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¿Se deberían grabar las clases?

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Una de las pocas consecuencias positivas de lo sucedido en los últimos meses ha sido la rápida adopción de nuevas tecnologías que, en el caso de la docencia, han permitido trasladar nuestras clases al mundo online. Lo que para muchos era parte de un distante futuro se ha convertido de un día para otro en el presente. La vuelta a las clases presenciales bajo las normas de reducción de aforo implica que en muchas aulas se han instalado cámaras para poder transmitir las clases e implementar un modelo híbrido presencial-online.

¿Cómo utilizar estas nuevas tecnologías? Una propuesta muy atractiva es aprovecharla para grabar las clases y así permitir que los estudiantes las visualicen más adelante. Los partidarios de su uso tienen claras sus ventajas: los estudiantes están muy a favor de ello (según algunas encuestas el apoyo se acerca al 90%), los profesores no tienen que hacer ningún esfuerzo para adaptar sus hábitos docentes y los resultados académicos en toda lógica deberían mejorar. Si esto les suena demasiado bueno para ser cierto, es porque lo es.

La evidencia de los últimos años de lo que en inglés se denomina lecture capture indica que su efecto sobre los resultados académicos es, si algo, negativo. Edwards y Clinton (2019) comparan alumnos de grado del mismo curso en dos años consecutivos. En el primer año las clases no se grababan mientras que en el segundo sí. Su resultado es que, controlando por las características de los estudiantes, la disponibilidad de las grabaciones reduce su desempeño académico.

Uno de los aspectos más interesantes de este estudio es que puede identificar el mecanismo que genera este resultado negativo. Los autores pueden observar qué estudiantes ven las grabaciones y qué estudiantes no. Esto permite distinguir el efecto de la disponibilidad de las grabaciones y el efecto del uso de las mismas. Como se puede ver en el siguiente gráfico, la disponibilidad de la grabaciones reduce la asistencia a clase de manera muy significativa. Los estudiantes que no asisten a ninguna de las clases pasa del 20% al 40%.

Como los autores muestran, una menor asistencia se traduce en peores resultados académicos. De manera preocupante, los estudiantes que dejan de asistir a clase son habitualmente los que tienen un peor desempeño.

¿Y qué hay del uso de las grabaciones? Uno pensaría que aquellos estudiantes que asisten a clase y ven las grabaciones mejorarían sus resultados. Sin embargo, en este trabajo muestran que ver las grabaciones, controlando por las características de los estudiantes, no tiene un efecto estadísticamente significativo sobre sus notas. No hay, por tanto, efectos positivos que puedan compensar la menor asistencia a clase. Variaciones de este resultado han sido documentadas en otros estudios como Johnston y otros (2012) o Doggrell (2020).

La grabación de clases puede tener además otros efectos indeseados. Entre ellos, está la pérdida de espontaneidad en la interacción entre estudiantes y el profesor. Saber que lo que se diga será grabado hace que los participantes en una clase midan más sus palabras y, por ejemplo, eviten hacer preguntas que les puedan hacer quedar mal. Este efecto se combina además con el hecho de que estas grabaciones pueden salir fácilmente al dominio público, por muchas restricciones que la institución imponga (y sino que se lo digan a las plataformas de streaming de pago).

La evidencia anterior se podría interpretar como que, en promedio, grabar las clases no contribuye al desempeño de los estudiantes. En otras palabras, podría haber algunas situaciones en los que grabar las clases pueda ayudar. En casos en los que la interacción con los estudiantes no sea muy importante, por ejemplo, por que estamos hablando de clases magistrales ante una audiencia muy grande, se puede utilizar la grabación de las clases como una pseudo-alternativa a la atención personalizada a los estudiantes para responder sus dudas. Otra cosa es que sea deseable tener este tipo de clases unidireccionales.

Otro ejemplo es el uso en las clases online. La comunicación entre estudiantes y profesores bajo este formato es menos fluida que en las clases presenciales y a menudo los contenidos que se explican son más difíciles de transmitir. Grabar la clase para que los estudiantes puedan ver las partes que no han entendido más adelante puede ser útil. De acuerdo a una encuesta que realicé en mi curso durante el último trimestre del curso anterior, la mitad de los estudiantes habían utilizado las grabaciones alguna vez.

Mi duda es si lo que muchos han interpretado como dar clase online no es más que trasladar las cosas que hacemos habitualmente en las clases presenciales a otro entorno. Las circunstancias del covid-19 nos obligaron a adaptar nuestras clases a ese formato prácticamente de un día para otro y en la mayor parte de los casos no pudimos planificar una manera de enseñar ajustada a este medio. La experiencia nos ha mostrado que dar clase online es algo muy diferente. Largas sesiones delante de transparencias generan fatiga y no tienen el mismo impacto educativo en el entorno virtual donde la atención es más escasa. La falta de interacción debe ser compensada utilizando otros métodos educativos.

Por último, me gustaría enfatizar que la grabación de clases también conlleva riesgos de largo plazo. Da a los docentes una falsa sensación de haber innovado. Y eso es un error. Además de actualizar nuestro temario es importante que evaluemos constantemente las nuevas tecnologías y las adaptemos a nuestras necesidades. La grabación de las clases nos promete de manera irreal que podemos mejorar nuestra docencia y adaptarnos a los tiempos sin coste alguno. Además de no ser cierto, seguro que será la excusa perfecta de más de uno para ignorar otros cambios más difíciles de implementar pero de mucho más calado. Como siempre, nada es gratis.