En un post anterior, documentaba la fuerte relación entre mortalidad y educación. Hoy quería empezar a pensar en las causas de esta relación. Una posibilidad es que mayor educación causa mejor salud. Sin embargo, los datos disponibles de comportamiento individual sugieren que ésta no puede ser la explicación completa. Los determinantes de estudiar y cuidar de la salud podrían ser muy parecidos: hay personas que estudian más y se cuidan mucho y personas que estudian menos y se cuidan poco. Una pregunta abierta es por qué se dan estas diferencias.
La correlación entre educación y salud está bien documentada desde hace tiempo. Michael Grossman, en un artículo en 1973, fue uno de los primeros en advertirla. Desde entonces se han considerado múltiples explicaciones.
Es la renta
Una primera hipótesis para explicar la relación entre educación y salud es que las personas con distintos niveles de estudios son distintas también en sus ingresos laborales. Si la salud requiere de inversiones económicamente costosas (por ejemplo, servicios médicos), entonces es normal pensar que las personas con mayores ingresos comprarán más salud y por lo tanto tendrán en media menores tasas de mortalidad.
Pero aunque plausible, esta hipótesis no puede explicar toda la relación entre educación y salud. Hay muchos estudios que muestran como la relación entre educación y salud se mantiene incluso cuando comparamos individuos con ingresos laborales parecidos o con niveles de riqueza parecidos (de hecho, el mismo artículo de Grossman de 1973 que muestra la correlación entre salud y educación ya muestra cómo dicha correlación permanece cuando se controla por diferencias en renta).
Además, comportamientos nocivos para la salud como el tabaquismo o los excesos alcohólicos se dan mucho más entre personas de niveles de estudios bajos, y comportamientos positivos como ejercicio físico, buena dieta o visitas preventivas al médico, se dan mucho más frecuentemente entre personas de niveles de estudios elevados. Todos estos comportamientos tienen un coste económico mínimo y por tanto no parece muy plausible que el gradiente de educación se deba a las diferencias de renta.
Es el conocimiento
Una segunda hipótesis es pensar que las personas con distintos niveles educativos tienen distinto conocimiento sobre cómo producir salud. Es decir, distinto conocimiento sobre la relación entre comportamiento (por ejemplo dieta, ejercicio o visitas preventivas al médico) y salud. Esto llevaría a los individuos con mayores niveles educativos, supuestamente mejor informados, a escoger comportamientos más saludables
Seguramente algo de esto hay, pero también hay datos interesantes que nos sugieren que dicho “conocimiento” no pude ser una gran parte de la explicación. Por ejemplo, un artículo de Kenkel en 1991 muestra que efectivamente, para una muestra de 35,000 individuos norteamericanos, los individuos con educación universitaria fuman menos, beben menos y hacen más ejercicio. A estos individuos se les pasó un test sobre los efectos nocivos del tabaco y el alcohol o los efectos positivos del ejercicio y se midió sus aciertos en las respuestas. Y el autor del artículo encuentra que la relación entre comportamiento saludable y nivel educativo se mantiene cuando se controla por el conocimiento que tienen los individuos encuestados sobre los efectos nocivos del tabaco y el alcohol o los efectos positivos del ejercicio.
Es cualquier otra cosa que pasa en la universidad
Incluso si la renta o el conocimiento en la producción de la salud no explican la relación entre educación y salud, podríamos seguir pensando que hay algo que pasa en los años extra de educación que hace a la gente distinta y más propensa a preocuparse por su futuro. Es decir, que mayor educación causa mejor salud.
Hay cierta evidencia sobre ésta causalidad. Por ejemplo Adriana Lleras-Muney (2005), muestra como los cambios en años de escolarización obligatoria en EEUU durante el primer tercio del s. XX se corresponden con cambios en tasas de mortalidad de las personas que se vieron afectadas.
Sin embargo, un estudio muy interesante de Farrell y Fuchs (1982) nos muestra que hay motivos para pensar que la relación de causalidad de educación a salud no puede ser todo lo que hay detrás de la correlación entre estas dos variables. En dicho estudio, se muestra que la menor incidencia de tabaquismo entre los individuos con estudios universitarios no sucede solo después de ir a la universidad, sino también antes. Es decir, los jóvenes de 16 años que no fuman son mucho más propensos a ir a la universidad que aquellos que fuman.
Heterogeneidad de preferencias
Esto último resultado nos indica que las personas que estudian más son distintas de las que estudian menos en alguna dimensión que también les lleva a comportamientos hacia la salud distintos. Si esto es así, el efecto de aumentar la tasa de universitarios de la sociedad no generará el aumento de salud general que la correlación entre educación y salud sugiere. Y esto es porque, en parte, dicha correlación no es causal de la educación a la salud sino fruto de la autoselección de las personas que cuidan más su salud a estudiar.
Pero, ¿qué diferencias entre las personas llevan a estas decisiones distintas?
Un primer candidato que algunos economistas han analizado es la paciencia. La paciencia es el peso relativo que damos a pagos futuros comparado con pagos presentes. Cualquier decisión de inversión requiere costes presentes a cambio de beneficios futuros. Estudiar supone renunciar a ingresos laborales hoy a cambio de ingresos laborales mayores mañana. Cuidar la salud supone hacer esfuerzos hoy (dejar de fumar, ir al gimnasio, comer ensaladas) a cambio de una mayor salud en el futuro. Así, personas más pacientes invertirán más en educación y salud. En general, no es sencillo contrastar hipótesis sobre diferencias en preferencias, por lo que es difícl decir cuánto hay de cierto en esta explicación.
Consecuencias
Si es verdad que la heterogeneidad en tasa subjetivas de descuento intertemporal puede explicar la correlación entre educación y salud, entonces la preocupación sobre el estado de salud de la población o sobre las altas tasas de fracaso escolar habría que buscarla en parte en los determinantes de dichas preferencias. Esto entra dentro de las intervenciones a edad temprana: la educación de los niños a niveles de primaria, pero también la educación en casa.