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El futuro ya no es lo que era (tampoco en Bruselas)

NEG5

El orden económico y social está experimentando mutaciones profundas. Tenemos la incómoda sensación de que nos movemos hacia territorios insospechados. No es por culpa de Trump, ni de Brexit, ni otras manifestaciones del ascenso del populismo contrario a la globalización. Estos solo son síntomas (malignos) de las preocupaciones de mucha gente sobre las consecuencias de transformaciones estructurales asociadas a los cambios demográficos, las nuevas características del progreso tecnológico, impulsado por la robótica y la inteligencia artificial, y el cambio climático.

Problemas que se nos vienen encima…

En primer lugar, las tendencias demográficas harán que, en muy poco tiempo, la estructura por edades de la población cambie radicalmente, con consecuencias socioeconómicas que solo empezamos a comprender. Por ejemplo, políticas sociales financiadas por transferencias de los jóvenes a la población de mayor edad (como es el caso de las pensiones de jubilación) son fácilmente sostenibles en un escenario de elevados crecimientos demográfico y de la productividad. No lo son tanto a medida que crece el peso de la población a proteger y la productividad se estanca. En esta situación, cabe dudar de la capacidad de los Gobiernos nacionales para sostener estas prestaciones en el futuro, sobre todo cuando se han acumulado deudas muy elevadas a las que tendrán que hacer frente las mismas generaciones que se supone que han de financiar las prestaciones de la población de mayor edad. Los temores a un encogimiento del Estado del Bienestar y a la llegada de "competidores que vienen a aprovecharse de lo que pueda quedar de él", parecen causar la xenofobia, la construcción de muros en las fronteras y la recuperación de controles a la inmigración.

Las innovaciones tecnológicas, aun en el escenario favorable en el que el crecimiento de la productividad se recupere por los avances en la robótica y la inteligencia artificial (las bases más probables de la nueva ola de dichas innovaciones), también generan incertidumbre e inquietud. ¿Cuánto empleo es susceptible de ser “robotizado”? ¿Qué habilidades deberían adquirir los seres humanos para seguir siendo útiles en la producción de bienes y servicios? Y si los robots se encargan de la mayor parte de la producción, ¿qué harán los seres humanos? ¿Cómo se distribuirá dicha producción entre la población evitando una concentración aun mayor de la renta y de la riqueza en los propietarios del capital? ¿Cómo conseguir que la distribución de la propiedad de los robots sea más igualitaria, de manera que todos nos beneficiemos de este nuevo proceso de automatización?

Finalmente, a todo ello hay que añadir que cada vez resulta más evidente que las consecuencias económicas del cambio climático pueden ser considerables. Aquí caben tres escenarios. Uno es una transición gradual hacia tecnologías limpias y compatibles con las sostenibilidad del medio ambiente sin costes elevados en términos de desaceleración del crecimiento económico. Otro es que el control de los costes medioambientales sea mayor por la necesidad de implementar políticas mucho más agresivas y de mucho mayor alcance para conseguir una eliminación más rápida de tecnologías contaminantes. Pero también puede ser que el cambio climático ya sea irreversible y que se produzcan desastres medioambientales con consecuencias graves para la localización de la producción y los movimientos migratorios internacionales.

y políticas que siguen ancladas en el pasado

Estos fenómenos plantean retos considerables a las políticas económicas y sociales, que siguen mirando hacia atrás, especialmente las educativas y las de empleo. Sigue el empeño en pretender que los sistemas públicos de pensiones podrán ofrecer rentas de sustitución a futuras cohortes de jubilados a tasas parecidas a las que disfrutaron las anteriores. La legislación laboral no está pensada para el tipo de relaciones laborales que surgirán en un mundo tecnológicamente diferente. El sistema educativo y la formación ocupacional y vocacional están básicamente dirigidas a proporcionar habilidades y capacidades que no serán necesarias si se confirman las tendencias tecnológicas que se vislumbran en la robotización y el desarrollo de la inteligencia artificial. Y la coordinación internacional sobre las causas y las medidas de control del cambio climático ha sido una broma, que pronto podría entrar en la categoría “broma de mal gusto”.

