Más sobre el egoísmo

Mi primera entrada en Nada es Gratis trataba del egoísmo como supuesto para desarrollar modelos que expliquen las propiedades de algunos mecanismos económicos. Así, si alguien quiere poder hacer una simulación cuantitativa o cualitativa de cómo le afectará cierta regulación a un mercado oligopolístico, más le vale considerar que las empresas de ese mercado son egoístas, so pena de hacer un análisis ingenuo y cuyas conclusiones no se corresponderán con la realidad. En la presente entrada voy a extenderme sobre la manera en la que un mecanismo económico es capaz de reconducir el egoísmo hacia objetivos deseables.

Como se trata de un tema delicado, y previendo que mi torpeza al escribir haga entender a alguien interpretaciones extrañas, haré unas aclaraciones. En primer lugar, no tengo ningún interés en promover el egoísmo de ninguna manera. Más bien al contrario, he intentado educar a mis hijas en la generosidad y la solidaridad con todo el género humano y huyo de pretendidas filosofías que hacen del egoísmo una virtud o una norma. En segundo lugar, constato, como creo que lo hace todo el mundo, que el egoísmo existe en todos nosotros y que tiene sus extremos en la avaricia, la codicia y el completo desinterés por los demás. Casi todas las filosofías, religiones e ideologías han buscado alguna manera de domar esta parte de nuestra naturaleza, suprimiéndola o canalizándola, con diferentes resultados. En esta entrada mi interés es mostrar cómo algún mecanismo económico permite no tanto suprimirla, que eso ya lo han intentado curas y comisarios políticos sin resultado, sino encauzarla a un buen fin.

Desde por lo menos Adam Smith sabemos que la competencia es una buena manera de domar el egoísmo. El panadero quisiera cobrar mucho por sus ventas o el dueño de una empresa quisiera pagar muy poco a sus empleados, pero la competencia de otros panaderos y otras empresas se lo impiden. Cuanta más competencia haya, menos poder tendrá cada uno para imponer sus reglas. No es el momento de discutir si la competencia tiende a mantenerse o a derivar en mafias o monopolios, que serán propiedades de la competencia cuyo conocimiento hará falta para estudiar posibles regulaciones o alternativas. Solo me interesa señalar, y no es poco, que mientras haya competencia el egoísmo tendrá una disciplina.

La teoría económica ha ido más lejos. En algunos casos el comportamiento egoísta no solo es que esté domado, sino que es necesario para encontrar buenos resultados. Por ejemplo, una empresa que maximice sus beneficios buscará la mejor tecnología para producir, el mejor producto para vender y la mejor manera de organizar la producción y distribución. A menudo se oye que una de las ventajas de la empresa pública frente a la privada es que la primera podrá producir más barato o con mejor calidad porque no necesita obtener beneficios. Es posible que una empresa pública sea mejor que una privada, pero difícilmente esa será la razón. Pensemos en una empresa pública que funciona con la tecnología de producción y gestión óptimas, pero que renuncia a tener beneficios. Para ello deberá cargar un precio igual al coste medio (el coste total entre el total de unidades producidas) y no al coste marginal (el coste de producir una unidad más). Si en ese punto el coste medio está por debajo del marginal, quiere decir que producirá demasiado; tanto, que estará incurriendo por las últimas unidades vendidas en un coste que nadie querría pagar. Este derroche de recursos es típico de empresas públicas mal gestionadas. En cambio, si la empresa pública se permite maximizar beneficios producirá una cantidad óptima y no dilapidará sus recursos. El beneficio podrá ser usado por el gobierno para financiar servicios públicos que la ciudadanía sí valore, y ese será un mejor uso que subvencionar una producción y venta excesivos.

Espero que el lector sepa entender que nada de lo anterior implica nada sobre las maneras ilegales de maximizar el beneficio, ni sobre la eficiencia de la maximización de beneficios cuando las empresas operan en un régimen distinto al de competencia.

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En tiempos más recientes hemos avanzado más en entender otros mecanismos en los que el egoísmo o el propio interés produce mejores resultados para todas las partes implicadas que una alternativa basada en valores. Los psicólogos e investigadores sociales Harinck y De Dreu realizaron el siguiente experimento sobre la toma de decisiones en varios casos judiciales. Los sujetos experimentales se dividieron en dos grupos y, dentro de cada grupo se dividieron en parejas, donde uno haría las veces de abogado y otro, de fiscal. En el primer grupo se les pidió que buscaran acuerdos en términos puramente egoístas, sabiendo que sus carreras dependían de las ganancias que consiguieran en esos acuerdos. Al segundo grupo se les pidió que tomaran sus decisiones en términos morales. El grupo egoísta conseguía sistemáticamente acuerdos más beneficiosos para todos al ser más capaces de ceder en algún punto del acuerdo para ganar en otro que les reportara más beneficios. La diferencia entre los dos grupos era mayor cuando el tiempo otorgado para poder llegar a un acuerdo disminuía.

En un estudio posterior, Harinck y Druckman realizaron otro experimento en el que los participantes tenían que ponerse de acuerdo en dos tipos de conflictos, uno sobre recursos y otro sobre valores. Los participantes debían representar el papel del dueño de un bar o de los clientes. En el conflicto sobre recursos la motivación para negociar los precios era puramente lucrativo. En el conflicto sobre valores el dueño del bar quería negociar al alza los precios para donar a causas caritativas, mientras que los clientes debían negociar a la baja por no querer ser obligados a donar y querer ser ellos quienes decidieran si hacerlo o no. De nuevo se encontró que cuando negociaban sobre recursos los participantes lograban mejores acuerdos que cuando negociaban sobre valores. Sin embargo, cuando se añadía un refuerzo que permitía a la otra parte explicarse se conseguía cambiar el resultado. Además, cuando se revelaba que las dos partes compartían una misma identidad, como unos mismos intereses personales, profesionales u otras características de identificación no relacionadas con el conflicto de valores, eso no hacía mejorar los acuerdos en el conflicto sobre valores.

Lo anterior no dice que tener valores sea bueno o malo en ningún sentido moral. Lo que hace es alertarnos acerca de la posibilidad de que esos valores nos impidan llegar a acuerdos con quienes no los comparten. Una actitud pragmática tendrá mejores resultados que una dogmática, que da la importancia máxima a los valores y que deriva en actitudes maximalistas. Llevados al extremo, cuando la disyuntiva es “todo o nada”, el resultado suele ser “nada”. Uno puede dar valor moral a no haber cedido a pesar de haberse quedado en nada, el análisis solo dice que la nada será la consecuencia.

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Hay muchos problemas sociales, como el aborto o las drogas, y económicos, como la legislación laboral o las pensiones, sobre los que se llegará a una mejor solución si las partes están dispuestas a negociar sobre resultados. Si, en cambio, alguna de las partes presenta su postura como cuasi-sagrada, poniéndola al nivel de los derechos humanos o del pecado mortal, por ejemplo, los acuerdos serán más difíciles. El filósofo y psicólogo Joshua Greene expone estos temas de una manera elocuente y rigurosa en su libro Moral Tribes, (Tribus morales) que recomiendo encarecidamente. Economía, Psicología y Filosofía pueden ir de la mano.