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Adiós a Ronald Coase

El pasado 2 de septiembre murió Ronald Coase a los 102 años, uno de los más influyentes economistas de todos los tiempos. En una profesión en la que muy pocos son capaces de publicar trabajos con ideas suficientemente novedosas para crear una nueva área de investigación, podríamos decir que Coase creó al menos tres nuevas áreas. Esto tiene un mérito especial si tenemos en cuenta que a diferencia de lo que hacemos la mayor parte de los economistas ninguna de sus contribuciones se basó en modelos matemáticos sino más bien en su gran intuición.

Uno de los trabajos que más me fascinó cuando empecé mis estudios en economía fue su artículo”The Nature of the Firm”, publicado en 1937 y que se pregunta por qué existen las empresas. Estamos tan acostumbrados a ellas que no nos planteamos si tienen sentido que existan. Mientras la mayor parte de los economistas estaban preocupados en entender como funcionan los mercados y si son la manera más eficiente de gestionar los recursos escasos, Coase prestaba atención al hecho de que, en realidad, la mayor parte de las transacciones suceden dentro de las empresas. Su respuesta, que ha dado lugar a una de las ramas más importantes en economía industrial, la teoría de la empresa, es la existencia de costes de transacción. Uno puede contratar a un fontanero en el mercado para trabajos puntuales. Esto implica unos costes de búsqueda de llegar a un acuerdo, etc que son asumibles en este tipo de transacciones. Pero si uno necesita un fontanero todos los días estos costes de transacción se pueden evitar contratándolo como parte de la empresa. Por supuesto, las empresas no pueden crecer indefinidamente, dado que los costes de gestionar una organización crecen rápidamente a medida que aumentan su tamaño. El equilibrio entre las dos fuerzas determina el tamaño de una empresa.

A pesar de que la contribución anterior ha sido esencial en el campo de la economía industrial, su aportación más conocida en la profesión es su artículo “The Problem of Social Cost” (1960). En este artículo exponía lo que la profesión ha llamado el Teorema de Coase. Muchas de las actuaciones de los individuos, sean consumidores o empresas, generan efectos que no tienen en cuenta en sus decisiones: los coches y las fábricas contaminan, el tabaco perjudica a los fumadores pasivos y poner música a altas horas de la noche molesta a los vecinos. Dado que los agentes no internalizan estos efectos negativos, en una sociedad tenderán a producirse en exceso (mientras que los efectos positivos que los agentes no internalicen tenderán a producirse demasiado poco). La solución que Coase proponía fue asignar derechos de propiedad sobre estos bienes (o males). Por ejemplo, podemos dar derecho a la gente a que no se fume cerca de ellos. Si existe un mercado donde estos derechos se puedan comprar y vender, y por tanto un fumador puede “comprar” el derecho a los no fumadores a su alrededor podríamos obtener el resultado eficiente desde el punto de vista social. Es decir, se fumará si el beneficio para los fumadores es mayor que el coste para los no fumadores. La manera como se asignen los derechos solo afectará a quién tenga que pagar a quién. Esta idea que puede parecer muy abstracta es el origen, por ejemplo, de los mercados de emisiones, donde el estado impone un nivel máximo de emisiones, y asigna derechos a emitir a las empresas que luego pueden vender o comprar en un mercado.

En la justificación que se dió a su premio Nobel en 1991 el comité menciona las dos contribuciones anteriores (y recordemos que a Oliver Williamson también se le dio el premio Nobel en 2009 por sus contribuciones al tema de los costes de transacción), pero me gustaría también enfatizar una tercera contribución que a menudo pasa desapercibida y que es muy importante para los que nos dedicamos a la economía industrial: la llamada Conjetura de Coase. En 1972 publicó el artículo “Durability and Monopoly” en el que analizaba la situación de un monopolista que vende bienes que son duraderos. La creencia habitual es que este monopolista puede discriminar precios en el tiempo, primero poniendo precios altos para aquellos consumidores que están más interesados en comprar el producto y luego ir disminuir el precio a medida que va pasando el precio para vender a los consumidores que están menos interesados (lo que un profesor mío llamaba la conjetura de Pacman). En contra de esta creencia, Coase argumentó que un monopolista que vendía un bien que era perfectamente duradero, que no se podía comprometer a poner unos ciertos precios en el futuro y que enfrentaba a consumidores que en cada momento del tiempo podían decidir si compran el producto o esperar al futuro y eran suficientemente pacientes no tenía más remedio que vender su producto a precio igual a coste marginal. La idea es que el monopolista, interesado en vender en algún momento a consumidores con valoraciones suficientemente bajas por el producto terminaría poniendo precio igual a coste marginal y si los consumidores eran suficientemente pacientes esperarían a ese momento para comprar. Como resultado, el monopolista no vendería en los primeros momentos a menos que pusiera el precio que los consumidores esperarían encontrar igualmente en el futuro. En otras palabras, el monopolista en su decisión de precios de hoy debía competir consigo mismo en el futuro y con su decisión de precios bajos de aquel momento.

Lo interesante es que los economistas que si que empleamos las matemáticas tardamos casi quince años en demostrar que la conjetura era cierta y en aportar la primera prueba mínimamente general de este resultado, en un artículo de Gul, Sonnensheim y Wilson (1986). Esto dice bastante sobre las intuiciones que ha aportado Ronald Coase a nuestra profesión.