We asked for workers, we got people instead (Max Frisch)
Esta entrada abunda sobre el tema de los efectos de la inmigración en los trabajadores nativos, de la que nos han hablado en estas páginas Lídia Farré (aquí) y Samuel Bentolilla (aquí). Sabemos que ni el populismo ni la xenofobia atienden particularmente a los datos y a la realidad, pero la investigación honesta y la verdad deben ser más tozudas que cualquier sistema de hechos alternativos, posverdades u opiniones porque sí. Así que no está de más ver el estado de la cuestión, aprovechando que el Journal of Economic Perspectives dedicó un simposio a este tema en su último número de 2016. Esta entrada se basa parcialmente en algunos de los artículos de este número.
Con un análisis de oferta-demanda simple, diríamos que los inmigrantes desplazan la función de oferta de trabajo causando un aumento total del empleo, una reducción en los salarios y una disminución en el empleo de los trabajadores nativos. Este análisis, sin embargo, no tendría en cuenta las complementariedades y efectos cruzados entre los distintos mercados de trabajo según las habilidades y experiencia, ni la especialización en tareas entre trabajadores nativos e inmigrantes, ni tampoco la posibilidad de que los inmigrantes trajeran consigo también habilidades empresariales y capital humano que aumentara la productividad de la región a la que emigran.
En los años 90, tras comprobar justamente que el tratamiento simplificado de equilibrio parcial no es adecuado, se desarrollaron distintas estrategias para medir el impacto de la inmigración en el salario y el empleo del país de acogida. Unos autores estudian experimentos naturales en los que fueron razones políticas, y no económicas, las que causaron un flujo de emigrantes a una región particular, como el éxodo de Mariel, la repatriación a Francia tras la independencia de Argelia o la llegada a Dinamarca de refugiados de las zonas de guerra en Bosnia, Somalia, Afganistán e Irak. Estos trabajos no encuentran efectos significativos. (Véase aquí y aquí).
Sin embargo, la mayoría de los estudios recientes sobre los efectos de la inmigración dividen a los trabajadores según sus habilidades (educación) y origen para analizar efectos cruzados. La razón de esta línea de investigación viene dada por la realidad de la inmigración hacia los países desarrollados de Europa, Norteamérica y Oceanía de las últimas décadas, que tiene muy poco que ver con los estereotipos asociados al fenómeno. Desde 1990 la mayoría de los inmigrantes provienen de países no ricos que no son los más pobres de su respectiva región. Sin embargo, el factor más llamativo de la inmigración es que la composición de los inmigrantes tiende a ser más educada no ya en relación al país de origen, sino también relativa al país de destino (aquí y aquí).
Con este método hay disparidad de resultados, Borjas (2003) obtiene el mayor efecto, en el que al 10% de incremento de entrada de nuevos trabajadores inmigrantes le corresponde una reducción de 2-3% en salarios y 2% en semanas trabajadas. En un estudio posterior, Ottaviano y Peri (2012) dividen en más grupos y apenas encuentran efecto alguno, solamente uno ligeramente positivo en los salarios medios de los nativos y un efecto del 6% de reducción a largo plazo en los salarios de los anteriores inmigrantes. En Europa, además, se da una leve reducción en las tasas de empleo de los nativos, que es mayor en los países más rígidos (aquí). Para España, Carrasco et al. (2008) no encuentran efectos de importancia.
Las disparidades anteriores no parecen ser muy grandes si las comparamos con las percepciones estereotipadas más populistas sobre el fenómeno, pero son lo suficientemente relevantes desde el punto de vista econométrico como para ameritar una explicación. Según Dustmann et al. (2017), hay tres tipos de trabajos que, aún especificando modelos parecidos, siguen distinta estrategia y responden a distintas preguntas. Así, un grupo usa variaciones en las entradas de inmigrantes entre las distintas combinaciones de educación y experiencia a nivel nacional mientras otro grupo se centra en las variaciones en la entrada de inmigrantes entre regiones. Un tercer grupo realiza una estrategia mixta entre las anteriores. Según estos autores la primera y la tercera estrategias tienden a dar efectos negativos mayores, pero sobre todo miden efectos en los salarios relativos entre grupos con más o menos educación debidos a la inmigración, mientras que la segunda identifica efectos totales en cada grupo de habilidad y teniendo en cuenta las complementariedades entre grupos. Además, cuando se relajan algunos de los supuestos sobre la elasticidad para permitir una mayor heterogeneidad entre las distintas combinaciones de educación y experiencia, los resultados del primer grupo de estudios son más difíciles de interpretar.
