El 10 de marzo pasado, las autoridades financieras americanas tomaron control de Silicon Valley Bank, el decimosexto banco en volumen de activos en Estados Unidos. Sólo 48 horas después, el 12 de marzo, hicieron la misma operación con otra entidad, Signature Bank. Mientras escribo estas líneas ha aparecido la noticia de la línea de crédito que Credit Suisse, el segundo banco de Suiza, ha pedido al banco central de ese país. Estos episodios han puesto a prueba, una vez más, los cimientos del sistema financiero mundial, aunque esta vez parece que será un temblor de esos menores que asustan pero que sólo sacuden los platos de las vitrinas y no el tsunami financiero de 2008. Entre otras cosas, por la decidida respuesta de las autoridades monetarias y financieras de Estados Unidos y Suiza.
La crónica simplificada (seguro que los lectores ya han leído unas cuantas) de lo que ha pasado con Silicon Valley Bank (SVB) se relata como sigue. SVB es (aunque intervenido, todavía funciona) un banco cuyos clientes son fundamentalmente empresas emergentes tecnológicas. Estas empresas junto a inversores de capital riesgo mantenían enormes sumas de depósitos que el banco utilizaba para invertir en activos de renta fija, principalmente deuda pública a largo plazo y activos con garantía hipotecaria (MBS, Mortgage Backed Securities). Un incremento de la demanda de depósitos por parte de sus clientes obligó a SVB a vender parte de esos activos para obtener la liquidez con la que hacer frente a esas obligaciones. Dada la situación actual de subidas de tipos en Estados Unidos, los precios de los activos de renta fija que tenía SVB en su balance habían caído significativamente. Esto es porque ahora hay en el mercado nuevos activos similares pero mucho más rentables que los que compró SVB. La venta a descuento generó pérdidas al banco. Para cubrir esas pérdidas, SVB intentó obtener 2.250 millones de dólares de capital en el mercado. Esa repentina demanda de capital precipitó un pánico bancario que acabó con la entidad de crédito cuando los depositantes quisieron retirar, sólo en el día 9 de marzo, 42.000 millones de dólares, aproximadamente la cuarta parte de los depósitos con los que contaba el banco. Para algunos analistas, Signature Bank y Credit Swiss son fruto del contagio resultante de la caída de SVB aunque por diferentes razones (que darían para escribir otro post).
En los medios se señala la desregulación que llevó a cabo el ejecutivo de Donald Trump en 2018 como el origen de estas quiebras (aquí, por ejemplo). Entre otras medidas, Trump aumentó el tamaño a partir del cual un banco era considerado sistémico. Hasta esa fecha, ese tamaño era de 50.000 millones de dólares. Trump quintuplicó esa cantidad, elevándola a 250.000 millones de euros. Esto es importante, ya que un banco sistémico está sujeto a más controles y ha de cumplir requisitos prudenciales más exigentes que un banco no sistémico. SVB, con sus 200.000 millones de euros en activos, hubiera sido considerado sistémico con la ley anterior pero no con la nueva. Al evitar los controles de un banco sistémico, algunos analistas argumentan, no se pudieron detectar sus problemas hasta que fue demasiado tarde. Y eso a pesar de que ya hacía tiempo que la FED había enviado a SVB unos cuantos avisos de gestión de riesgos.
Sin embargo, otros analistas defienden, de manera bastante convincente, que el cambio legislativo de 2018 no fue el origen del problema. Viendo las cuentas del banco en diciembre de 2022, SVB hubiera pasado los requisitos que se le hubieran exigido como entidad sistémica, al menos los de liquidez. El cambio legislativo del 2018 puede haber sido una terrible idea a nivel general, pero no es responsable de la quiebra de SVB. A mi entender, este caso es importante por otras razones. En particular creo que es importante porque nos obliga a repensar algunas lecciones que creíamos que teníamos aprendidas sobre la gestión de riesgos bancarios. Y, lo que es más importante, son lecciones sobre las que se ha diseñado la política prudencial. Por motivos de espacio me voy a concentrar en dos de estas lecciones.
Lección 1. Cuanto menos riesgo asuma un banco en su activo, menos capital ha de mantener, proporcionalmente.
El capital de un banco (o, de hecho, de cualquier empresa) es la diferencia entre el valor de su activo y el valor de su pasivo. A menudo se oye que el capital es un activo que se guarda para compensar futuras pérdidas, pero está percepción es errónea. El capital es una forma de financiación de un banco, no un activo. El capital se acumula porque los activos que mantienen los bancos en sus balances presentan riesgos derivados del cambio en su precio o porque sus deudores no pagan sus obligaciones. Cuando, por estas razones, el valor del activo de un banco cae, el capital absorbe esas pérdidas para que no afecten a los acreedores del banco, lo que llevaría a la entidad a la insolvencia.
La regulación financiera de cada país determina cuánto capital han de mantener los bancos como proporción de su activo. Esto es lo que se denomina requerimientos de capital. Uno de esos requerimientos determina las necesidades de capital en función del riesgo que presenta cada activo en cuestión. Cuánto mayor riesgo presente el activo, mayor es su contribución en el capital que ha de mantener el banco como proporción de esa inversión. En Estados Unidos, así como en los países que han adoptado las recomendaciones de Basilea III, la deuda pública se considera tan segura que sus requerimientos de capital son menores que la del resto de activos y puede llegar a ser del 0%.
