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Galería de los errores

¡Matadlos a todos, que Dios reconocerá a los suyos! (Atribuido a Arnaldo Amalric)

Queremos detectar una característica, p.ej., que una persona tiene una enfermedad o que es culpable de un crimen, y para ello hacemos una prueba. El error tipo I o falso positivo ocurre cuando la prueba le da esa característica sin ser cierto. El error tipo II o falso negativo ocurre cuando no la detecta y también se equivoca (aquí). Mutatis mutandis, podemos extender esta idea a la aplicación de políticas que pretenden solucionar un problema, p.ej., la discriminación hacia un colectivo. La política puede tener consecuencias, positivas o negativas, sobre personas que no pertenecen a ese colectivo (llamémoslos errores tipo Ia y Ib) o también puede no llegar a favorecer, o incluso perjudicar, a quien sí pertenece (errores tipo IIa y IIb). Esto puede ocurrir por incompetencia en la aplicación o porque la política no esté bien diseñada. Viviendo en un mundo imperfecto, es algo que ocurrirá siempre: la única manera de condenar a todos los culpables es condenar a todo el mundo, la única manera de no condenar nunca a un inocente es no condenar nunca a nadie. Con más estudios, más recursos y mejores diseños se podrán limitar los errores, pero nunca eliminar. Obsérvese que esta analogía de los errores estadísticos a las políticas nos lleva a aumentar su diversidad, aunque la idea principal se mantiene. Todo se puede complicar más aún si esa política produce efectos en varias dimensiones, positivos en algunas y negativos en otras. En esta entrada mostraré algunas consecuencias de estas simples observaciones.

Todos los errores ocurren a la vez

Pongamos que hay que cubrir 100 puestos de responsabilidad y que el colectivo de personas que potencialmente pueden cubrirlos está compuesto en iguales proporciones por hombres y mujeres. Pongamos también que las cualificaciones de hombres y mujeres son semejantes. Es decir, si hay un 10 % de hombres excelentes, también hay un 10 % de mujeres excelentes y si hay un 25 % de hombres mediocres, también hay un 25 % de mujeres mediocres. En un mundo sin discriminación encontraríamos que unos 50 puestos serían cubiertos por hombres y los otros 50 por mujeres, pero en nuestro ejemplo vamos a poner que hay 90 hombres y 10 mujeres. En vista de ello, se decide llevar a cabo una política de cuotas: por lo menos el 35 % de los puestos debe ser cubiertos por mujeres. He aquí un escenario posible, con sus aciertos y errores:

-Tras la implantación de la cuota hay 65 hombres y 35 mujeres.

-Acierto: 25 puestos son cubiertos por mujeres que, efectivamente, tienen cualificaciones semejantes a las de los 65 hombres.

-Error tipo Ia: las otras 10 mujeres tienen unas cualificaciones inferiores tanto a las personas que ocupan los otros 90 puestos como a otras mujeres que no han sido seleccionadas con el sistema de cuotas. Recordemos que promocionar a mujeres sin cualificación no es parte del objetivo.

-Error tipo Ib: en el proceso de selección se han quedado fuera varios hombres con mejores cualificaciones que algunos de los hombres y mujeres elegidas.

-Error tipo IIa: el proceso se ha quedado corto, al lograr únicamente que 25 mujeres de la población objetivo ocupen los puestos y al dejar fuera mujeres con mejores cualificaciones que alguno de los elegidos.

-Error tipo IIb: de las 25 mujeres con cualificaciones que han sido elegidas, 5 de ellas se ven perjudicadas en su carrera porque se les achaca estar ahí no por su capacidad, sino solo por ser mujeres.

