain full equilibrium, (5) externalities, (6) public goods, and (7) merit wants.”
La principal motivación de Tony Atkinson por las consecuencias de las actividades del sector público fue la fundamentación de medidas eficientes de política económica que redujeran la desigualdad y la pobreza. Cuando nos dejó el primer día de 2017 estaba implicado en dos grandes proyectos, uno dirigiendo la Comisión del Banco Mundial sobre pobreza global y otro sobre la distribución de la riqueza en su país (Distribution of Wealth in the UK). En la segunda parte de esta entrada destacaremos los principales logros de su tenaz lucha contra la desigualdad.