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Desde València con fango: instituciones con pies de barro

Tras los terribles acontecimientos del 29 de octubre en València, estamos de luto y desde Nada es Gratis queremos contribuir con distintas visiones de la catástrofe. Hoy, nuestro editor Jordi Paniagua de la Universitat de València empieza compartiendo su reflexión personal sobre el terreno.

Este tercer octubre nefasto en València nos ha dejado con la impresión de tener unas instituciones incapaces de gestionar la magnitud del desastre natural (con honrosas excepciones como la Universitat de València, que canceló las clases ya el lunes). La labor de todos los cuerpos involucrados en el rescate está siendo inmensa, pero con pies de fango: insuficiente, lenta y poco visible. La percepción común recogida entre los miles de voluntarios que hemos estado limpiando y removiendo barro de los hogares de vecinos anónimos es la de no encontrar rastro de una administración capaz. Se mezclan sensaciones de incredulidad, incomprensión y desasosiego entre sudor, lodo y lágrimas.

Más que en su fortaleza o calidad, las instituciones han fallado en demostrar la capacidad para responder rápida y transparentemente al desastre. La rapidez en estos casos es vital: es la diferencia entre rescatar vidas hoy o recoger cadáveres mañana. Además, sus responsables han fallado en su función pedagógica de explicar las razones de la limitada respuesta y rapidez institucional. Restaurar la normalidad rápidamente es urgente, pero restaurar lentamente la confianza en la gestión y alcance de las instituciones es importante. Sabemos que la calidad y capacidad institucional serán la mejor fórmula para crecer tras el desastre natural, que dada su asociación con el cambio climático no será el último.

España dispone de suficientes recursos y personal preparados para dar una respuesta ágil y sólida a estos trágicos fenómenos naturales. Por ejemplo, los dos cuarteles generales de alta disponibilidad: uno marítimo, a bordo del buque Castilla con base en Rota (Cádiz), y otro terrestre en Bétera (Valencia), que además cuenta con un Estado Mayor internacional. El de Bétera es uno de los nueve cuarteles en Europa habilitados para actuar como Cuartel General de Cuerpo de Despliegue Rápido  de la Alianza Atlántica y la primera base de la OTAN preparada para un despliegue anfibio. Estos centros de mando se pueden dirigir hasta 120.000 militares en una amplia gama de misiones, desde la gestión de desastres y el mantenimiento de la paz hasta la lucha contra el terrorismo y el combate de alta intensidad. De hecho, el cuartel de Bétera ha sido uno de los primeros movilizados para hacer frente a los desperfectos de la DANA.

Conozco bien el cuartel de Bétera y no solo por cercanía. En una de esas tareas académicas invisibles para engrosar el apartado de ‘transferencia’ (aunque no me sirvió para el sexenio de transferencia), hace diez años participé en los ejercicios de certificación del cuartel Trident Jaguar. Tras pasar el escrutinio de seguridad NATO SECRET, me incorporé como Subject Matter Expert, con licencia para tratar temas económicos en situaciones de emergencia.

Durante los ejercicios de certificación de la OTAN, pude comprobar la profesionalidad y competencia —incluida la lingüística— de los mandos del ejército español. También observé algunos aspectos menos transparentes, como la sugerencia que reciben los gerentes de empresas suministradoras para incorporarse como reservistas (hay más de 3.000 reservistas en el ejército). El teatro de operaciones simulaba una invasión rusa (¡en 2014!) de un país báltico ficticio, que curiosamente tenía la forma de Nueva Zelanda. Recuerdo haber preguntado si era un escenario plausible y la respuesta aún me deja atónito una década después.

Me incorporé a un destacamento encargado de coordinar la ayuda humanitaria y minimizar el impacto económico en la zona invadida. Era como jugar una partida de Risk: periódicamente recibíamos una nueva evolución de la situación y contábamos con un tiempo limitado para responder. Más adelante, se nos comunicó con muy poca antelación (unas 24 horas) la simulación de un conflicto en un escenario real y en menos de un día se movilizaron 1.400 efectivos en Menorca.  Al completar las pruebas, la base Jaume I de Bétera se convirtió en el primer cuartel en certificarse para un despliegue terrestre, marítimo y aéreo de alta disponibilidad.

Mis excompañeros de uniforme expresan con natural frustración aquí que siguen jugando al parchís, sin poder llevar agua a los vecinos de Paiporta. Un amigo me comentaba con sorna que tal vez están en alerta por si Francia decide invadirnos de nuevo. Mientras no haya disparos en la frontera o un desastre mayor en el Atlántico Norte, podrían desplazarse en menos de una hora hasta l’Horta Sud para asumir la tarea para la que están capacitados: la gestión de desastres. Y si, en efecto, Francia volviera a atacarnos en vez de ofrecer ayuda, entenderemos que se movilicen rápidamente para el combate en el norte.

Mitigar la creciente desconfianza en la dirección y magnitud del vector institucional es importante durante y vital tras el desescombro. Por ejemplo, reforzando la disponibilidad de nuestras instituciones para dar respuestas rápidas, visibles y transparentes. De lo contrario, empezaremos a pensar que quizá sería mejor dejar que nos invada Francia, no sea que terminemos ganando nuevamente la única guerra que, dadas las circunstancias, quizá deberíamos haber perdido.