En estos ya casi 6 años (¡!) de crisis hemos pasado mucho tiempo tratando de explicar, desde NeG y desde otros medios, lo que estaba pasando en España y en el mundo y de promover soluciones para nuestros problemas económicos, que son, en gran parte, estructurales, derivados de una economía poco productiva, de un brutal cambio demográfico, de un mal sistema educativo, de una estructura ineficiente de los mercados de bienes, de servicios y de trabajo, de un elevadísimo endeudamiento, inicialmente privado, ahora también público y de un mal diseño de la moneda única. ¿Qué hemos aprendido en estos años? Sinceramente, creo que nuestro diagnóstico económico no ha cambiado sustancialmente. El énfasis en los problemas del modelo económico del ladrillo, del sistema de protección social, del sistema educativo, el mercado de trabajo y del endeudamiento excesivo propiciado por los tipos de interés negativos tras la entrada en el Euro han sido constantes desde los primeros días. Lo que sí ha cambiado de nuestro diagnóstico ha sido la importancia de la economía política, en todo esto. Por decirlo de la forma más breve posible, hemos aprendido que las cosas funcionan mal porque a los actores clave no les interesa cambiarlas, simple y llanamente (ver por ejemplo este artículo de Jesús, o este mío, o este trabajo académico de Jesús, Tano y mío que saldrá este verano en el Journal of Economic Perspectives)
Una anécdota ilustra esta observación en uno de los areas clave, el mercado de trabajo. Hace 4 años, cuando hicimos la propuesta del contrato único, tuvimos una ronda de reuniones con dirigentes sindicales (también nos reunimos con todos los partidos políticos). A un sindicalista importante, inteligente y razonable, le pregunté: ¿por qué tanta insistencia en la causalidad del despido? ¿No crea unos costes de transacción enormes, con incertidumbre, pleitos interminables que no benefician a nadie?¿Aceptarían los sindicatos un sistema sin causalidad en el que la mejora de la eficiencia se tradujera enteramente en una “mochila”, un seguro, para los trabajadores que estos cobrarían en caso de despido, como se hizo en Austria? La respuesta no fue una explicación compleja sobre la importancia filosófica o legal de la causalidad ni una disputa sobre la eficiencia económica, no. La respuesta fue “lo que vosotros llamáis costes de transacción, muchos llamamos nuestro pan. Cuando un trabajador de Baracaldo llama a su sindicato porque le han despedido, se le pone un abogado laboralista, del sindicato.” De forma similar, cuando se hace una reducción de plantilla, los sindicatos erre que erre prefieren despidos que reducciones salariales y de jornada, que afectan a todos y dejan descontentos a muchos “de dentro”. Los EREs por el contrario generan enormes beneficios para el sindicato a través de una tarifa (para miembros y no miembros) por asesoría jurídica y técnica. Los contratos temporales continúan porque la flexibilidad en el margen permite mantener las condiciones de los “insiders.”
Este descripción parece singularizar a los sindicatos, pero en realidad no pone sobre la mesa más que una de los intereses que apoyan el nefasto equilibrio actual. Los empresarios se benefician de los brutales y generalizados contratos temporales y tampoco quieren cambiar el sistema.
Un elemento clave. creo, de este equilibrio nefasto es el funcionamiento interno de los partidos. Como hemos explicado desde NeG a menudo, y en especial y con máxima elocuencia César Molinas (recordad su famoso artículo de EL País), desde la transición a la democracia hemos diseñado un sistema de partidos y de representatividad social rígido, centralizado e incapaz de dejar entrar el aire. El concejal o diputado regional que consigue llegar a diputado nacional, convenciendo al comité de listas de su partido de que es el ideal, y luego quizás llegar al gobierno, no es el que tiene iniciativa, el más brillante o más trabajador, sino el más disciplinado soldado, el que tiene menos ganas de disentir. Las élites que promueve este sistema no han estudiado fuera (casi sin excepciones), ni hablan inglés, ni entienden nada de de tecnología, de ingeniería, de economía, ni de ciencia. En resumen, el sistema se autoperpetua porque no hay ningún hueco para que entren las voces de los que están fuera de él.
Es por eso que la semana pasada presentamos en Madrid, junto con César Molinas, Elisa de la Nuez (editora del espléndido y valiente blog “Hay derecho”) y el diplomático, ex embajador en Londres, Carles Casajuana, un manifiesto firmado por cien personas de prestigio (incluido el flamente nuevo premio Príncipe de Asturias, Antonio Muñoz Molina, ¡enhorabuena!), en apoyo de una ley para tratar de democratizar el funcionamiento de los partidos. Se trata de introducir auditorias externas, democracia interna, congresos regulares, etc. (Ver por ejemplos las explicaciones por escrito de Elisa, y en radio de Carles, y las mías en la TVE1) (Por cierto que estamos recogiendo firmas, y aunque hemos recogido unas cuantas no son ni para empezar suficientes, así que, si os parece buena idea, os animo a que os registréis abajo en esta página web).