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La contaminación entra en campaña. Y no augura nada bueno

Las medidas aprobadas en los últimos años orientadas a reducir la contaminación en las ciudades, impuestas en gran parte por la Unión Europea, han aumentado la concienciación de la población acerca de su importancia en especial a lo referido a  la salud. Es, por tanto, bienvenido que en esta campaña electoral se hable de qué medidas tomar. Lo que es preocupante, sin embargo, es que a menudo se están proponiendo exactamente las medidas opuestas a las que deseables. Madrid que es junto Barcelona la ciudad donde este problema es más importante es el epicentro de este festival del disparate.

Así, una de las medidas más publicitadas del candidato del PP, José Luis Martínez-Almeida es la necesidad de eliminar carriles bici que se han construido en la última legislatura (entre otros los de la calle Santa Engracia, calle Toledo y la Gran Vía de Hortaleza) “que entorpecen otros modos de moverse” (ver aquí) y eso, a pesar de ser de los más utilizados. La candidata de Ciudadanos, Begoña Villacís, se ha manifestado en la misma dirección, aunque su programa se afirma de manera ambigua que "buscaremos ubicaciones alternativas más favorables para el tránsito".

Empecemos diciendo que proponer eliminar los carriles bici es como el caso del conductor que yendo por la autopista y encontrándose a todos los otros coches de frente piensa que son ellos los que van en dirección contraria. La tendencia en todo el mundo es a promover modos de transporte alternativos menos contaminantes y que contribuyan a mejorar la salud de los ciudadanos, no a dificultarlos.

La supuesta lógica de ésta medida (explicada por el candidato del PP por televisión) es la siguiente: Aumentar el espacio para los vehículos reducirá los atascos y con ello la contaminación. Este argumento es a todas luces erróneo. Aunque es cierto que la contaminación es mayor cuando los coches se encuentran en un atasco, es falso que ampliar las vías para los automóviles conlleve menos congestión. Más carriles atraen más vehículos privados, lo que termina generando los mismos atascos pero con más tráfico. Es lo que Duranton y Turner (2011) llamaron La Ley Fundamental de la Congestión Viaria: El tráfico crece proporcionalmente a la expansión de las infraestructuras que lo permiten. Es por ello que los aparcamientos disuasorios que también prometen no serían efectivos, además de extremadamente caros. Otras medidas destinadas a mejorar la "movilidad" como eliminar Madrid Central y volver a las antiguas Áreas de Prioridad Residencial como propone el PP o quitar los semáforos de la A-5 cómo propone Ciudadanos ahondan en el mismo error.

Este tipo de políticas nos devuelven a tiempos en los que el uso de automóvil era un “derecho” inalienable, algo que, como nos recuerda Peter Norton, no siempre fue así. Gran parte de los ciudadanos (al menos en los EEUU) inicialmente se resistieron a compartir la vía pública con el coche. La presión de la industria y los intereses de la creciente comunidad de usuarios del automóvil, llevaron a los autoridades de todo el mundo a dar un papel preeminente al coche a través de obras que sacrificaban el entorno urbano (incluyendo los infames “scalextrics”) y confinaban al peatón a aceras cada vez más reducidas. Más adelante se consiguió hacer este “derecho” gratuito, al trasladar la financiación de la mayor parte de las carreteras a todos los ciudadanos mediante impuestos, en lugar de peajes.

Por supuesto, esto no significa que las medidas de los partidos que han gobernado el Ayuntamiento de Madrid hayan sido acertadas. Madrid Central y las restricciones al tráfico en episodios de alta contaminación son la solución equivocada, tal y cómo hemos discutido en innumerables ocasiones (ver aquí, aquí, aquí o aquí). Los peajes urbanos tienen mucho más sentido dado que, en la linea de la discusión anterior, permiten disminuir el tráfico y a la vez reducir los atascos. Por este motivo, su aplicación es cada vez más habitual entre las grandes ciudades e, incluso en Barcelona, han entrado a formar parte de la campaña electoral.

En este sentido, aunque no existe evidencia de que eliminar los carriles bici reduzca la contaminación (entre otras cosas porque no debe haber pasado nunca), sí que existe en el caso de la limitación del uso del automóvil mediante peajes urbanos, consiguiendo mejorar substancialmente la salud de los ciudadanos. Entre otros ejemplos, un trabajo reciente de Simenova y co-autores (2018) mide el efecto de los peajes a la entrada de Estocolmo sobre la salud de los niños.

El peaje en Estocolmo es de un máximo de alrededor de 2 euros (varía según la hora del día, siendo cero por las noches o los fines de semana, por ejemplo) y su introducción se hizo en dos etapas. Inicialmente hubo una etapa de prueba y después de su evaluación se implementó de manera permanente. El efecto sobre el tráfico y la contaminación se puede observar en los siguientes gráficos (una reducción de entre el 5 y el 15%). La segunda y la cuarta región corresponden al periodo de prueba y a la implementación definitiva. Las líneas horizontales indican el nivel medio durante el periodo.

Número de coches medio diario para cada mes. Fuente: Simeonova y co-autores (2018).
Nivel de PM10 en comparación con ciudades donde no se adoptó el peaje urbano. Fuente: Simeonova y co-autores (2018).
Nivel de NO2 en comparación con ciudades donde no se adoptó el peaje urbano. Fuente: Simeonova y co-autores (2018).

Los autores relacionan los cambios en la contaminación con los episodios de asma entre los niños. El resultado es que, efectivamente, este peaje conlleva una reducción en el asma. Es interesante, sin embargo, que esta disminución es progresiva en el tiempo. Esto explica porque incluso en el periodo en que el peaje no estaba vigente la incidencia del asma siguiera disminuyendo.

Tasas de asma en la zona restringida respecto a la zona de referencia. Fuente: Simeonova y co-autores (2018).

Por último, me gustaría reiterar que, a diferencia de lo que a menudo se argumenta, los peajes urbanos NO son regresivos. Tal y cómo documentaba Germà Bel recientemente, el uso del automóvil como medio de transporte crece con el nivel de renta. En el caso de Barcelona en 2006 el 36% de los ciudadanos con renta menor a los 1.200 euros al mes utilizaban el coche, mientras que ese porcentaje aumentaba hasta el 85% para los que ganaban más de 6.000 euros. Por tanto, un peaje urbano cuyos ingresos se destinen a mejorar el transporte público beneficia especialmente a los ciudadanos que menos ganan (y, además, mejora la salud de todos). Esperemos que éste no sea el motivo por el que  algunos partidos están más interesados en eliminar carriles bici.