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El falso debate sobre las vacunas

El tema de las vacunas vuelve a estar en primera página de los periódicos debido al caso de difteria diagnosticado a un niño de Olot de 6 años. Este es el primer caso en los últimos 27 años en España. La noticia es que el niño no estaba vacunado contra esta enfermedad altamente infecciosa porque los padres son contrarios a las vacunas.

Como discutían Pedro Rey y Anxo Sánchez en entradas anteriores, no hay dudas sobre los efectos positivos de las vacunas sobre las enfermedades que previenen. Irónicamente, su efectividad es tan alta que al no haber habido casos en décadas nos hayamos olvidado de los gravísimos efectos que pueden tener enfermedades como la difteria o la polio.

Así, muchos padres no tienen en cuenta ese efecto positivo de la vacunación y se dejan convencer por los supuestos efectos negativos que supuestamente tendría sobre los niños. Es bien conocido el estudio, que luego se demostró erróneo, relacionando la vacuna triple vírica con el autismo. Este tipo de mitos hace que padres que se creen más informados que el resto de la población rechacen tratamientos que funcionan y vacunas que previenen enfermedades por tratamientos alternativos que no (de nuevo ver el brillante post de Anxo Sánchez sobre la homeopatía). En cuanto a las "motivaciones" para no vacunar, recomiendo el artículo de Pedro Linde en El País y el famoso libro Bad Science donde, entre otras cosas, Ben Goldacre hace un gran análisis de este tema.

Lo grave de este tipo de decisiones es que la no vacunación de un niño raramente tendrá coste para él. Si la gente a su alrededor está vacunada eso constituirá una barrera suficiente contra la enfermedad, lo que hace que estos padres tomen este tipo de decisiones sin incurrir en el coste de sus acciones. Este efecto “polizon”, sin embargo, hace que las tasas de vacunación estén cayendo en muchos sitios y enfermedades que creíamos erradicadas hayan vuelto porque esta barrera deja de ser efectiva.

¿Cuál es la solución? La más obvia sería la vacunación obligatoria. Aunque personalmente me parece una medida excesiva, eso no es muy distinto de lo que hacemos en otros casos donde pensamos que la externalidad que generan las decisiones de otros es peligrosa. Pensemos, por ejemplo, en los límites de velocidad en las carreteras. Aunque a veces lo parezca, no son opcionales y creemos que respetarlos es beneficioso no solo para el conductor sino para el resto de los usuarios de la carretera cuya seguridad se ve afectada por ello. Richard Epstein hablaba de los pros y cons de la vacunación obligatoria aquí.

La alternativa, mucho más realista, sería que en el espíritu de la literatura sobre externalidades e impuestos de Pigou, se impusiera el coste de sus actos sobre la gente que decide no vacunar. Esto implica, entre otras cosas, que los padres se hagan cargo de los costes del tratamiento (obligatorio) de la enfermedad de su hijo si no está vacunado y el de otras personas que hayan sido afectadas por ese brote, cuando es identificable la causa. Otros sitios, como Australia, están yendo más lejos y proponen eliminar los beneficios sociales a los padres de hijos que no están vacunados. Probablemente, cuando algunos padres vieran cuál es el coste de no vacunar en el bolsillo de otros serían más receptivos a recomendaciones, que como en el caso de las vacunas, persiguen el bien común.