Aquí es donde tenemos la primera paradoja. SVB era un banco aparentemente seguro porque invertía una proporción enorme (más del 50% de su activo) en los activos considerados relativamente más seguros, deuda pública y en MBS. Aun así, sin embargo, quiebra. Es cierto que los avisos de la Fed desde 2019 hasta 2021 llevaron al banco central norteamericano a una revisión completa de supervisión. Pero estos avisos no se tradujeron en acciones correctivas concretas por parte de SVB. Como prueba, a finales de diciembre, cuando ya habían pasado meses de las subidas de tipos de interés en Estados Unidos, SVB presentó el formulario 10-K a la SEC (la CNMV americana) que incluye un informe describiendo los riesgos a los que se enfrentaba. En las páginas 22 y 23 de ese informe se menciona explícitamente los riesgos asociados al efecto que sobre el precio de sus activos de renta fija podría tener el incremento de tipos de interés. Pero se menciona de pasada, como uno más de los riesgos derivados de los incrementos en tipos de interés que estaba viviendo la economía americana. Se pone mucho más énfasis en cómo esos incrementos de tipos podían afectar a los préstamos impagados o a la renta derivada del margen de intereses que el banco cobraba. A pesar de la revisión de la Fed, parece que tampoco se encendieron las alarmas en la SEC.
Lección 2. Tener muchos activos líquidos es una garantía para prevenir pánicos bancarios.
La liquidez de los activos de un banco se define como su capacidad para contribuir a que esa institución financera pueda cumplir sus obligaciones de pago. Esas obligaciones de pago tienen que ver con el deseo de los acreedores del banco de disponer de sus fondos. Pensemos, por ejemplo, en los depósitos a la vista, que están disponibles a demanda de los depositantes. El potencial uso de esos depósitos en cualquier momento por parte de esos depositantes para hacer pagos a terceras partes obliga a los bancos a mantener colchones de liquidez con los que atender esas obligaciones en un tiempo razonable.
De nuevo, la regulación financiera de cada país determina cuánto activos líquidos han de mantener los bancos como proporción de los tipos de obligaciones que ha contraído en su pasivo. Esto es lo que se denomina Coeficiente de Cobertura de Liquidez (LCR, Liquidity Coverage Ratio). Cada activo, en función de su liquidez contribuye de forma diferente respecto al cumplimiento de estos requisitos. También han de mantener un equilibrio entre sus fuentes de financiación, lo que se llama Coeficiente de Financiación Estable Neta (NSFR, Net Stable Funding Ratio). Este coeficiente requiere que un banco, relativo al perfil de sus activos, mantenga un mínimo nivel en tipos de financiación que se esperan permanezcan estables por lo menos 1 año.
Dado que los bancos mantienen sólo una fracción de su balance en activos líquidos, la percepción generalizada es que cuanto mayor sea esa fracción, más fácil será cumplir con sus obligaciones y, por tanto, los depositantes no han de preocuparse de que no puedan hacer uso de sus depósitos. Se da la circunstancia que los títulos de deuda pública son, después del efectivo y las reservas en el banco central, los activos más líquidos que existen. Y, como he comentado arriba, las inversiones de SVB se habían concentrado en este tipo de activos. SVB, por lo tanto, era, a priori, un banco muy líquido. Tenía un porcentaje de activos líquidos de gran calidad (HQLA, High Quality Liquid Assets) de más del 25% de su pasivo.
El problema que tenía SVB era que la mayoría de su pasivo, el 89%, eran depósitos y la mayoría de estos depósitos, el 94%, no estaba asegurado. Es decir, superaban los 250.000 dólares de límite que establece el seguro de depósitos americano. Estos límites se establecen, entre otras cosas, porque van asociados a las primas que pagan los bancos y para que, en caso de un pánico bancario, el seguro tenga suficientes fondos para cubrir a los depositantes.
Todos los bancos hacen simulaciones sobre escenarios donde han de enfrentarse a demandas elevadas de liquidez por parte de sus clientes. En particular, estas simulaciones evalúan la capacidad del banco de aguantar situaciones de tensión de liquidez durante 30 días naturales. En ese tiempo se espera que la entidad haya podido tomar medidas correctoras o haya sido liquidada de forma ordenada. Estas simulaciones se incluyen, entre otros sitios, en los formularios 10-K que se envían a la SEC. De nuevo, nadie detectó que SVB pudiera tener un problema de liquidez y, mirando su balance, satisfacía hasta los criterios de liquidez de las entidades sistémicas.
La experiencia de SVB nos lleva a dos reflexiones adicionales. Por un lado, los requerimientos de liquidez no están diseñados para garantizar que un banco sobreviva un pánico bancario. Un pánico bancario no ocurre en 30 días, ocurre repentinamente en pocos días. Y más cuando, como en este caso, el problema aparece precisamente en el valor de los activos que se supone han de solucionar el problema de liquidez.
La segunda reflexión tiene que ver con la primera. Si se hubiera detectado un problema de liquidez, parte de la solución hubiera pasado, entre otras cosas, por adquirir más deuda publica lo que, eventualmente, hubiera agravado todavía más el problema precisamente porque la reducción del valor de su activo hubiera sido todavía mayor.