Una vez establecida la ausencia de efectos negativos importantes en los salarios y el empleo de los nativos a causa de la entrada de nuevos flujos de inmigrantes, el siguiente paso es entender el mecanismo mediante el que se produce la absorción de los nuevos trabajadores en el mercado de trabajo.
Cuando en EE.UU. se dividen a los trabajadores entre aquellos con y sin estudios universitarios se encuentra que el porcentaje de inmigrantes es muy parecido en ambos niveles de educación. Sin embargo, cuando dentro de cada nivel de educación se separan las ocupaciones según el uso de distintas de destrezas se empiezan a ver las diferencias. Así, entre el grupo de trabajadores no universitarios los inmigrantes tienden a estar más representados en aquellos trabajos que requieren más tareas manuales y entre los universitarios en aquellos que requieren más habilidades analítico-matemáticas (en contraposición a las que requieren habilidades de gestión y comunicación). Una implicación adicional de estas diferencias es que los trabajadores nativos se desplazan de las tareas que realizan los inmigrantes hacia aquellas que las complementan, bien cambiando la educación que eligen, bien moviéndose a ocupaciones que se especializan en habilidades para los que los trabajadores nativos tienen ventaja comparativa. Este movimiento a su vez aumenta las complementariedades y reducen la competición entre inmigrantes y nativos (aquí y aquí). Ottaviano y Peri (2012) analizan el efecto para 1990–2006 en un modelo de equilibrio general (en lugar de centrarse en cada tipo de trabajador cada vez) en el que poder medir los efectos de las complementariedades y encuentran un impacto positivo de entre 0,3 y 0,6 puntos porcentuales en los salarios de los trabajadores nativos sin educación universitaria, y entre 0,3 y 1,3 puntos para los que sí tienen esa educación.
En el contexto europeo, estos estudios observan algunas especificidades: hay pequeños efectos en los salarios y posiblemente algún efecto negativo en el empleo de los nativos y una menor respuesta en la especialización de los nativos (aquí y aquí), tal vez debido a una menor flexibilidad del trabajo. Parece haber una cierta «degradación en la habilidad» de los inmigrantes según la cual los trabajadores con un nivel relativamente alto de educación terminan realizando trabajos comparables a los que realizan nativos con menos educación. Esto es debido posiblemente a barreras idiomáticas, de obtención de licencia y a requisitos legales.
Según todos estos estudios, la inmigración parece traer más beneficios económicos que desventajas; sin embargo ningún país tiene hoy en día una política de puertas abiertas para recibir a todos los emigrantes que quieran entrar. De nuevo, un modelo simplista empezaría considerando que en los países ricos la demanda de trabajo es alta, lo que significa que los salarios son más altos que en los países pobres. Si no hubiera restricciones a la inmigración los trabajadores se moverían de los países pobres a los ricos. A medida que se movieran, los salarios en los países ricos decrecerían y los de los países pobres crecerían. La inmigración pararía cuando los salarios se igualaran en todos los países. Modelos así estiman grandes crecimientos del PIB mundial (aquí y aquí), pero olvidan mencionar que eso requiere la migración de 2.600 millones de trabajadores en distintas partes del mundo. Incluso si la emigración se detiene antes de que se igualen los salarios por las preferencias de vivir en el país propio, que hacen la emigración aún más costosa, las cifras siguen siendo demasiado grandes como para creer que realmente pasaría eso. Los efectos encontrados no se pueden extrapolar más allá de unos pocos puntos porcentuales en los cambios de las variables relevantes, por lo que es aventurado hacer cualquier predicción mucho más allá de esos cambios.
Borjas (2016) presenta otra posibilidad para explicar por qué ningún país tiene una política de fronteras abiertas. En la línea de Acemoglu y Robinson, argumenta que hay que tener en cuenta cómo afectaría a las instituciones de los países de llegada unos flujos de inmigrantes tan grandes. Si un millón de inmigrantes entran en un país de 10 millones, estos inmigrantes pueden adaptarse a las instituciones económicas de su nuevo país, pero si son 20 millones los que entran, bien pudieran imponer sus propias instituciones, las mismas que los mantuvieron pobres en su país de origen. Algunos países pueden restringir la entrada de inmigrantes por no entender bien sus beneficios, por recibir presiones de los grupos que tienen menos posibilidad de adaptarse a la llegada de mano de obra nueva, o directamente por razones xenófobas. A estos motivos se añade el creer, con razón o sin ella, que, si se abren las fronteras, se recibirá un flujo de inmigrantes tan grande que podría dañar las instituciones propias.