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Cuándo funciona la planificación

Estamos viviendo una situación excepcional en muchos sentidos. En el económico, además de la reducción de la actividad económica, primero al mínimo con solo servicios esenciales y luego con desescalada, hemos experimentado con la planificación: las órdenes de qué actividad es permisible en qué momento, el requisamiento de material, la adopción de precios máximos y, sobre todo, la reorganización del sector sanitario. Esto ha dado lugar a un cierto debate sobre el papel del Estado en la economía y, en particular, se han desempolvado argumentos sobre la superioridad de la planificación frente al mercado. Un ejemplo muy comentado en su momento fue la capacidad de las autoridades chinas para construir el hospital Huoshenshan, en Wuhan, en diez días o, en nuestro país, la capacidad de convertir en hospital las instalaciones de IFEMA, en Madrid, en 48 horas.

El argumento general de que la planificación es mejor porque ha sido necesaria para enfrentar la crisis sanitaria no tiene sentido. Sería como decir que el confinamiento es un mejor estilo de vida por la misma razón. Y eso sin llegar a decir que la planificación ha sido solo parcial (en las áreas sanitarias) o negativa (tal actividad queda prohibida), sin entrar en otras áreas, como la alimentación, que ha abastecido a la sociedad sin que el sector estuviera sujeto a planificación central. Las extrapolaciones a partir de casos particulares, como los de los hospitales construidos deberían ir acompañadas de argumentos que mostraran que la extrapolación a otras actividades está bien fundamentada.

Que un argumento para defender una postura no sea bueno no quiere decir que esa postura sea inadecuada, sino que, de serlo, su justificación vendría por otros argumentos mejor construidos. En esta entrada intentaré mostrar las circunstancias en las que la planificación económica puede tener sentido.

Ocurre un accidente y se llama al servicio de urgencias. Desde la centralita se envía una ambulancia, la que pueda llegar más rápidamente. No se establece ninguna subasta entre las ambulancias para ver cuál de ellas acude y a qué precio, no hay ningún mercado en el que dilucidar a qué ambulancia se le contrata ese servicio. No hace falta.

En contra de lo que muchas veces pueda parecer, la Economía no va de precios (no principalmente) sino de cantidades: qué cantidades de qué bienes y servicios producir, con qué cantidad de recursos, con qué tecnología y qué cantidades de cada bien y servicio irán a cada ciudadano. Los precios de mercado son solo una manera de orientar estas decisiones. Cuando ya sabemos qué cantidad es la óptima que producir con una determinada tecnología o que consumir por parte de una ciudadana, no hace falta más. La pregunta relevante es ¿cuándo lo sabemos?

En el ejemplo de la ambulancia lo óptimo es enviar de la manera más rápida una ambulancia, no dos ni ninguna sino exactamente una. Los euros que se puedan ahorrar por traer una ambulancia más barata que está un poco más lejos no compensarán por los minutos de más que tardaría.

Hay otras circunstancias en las que sabemos qué hacer. En situaciones de guerra total, como en la Segunda Guerra Mundial, lo prioritario es el aprovisionamiento del ejército con soldados, armas y material de guerra entre otras cosas. El resto de la economía puede estar en mínimos. Si los generales son competentes, sabrán lo que necesitan y el país se pondrá a producirlo, sabrán también qué problemas técnicos sería bueno resolver y orientarán la investigación para resolverlos. Así se desarrolló el radar, por ejemplo. Los problemas de la planificación surgen cuando hay que tomar nuevas decisiones. Veamos algunos casos.

1. En mi encuentro con ingenieros y físicos, muchos parecen entender la producción como un problema casi exclusivamente tecnológico. En un nivel, el que se refiere estrictamente a la producción, esto es ciertamente así, pero en un sentido más amplio deben incluirse las decisiones de qué producir y con qué tecnología. El qué producir es una decisión de riesgo. ¿Estaremos produciendo mucho o poco? ¿Alguien querrá lo que producimos? ¿Lo querrán al precio que queremos vender? La decisión de elección de la tecnología puede parecer exclusivamente ingenieril, pero no es así. Muy a menudo compiten varias tecnologías para producir un bien o servicio y con la complicación de que esas posibilidades tecnológicas pueden cambiar en el futuro, así que hay que tomar otra vez decisiones de riesgo. A veces el conocimiento científico y técnico está disponible, pero su aplicación a la fabricación de bienes de consumo deja mucho que desear. Los conocimientos de física y de la tecnología del motor de combustión interna eran perfectamente conocidos por los ingenieros de la República Democrática Alemana, pero esa economía fue incapaz de desarrollar una industria automovilística mínimamente comparable a la de la República Federal Alemana. Si añadimos los problemas de buscar proveedores, clientes, respaldo legal, decidir cómo crecer, cómo invertir, repartir beneficios, etc., encontramos todavía más dimensiones económicas, no ingenieriles, de la producción