Con estas incertidumbres por resolver y con políticas y regulaciones nacionales por adaptar, la Comisión Europea tiene que elaborar un nuevo marco financiero plurianual que condicionará el presupuesto de la UE durante el periodo 2021-2027. Se supone que los objetivos a lograr son: i) el desarrollo sostenible, basado en un crecimiento económico equilibrado y en la estabilidad de los precios, en una economía social de mercado altamente competitiva, tendente al pleno empleo y al progreso social, y en un nivel elevado de protección y mejora de la calidad del medio ambiente, ii) la lucha contra la exclusión social y la discriminación, el fomento de la justicia y la protección sociales, la igualdad entre mujeres y hombres, la solidaridad entre las generaciones y la protección de los derechos del niño, y iii) el fomento de la cohesión económica, social y territorial, y la solidaridad entre los Estados miembros. Y todo ello se ha de acometer con otra incertidumbre añadida: el futuro de la integración europea.

Ante un ejercicio de esta naturaleza caben varias preguntas: ¿En qué áreas y cómo se debería invertir? ¿Qué instrumentos de ejecución de las inversiones son más eficaces? ¿Cuál debería ser la referencia geográfica de los programas de inversión de la UE: las regiones, como ha sido el caso hasta la fecha, o los países? ¿Qué condiciones han de establecerse para acceder a los programas de inversión comunitarios? ¿Con qué tipo de financiación se deben implementar tales programas? ¿Cómo diseñar estos programas para apoyar los avances en la construcción de una Unión Europea plena?

Estas preguntas se escuchan cada vez con más frecuencia en Bruselas. Ciertamente, son difíciles de responder sin más conocimiento sobre cuáles serán las consecuencias de los cambios demográficos, tecnológicos y climáticos. Pero aunque no sepamos (todavía) cuáles son las respuestas, sí sabemos cuáles no lo serán. No lo serán inversiones en infraestructuras innecesarias y en capital humano inútil, ni otros programas diseñados para servir los intereses de los intermediarios, y no tanto a los ciudadanos europeos a los que se pretende ayudar. Tampoco el énfasis en el desarrollo regional parece haber tenido éxito a juzgar por el escaso avance en la convergencia económica entre regiones europeas.

A la vista de los fallos del pasado y mientras se despejan las incertidumbres sobre el futuro, una estrategia conveniente debería favorecer, además de la solidaridad y la eficacia, la transparencia y la flexibilidad. Para ello, un primer paso es la simplificación de  la panoplia de fondos ahora en funcionamiento (Fondo Social Europeo, FEDER, Plan Juncker, Programa Europeo de Empleo e Innovación Social, Fondo de Ayuda Europea a los Más Necesitados, por citar solo algunos). Una segunda medida, todavía más decidida, sería la constitución de programas plenamente europeos, es decir, bajo la autoridad y la responsabilidad de la propia Comisión Europea, que dieran prioridad a las transferencias directas a los ciudadanos y no a sus Gobiernos nacionales (tal y como se sugería aquí).

Cambiar radicalmente las estrategias de inversión de los fondos comunitarios será muy complicado. Existen restricciones institucionales considerables, tanto dentro de la propia Comisión Europea, como en las relaciones entre ésta y los Gobiernos nacionales. También hay poderosos grupos de presión para los que el status quo resulta muy favorable. Pero, al menos esta vez, el proceso de configuración del nuevo marco financiero plurianual de la UE parece haber comenzado con las preguntas correctas. Está por ver si las respuestas serán novedosas o si persistirán los errores del pasado. Habrá que seguir estrechamente dicho proceso y recordar machaconamente que el futuro… ¡queda hacia adelante!.