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¿Es China un país socialista?

Esta entrada es la traducción del inglés de un artículo publicado en Mapping Ignorance. Se ofrece a los lectores de Nada es Gratis con el permiso de ambos portales.

Cada día se habla más del momento en que la economía de China supere a la de USA, aunque en renta per cápita será todavía inferior. Comoquiera que hay componentes ideológicas a la hora de evaluar este hito no está de más responder a la pregunta sobre si es el logro de un país socialista o no.

Hace no mucho, Barry Naughton se hizo esa pregunta y su respuesta se publicó en el Journal of Economic Perspectives. Aquí les resumo el artículo.

Para examinar la cuestión, lo primero que hace Naughton es tomar una definición operativa de socialismo. En una acepción amplia, un sistema socialista plausible debería ser juzgado por cuatro criterios:

Capacidad: la habilidad para controlar activos y flujos de renta.

Intención: el fin de moldear la economía para lograr resultados deseados.

Redistribución: el éxito de las políticas económicas para ayudar a los pobres.

Sensibilidad: el sistema tiene un mecanismo para redirigir sus políticas si las preferencias de la población cambian.

Capacidad

Hasta 1978 China era una economía centralizada, pero en los años 80 y 90 fue perdiendo gradualmente el control de gran parte del producto nacional. Esta tendencia ha cambiado de nuevo en los últimos 20 años, periodo en el que los ingresos públicos han subido del 14 % al 38 % del PIB. Los ingresos incluyen impuestos y cuotas de seguridad social, así como rentas de la tierra y beneficios de las empresas de titularidad estatal. Los ingresos fiscales en China del año 2015 fueron el 21,8 % del PIB, y se situaron en la media de los países de la OCDE, pero por encima de lo que ocurre en países con renta per cápita similar. En contraste con otros países, el impuesto sobre la renta supone solo un 1,3 % del PIB, mientras que el IVA y el impuesto de sociedades son mayores. Las contribuciones a la seguridad social fueron el 6,8 % del PIB en 2015, una cifra menor que en los países de la OCDE, pero alta para un país de renta media. Las otras dos categorías, rentas de la tierra y beneficios de empresas públicas son únicos en China, y representan un 6,1 % adicional en relación al PIB. Con un control del 38 % del PIB, el gobierno chino es grande, está bien dotado de ingresos y es potencialmente altamente intrusivo.

El control directo de los medios de producción en China ha cambiado drásticamente. Hasta 1978 prácticamente todos los activos productivos eran propiedad del estado o de colectivos agrícolas. De acuerdo con el censo económico chino de 2013, los trabajadores de las empresas controladas por el estado eran solamente el 12 % del total de la fuerza de trabajo industrial, menos que lo que tenían Francia o Italia antes de la ola de privatizaciones de los años 80. Con todo, este número puede ser engañoso, puesto que la titularidad pública está concentrada en sectores intensivos en capital. En el total de la economía, la propiedad estatal de los activos industriales en 2014 era el 38 % del total. La propiedad pública es todavía más prevalente en el sector servicios, donde el gobierno controla el 85 % de los activos del sector bancario y la totalidad de las redes de telecomunicaciones y transporte, así como prácticamente toda la educación y los servicios culturales, de salud, científicos y tecnológicos, además de los medios de comunicación.

Intención

El sistema chino tiene dos mecanismos para promover el desarrollo: incentivos burocráticos que recompensan a los directivos públicos según el crecimiento, y la planificación central.

Tras el éxito de las empresas locales en pueblos y ciudades a principios de los 80, los planificadores chinos han vinculado las carreras profesionales de los directivos locales con los resultados económicos de su localidad. Comenzando en 1980, las autoridades establecieron formalmente objetivos para los burócratas en todos los niveles, y dieron un peso explícito a su cumplimiento en la función de evaluación. La literatura de incentivos dice que un sistema de incentivos de este tipo solo puede funcionar cuando hay un único objetivo prioritario, lo cual era el caso de los líderes chinos de las últimas décadas, concentrados en el crecimiento económico.

