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La distribución de poder en la UE tras la salida del Reino Unido

La salida del Reino Unido es una buena ocasión para hablar sobre el reparto del poder, de liderazgo y de influencia entre los países de la Unión Europea. Además, hará presumiblemente más fácil una mayor integración de los países miembros a medio plazo, y eso requerirá de acuerdos importantes para su diseño. A priori, España debería ser uno de los países que ganara más peso relativo. De ser uno de los cinco países grandes, pasa a ser uno de los cuatro grandes que, además, coloca dos áreas metropolitanas, la de Madrid y la de Barcelona, entre las siete más importantes de la Unión Europea, tanto en población como en producto interior bruto. Quedan a distancia de París, pero están codeándose con la metrópolis que forman las ciudades alemanas de la región del Ruhr, la de Milán o la de Ámsterdam.

Una manera de medir el poder político de un decisor dentro de un grupo es usando los llamados índices de poder que, básicamente, miden el porcentaje de coaliciones en los que el decisor es necesario. Sirven para tener una idea del poder de los partidos en un parlamento o, como en este caso, de los países miembros en el Consejo de la Unión Europea. Hay distintos índices, que difieren en la manera de contar las coaliciones (cosas de la combinatoria, donde podemos hacer que importe o no el orden de los elementos de un conjunto), pero el más usado es el de Shapley-Shubik. Son medidas a priori, que deben luego corregirse en el análisis atendiendo al reparto de poder dentro de las coaliciones ganadoras factibles. Veamos cómo cambia este índice en las decisiones europeas tras el Brexit.

Dependiendo del tema que se discute, el Consejo de la Unión Europea toma sus decisiones según alguna de estas reglas:

Mayoría simple: 14 estados miembros de los 27 votan a favor (15 de 28 cuando estaba el Reino Unido).

Mayoría cualificada: 55 % de los estados miembros, representando al menos el 65 % de la población de la UE, votan a favor.

Minoría de bloqueo: 4 estados pueden bloquear.

Unanimidad.

Excepto cuando se requiere el mínimo del 65 % de la población, en todas las demás reglas cada estado miembro está en la misma posición que los demás. La tabla siguiente lista el índice de poder de Shapley-Shubik (S-S) para los distintos países en las votaciones en que se activa este requisito, con y sin el Reino Unido. El índice de poder cuando se aplican las demás reglas es el mismo para todos los países: 100/27.

Lo primero que podemos observar es que el índice de poder de S-S de un país no es muy diferente del porcentaje que supone su población sobre el total de la UE. Sin embargo, las desviaciones que hay favorecen a los cuatro países más poblados. Comparando las columnas que muestran el índice con y sin el Reino Unido podemos apreciar cómo se distribuye el índice de este país entre los demás tras su salida de la UE. Como era de esperar, este se reparte entre todos los países, que ven aumentar su índice de poder. Los cuatro países más poblados (Alemania, Francia, Italia y España) obtienen el incremento mayor, del 18,76 % para el caso de Alemania y en torno al 17 %, para los demás. Los países más pequeños (Malta, Luxemburgo, Chipre y Estonia) y algunos de los países medios (Rumania, Países Bajos y Suecia) son los que menos se benefician, con incrementos menores del 11 %. El resto de países tiene incrementos en su índice de poder entre el 11 y el 14 %.

Estrictamente hablando, el cálculo del índice debe hacerse para la regla conjunta de la mayoría cualificada de número de países y de población. Eso implica definir una nueva regla única que dé los mismos resultados que esta combinada y calcular el índice sobre ella. Sin embargo, los resultados son completamente análogos (aquí).

Ahora vienen las matizaciones que nos dirán si España podrá llegar a su potencial de influencia o no. Para que sea así, España debe ser un agente fundamental en las coaliciones ganadoras factibles. Históricamente, estas son aquellas formadas por países con reputación de hacer las cosas bien, sobre todo en lo económico, pero también en lo institucional y en lo político. En lo económico, España fue capaz de superar grandes retos tanto en el momento de su adhesión a la entonces Comunidad Económica Europea como en la firma del Tratado de Maastricht, poniendo en orden su estructura económica para el primero y sus cuentas macroeconómicas para el segundo. Al aceptar las reglas del Tratado de Maastricht, implícitamente estábamos aceptando ser de los países que resolvían los problemas económicos haciendo ajustes productivos y no de los que postergaban las soluciones mediante devaluaciones ahora imposibles.

Las reformas necesarias para esto último no acaban de hacerse. P.ej., en pensiones apenas hemos hecho nada, y en el mercado de trabajo, la reforma de Rajoy se olvidó de las políticas activas, la protección de los parados y la dualidad, por ejemplo (aquí). Esto hace que seamos de los países que más necesitan de la ayuda de los socios en cada crisis. No es de extrañar que en las condiciones de la ayuda se nos recuerden estas tareas pendientes. Ser de esos países es estar en las malas coaliciones, las de países que reciben órdenes de cómo arreglar los problemas en lugar de ser quienes dirigen las reformas, empezando por su casa. Las reformas deben hacerse lideradas por nuestros gobernantes porque creen en ellas, no a regañadientes porque lo mandan las condiciones para acceder a fondos europeos (aquí y aquí). Siendo líderes de nuestras reformas, y no seguidores, estas podrán ser más adecuadas a nuestro país y mejor comprendidas por la ciudadanía. Para eso hay que explicar y convencer.

En lo político, España se había labrado una cierta reputación de país que funciona razonablemente bien (comparados con Italia, por ejemplo). La polarización política y las tensiones territoriales están minando esa reputación, a la vez que impiden acuerdos políticos amplios en los temas que necesitan más unidad y acentúan el riesgo de alejar a una de nuestras grandes metrópolis de los puestos principales (aquí y aquí).

La tarea es difícil. Desde este blog hemos hablado del mercado de trabajo, pensiones, productividad y educación, intentando aportar nuestro grano de arena. Seguiremos haciéndolo.