Sin más datos sobre otras consecuencias a medio o largo plazo, será criterio de cada quien el decidir si la situación con las cuotas es mejor o peor que sin ellas; es decir, si los aciertos superan a los errores. Lo que no es discutible es la presencia de errores ni la conveniencia de prestar atención a políticas alternativas para minimizarlos. Y aquí vuelve a entrar la apreciación de cada quien, puesto que no todo el mundo valorará de igual manera el coste de cada uno de los errores ni tendrá la misma objetividad o la misma agenda política sobre ellos. De igual manera que un abogado defensor, por muy justa que sea la causa que defiende, no es más que una parte en un juicio, tampoco quien ideológicamente priorice la disminución de uno de los errores tendrá un análisis objetivo y libre de sesgos. Como en un buen juicio, será necesario oír a todas las partes.

Cómo varían los errores con el tiempo

Si partimos de una situación donde el colectivo a quien queremos mejorar está muy discriminado, las primeras medidas, a nada que estén razonablemente diseñadas, tenderán a ofrecer una cantidad apreciable de aciertos y pocos errores. Piénsese, por ejemplo, en una situación de partida donde las mujeres no tienen derecho a trabajar o a abrir una cuenta bancaria sin el consentimiento del marido (aquí), donde los homosexuales son considerados enfermos (aquí), donde los trabajadores poco cualificados se ven especialmente perjudicados por un mercado de trabajo disfuncional (aquí) o donde los hablantes de una lengua materna minoritaria no tienen la misma facilidad que los demás hablantes para usarla en público y transmitirla a la siguiente generación (aquí). Otorgar igualdad de derechos a todas las personas, dejar de considerar la homosexualidad como una enfermedad, legalizar los sindicatos o hacer cooficial la lengua minoritaria son acciones que mejorarán a mucha gente sin cometer apenas errores como los apuntados.

Una de las consecuencias del éxito, aunque sea parcial, de corregir las injusticias, es que seguir haciéndolo con políticas activas es cada vez más difícil. Cambiar la ley para igualar derechos es relativamente fácil y tiene muchas consecuencias positivas. Cambiar las dinámicas sociales es más difícil. Algunas se cambian solas, otras requieren un empujón pequeño o grande y otras más ralentizan la extensión de la igualdad de derechos en la práctica sin que tengamos claro qué hay que hacer para que dejen de hacerlo. A medida que queramos seguir adelante y disminuir el tamaño de los errores tipo IIa (el de no avanzar lo suficiente en el objetivo) será inevitable aumentar el tamaño de los otros errores y llegará un momento en que sean daños colaterales intolerables. Será necesario, entonces, replantearse algunas medidas. Una misma política puede ser sensata cuando el error tipo IIa es muy grande y los demás son pequeños, pero no serlo cuando el error tipo IIa es menor y los demás errores han crecido. El diseño de las medidas tiene que tener en cuenta estos otros errores.

Reconocer los errores para llegar a acuerdos

Quien insiste en corregir solo un error y minimiza los demás puede hacerlo por razones estratégicas, como propaganda que cree que beneficia a su ideología o porque sinceramente cree que su percepción se adecua a la realidad. Igualmente, quien, sin negar la bondad del objetivo de una política, destaca sus errores puede hacerlo exagerando una parte de la realidad o no. Señalar que una fuerte subida del salario mínimo puede perjudicar a algunos trabajadores, además de beneficiar a otros, no significa estar en contra de combatir la precariedad laboral. Hay mucho margen para ponerse de acuerdo entre quienes señalan los distintos errores, sin exagerarlos ni minimizarlos, si para empezar reconocemos que estos existen y deben tenerse en cuenta. Pedir que se fomente la igualdad de género sin menoscabar la presunción de inocencia no es estar en contra de la igualdad. Tampoco lo es pedir que se normalice el uso de una lengua sin limitar los derechos de los hablantes de la otra. Esto es cierto aunque estemos lejos de conseguir la plena igualdad de género o de normalización de la lengua. Más aún, seguiría siendo cierto incluso si hubiera una apreciación general de que el daño social de estar lejos del objetivo es mayor que el daño social de los efectos colaterales de algunas políticas. Simplemente hay que diseñarlas mejor.