La situación fiscal de España no es buena. Según el IMF Fiscal Monitor, el déficit previsto para 2011 es del 6.2% del PIB, y del 5.1% para 2012. Inevitablemente habrá que aumentar los ingresos fiscales y/o reducir el gasto público. El debate macroeconómico sobre los efectos contractivos de una política fiscal restrictiva suele obviar un detalle: cómo se aumentan los impuestos y cómo se reduce el gasto puede importar tanto o más que el nivel de dichos cambios.
Cuando un gobierno aumenta los impuestos, no solo disminuye los recursos de los agentes privados, sino que además genera cambios en el comportamiento de estos. La disminución de recursos de los agentes privados, el efecto renta del impuesto, disminuye el consumo privado. Esto es un problema en el contexto actual de recesión, pero es inevitable.
El cambio en las decisiones económicas de los agentes, el efecto sustitución, viene por el intento de estos de disminuir la carga fiscal. La pérdida de bienestar derivada del efecto sustitución de los impuestos se conoce como exceso de gravamen. Distintos impuestos, y distintas maneras de aplicarlos, generan distintas distorsiones. Y si tenemos que subir la carga fiscal sobre una economía con pocas expectativas de crecimiento a medio plazo, tenemos que ser muy delicados con la elección de instrumentos fiscales. El que piense que esto no es importante, entrará en el club de los pensadores ingenuos, como le sucedió a Guillermo III con el Window Tax de finales del s XVII.
Los principales instrumentos fiscales del estado distorsionan decisiones económicas importantes. Así, por ejemplo, los impuestos sobre las rentas del trabajo o sobre el consumo disminuyen la oferta laboral y el consumo privado de aquellos individuos que tienen flexibilidad suficiente para decidir en el margen cuantas horas trabajar. El impuesto sobre las rentas del capital puede disminuir el ahorro o la decisión de inversión de empresas propias y extranjeras (el caso de Irlanda que atrae inversión extranjera mediante bajos impuestos es un buen ejemplo).
En general, el exceso de gravamen aumenta más que linealmente con el tipo impositivo marginal, es decir, con el tipo impositivo que grava la decisión económica en el margen. Esto significa que, a igual recuadación, genera menos distorsiones un impuesto bajo sobre una base impositiva amplia que un impuesto alto sobre una base imponible pequeña.
El impuesto de tipo único
El impuesto de tipo único sobre la renta de las personas físicas parte de esta idea. El objetivo principal detrás de esta figura impositiva es eliminar las múltiples deducciones existentes sobre la base imponible a fin de poder permitir un tipo impositivo único relativamente bajo (otro elemento importante típicamente asociado a la reforma de tipo único es la deducción del ahorro, pero esto es un tema más delicado a tratar en otro momento). La eliminación de deducciones y la introducción de un tipo único minimiza las distorsiones, pero en cambio genera dudas sobre la progresividad del sistema. La solución es añadir una única deducción fija sobre la renta del trabajo que permita introducir cierta progresividad sin imponer tipos marginales demasiado elevados. Pero entonces surgen las preguntas: ¿Cuán grande pude ser la deducción? ¿Cuanto debería aumentar el tipo impositivo a fin de financiar una deducción concreta?
A modo de ejemplo, en el gráfico de arriba muestro distintas combinaciones de deducción fija y tipo impositivo único que recaudan lo mismo que el IRPF en el año 1999 (estos resultados provienen de un artículo un poco antiguo ya, donde simulaba en el ordenador la economía española para el año 1999 a fin de estudiar distintas reformas impositivas). El rango de posibilidades es amplio: desde un tipo único de 15.38% sin deducción alguna a un tipo único del 38.06% con una deducción sobre la renta laboral equivalente a la mitad de la renta media de la economía. Para tipos mayores del 38,06% nos topamos con la parte descendiente de la curva de Laffer.
Por lo tanto, una reforma de tipo único puede ser muchas cosas a la vez: con deducción baja y tipo marginal bajo generará distorsiones pequeñas pero no será muy progresiva; con deducción elevada y tipo alto generará mayores distorsiones pero será más progresiva. Tanto un partido de centro-derecha como un partido de centro-izquierda pueden sentirse cómodos con esta reforma: solo tienen que escoger que combinación entre eficiencia y redistribución desean. De hecho, en un artículo con Javier Díaz-Giménez, mostramos que para la economía estadounidense, se puede generar una reforma de tipo único que expande el PIB per capita aumentando la desigualdad, y a su vez, se puede generar otra reforma con tipo elevado y deducción elevada que genera una contracción del PIB per capita reduciendo la desigualdad.
El mensaje es sencillo: si necesitamos aumentar los impuestos tenemos que ser muy cuidadosos en no aumentar las distorsiones. El tipo único sobre la renta es una buena idea: disminuye las distorsiones derivadas de tipos marginales muy altos y ofrece una frontera de posibilidades entre eficiencia y equidad. En que punto de la frontera nos situemos es una decisión política.