2. Un país inicia su revolución socialista, el gobierno se apropia de los medios de producción. Nada se les oculta del proceso de fabricación, en el gobierno hay personal que conoce perfectamente cómo se desarrolla la producción y que saben quienes son los proveedores y clientes, pero fracasan. Ha faltado todo lo que se señalaba en el punto anterior. No saber estas cosas es lo que me hace pensar que muchos de mis contertulios científicos sean a menudo proclives a la planificación. No ven el problema económico de la producción, solo el limitado de la transformación de inputs en outputs.

3. En tiempos modernos, con parte de la humanidad desnutrida o, directamente, que se muere de hambre y con los recursos materiales para evitar esa situación, uno puede muy bien también caer en la tentación de pensar que no hay problema de producción agrícola o que su solución sería muy fácil. Y ciertamente lo sería, pero solo a corto plazo. Casi cualquier persona que pudiera tomar las riendas de la producción agrícola del mundo podría repartir lo producido para eliminar el hambre, porque ahora se produce lo suficiente. Sin embargo, sin un plan viable de qué hacer al día siguiente, el problema volverá a surgir y con mayor intensidad (vean la historia agrícola de la URSS y de la China de Mao). El problema, claro está, es mantener la producción y para ello hay que mantener el incentivo para que los millones de agricultores, obreros, inversores y propietarios sigan tomando las decisiones de producir eficientemente y eso no se soluciona solamente con tecnología, a pesar de ser absolutamente necesaria. Y lo que debe acompañar a la tecnología no es ideología, precisamente, sino buena economía.

Cosas parecidas se pueden decir sobre las nacionalizaciones. Funcionan durante un tiempo, pero en cuanto no sea fácil saber por parte de una autoridad central qué es lo que hay que hacer comenzarán los problemas, de manera que un mecanismo más descentralizado de decisión, que respete las preferencias de los individuos, las necesidades de cada empresa y permita aprovechar el conocimiento de cada uno de los agentes económicos será más deseable.

Tenemos en la economía moderna un ejemplo reciente. Hasta los años 1990s las empresas de telecomunicaciones eran públicas o monopolios fuertemente regulados. Mientras el Estado conocía la tecnología y sus posibilidades podía regular el monopolio obligándole a dar un tipo de servicio a un precio para el ciudadano que permitiera a la empresa recuperar la inversión y tener un beneficio razonable. El problema surge en cuanto se complican las cosas. Si la empresa consigue una mejora tecnológica que le permita tener menos costes, la regulación que garantiza el beneficio normal será una rémora. ¿Para qué reducir costes si va a ganar lo mismo?

Los economistas vieron eso y propusieron abrir el sector a la competencia (aquí, p.e.). La pérdida de eficiencia por duplicar algunas inversiones se vería más que compensada por los incentivos a reducir costes. En pocos años se universalizaron tecnologías que apenas se usaban (fax, llamadas a tres, buzón de voz, terminales extra, etc.) y pocos años después se produjo la explosión en las telecomunicaciones que nos ha traído los teléfonos inteligentes.

Hay dos sectores en los que el consumidor elige poco, como son la educación básica y la salud. El elegir poco es en relación a otros sectores y en relación a la cantidad de características del bien que están ya decididas. No se eligen los contenidos de las matemáticas, ni de la literatura. En la mayoría de las enfermedades hay uno o dos protocolos de tratamiento y no hay más donde elegir. En estos casos no es de extrañar que la planificación pueda funcionar, aunque es cierto que funciona todavía mejor si compite con proveedores privados. También la Renault nacionalizada en Francia era mejor empresa al competir con otras empresas automovilísticas privadas que la que producía el modelo Trabant en la República Democrática Alemana.