La planificación central se usó hasta finales de los años 70 y fue abandonada en los 20 años siguientes. Sin embargo, desde comienzos del siglo 21, los planes a largo plazo han vuelto con fuerza (aquí). Hoy día, China opera con cientos de planes nacionales y locales elaborados a partir de un plan quinquenal central. En China los objetivos se realizan a través de la acción administrativa en lugar de a través de legislación y regulación, pero los agentes descentralizados son libres de elegir los pasos específicos. Aún así, hay poca evidencia de que estos planes tengan algún efecto en moldear la economía China. Por ejemplo, la red de ferrocarriles de alta velocidad no aparecía en los planes quinquenales hasta 2016, cuando la red tenía ya 19 000 kilómetros.

Redistribución

Entre 1978 y 2014 el PIB per cápita chino se ha multiplicado por 20, el crecimiento más rápido y sostenido de cualquier economía en la historia, pasando de un nivel de desarrollo humano bajo a un nivel alto de acuerdo con el Índice de Desarrollo Humano. Por el contrario, la redistribución de la renta y la oferta de bienes públicos han tenido un éxito limitado. Antes del milagro económico, China era pobre e igualitaria, con un índice de Gini de 0,28. Ahora se ha convertido en una economía mucho más rica, pero con grandes desigualdades. El índice de Gini alcanzó su nivel más alto (0,49) en los años 2008-2009, y desde entonces ha bajado levemente. Aunque que la desigualdad es mayor en las áreas rurales, la mayor fuente de diferencias se da entre la población rural y la urbana, y esta diferencia se ha incrementado. Ahora la renta media urbana es 3,3 veces la rural, mientras que a principios de los 80 era menos del doble.

La reducción de la pobreza desde el comienzo de las reformas ha sido excelente. Las estimaciones más conservadoras daban 260 millones de personas en áreas rurales por debajo de la línea de pobreza absoluta (1,9 dólares al día según la capacidad de compra en 2011) a finales de los 80 y principios de los 90, número que se ha reducido hasta 56 millones en 2015 (Wei, 2016 [3]). Es difícil decir si esta reducción se debe a las políticas gubernamentales. China tiene desde 1986 una política activa cuyo objetivo son las comarcas pobres. Cerca de un cuarto de las comarcas chinas están designadas como pobres, lo que supone transferencias fiscales para el desarrollo de la economía local, infraestructuras, comida por trabajo y préstamos subsidiados. El problema es que los objetivos geográficos se olvidan de los pobres fuera de las áreas objetivo y benefician a los ricos de esas regiones. Además, una proporción de las transferencias presupuestales inflan los gastos administrativos en lugar de ayudar a los pobres (aquí). Por lo memos esos programas aseguran que los burócratas locales tienen recursos en sus carreras por el crecimiento.

La contribución directa del estado a las prestaciones sociales es todavía sorprendentemente pequeña. En 2014, las provisiones presupuestarias del gobierno para la educación eran el 3,6 % del PIB; para la sanidad, el 1,6 %, y para las viviendas públicas, el 0,8 %. Como el impuesto sobre la renta de las personas físicas es muy bajo, la redistribución vía imposición progresiva es muy pequeña.

La provisión de bienes públicos se ve mejor en la manera en que China está conectada con una red completa de autopistas y carreteras, y con una red a punto de completarse de tren de alta velocidad. Sin embargo, el deterioro medioambiental nunca ha sido una prioridad. Hasta el presente, China ha sufrido un deterioro sustancial en este sentido que muestra señales de haber tocado fondo, pero con solo unos pocos indicadores que muestren una mejora significativa.

Sensibilidad

China es un gobierno autocrático, donde todos los procesos políticos están controlados por el Partido Comunista. Una de las características peculiares del Partido Comunista Chino es su elitismo no disimulado. En 2002, el partido redefinió sus reclamaciones de legitimidad para centrarse en las élites y en los trabajadores educados, en lugar de en la totalidad de la clase trabajadora, como era lo tradicional. De hecho, la etiqueta alternativa más apropiada para China es la de “capitalismo de estado” (aquí se explica con más detalle). Con el poder tan concentrado, con poca transparencia, y con pocos controles y rendición de cuentas es inevitable que el control de los que tienen el poder perdure y que la corrupción sea un problema mayor.

En opinión de Naughton, China no puede ser considerada un país socialista hasta que haga un mayor progreso en cumplir los objetivos políticos declarados por ella misma en temas de seguridad social, redistribución de la renta y la solución de los problemas medioambientales.