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Europa sin el euro y la Unión Europea, de Bruno S. Frey

(Bruno Frey, economista suizo que es, además , uno de los más reconocidos y prolíficos  economistas de Europa, nos manda, a iniciativa suya, esta colaboración que, por su interés, publicamos. Enfatizamos, con particular énfasis en este caso, que la colaboración es el análisis y la opinión de Frey, que no supone la opinión del blog, ni mía. Enfáticamente, yo si que temo que el fin del Euro, de producirse, supondría una crisis política seria para Europa.  Pero el análisis de Frey supone un punto de vista novedoso de un  tema que está, desgraciadamente, en la mente de todos)

 

Europa sin el euro y la Unión Europea,

Bruno S. Frey, Universidad de Warwick, Universidad de Zurich  y Centro de Investigación en Económicas, Gestión y Artes (CREMA), Suiza.

Los políticos volcados con la causa europea a menudo afirman lo siguiente: “Si cae el euro, cae la Unión Europea y cae Europa”. La canciller alemana Angela Merkel ha pronunciado estas palabras en numerosas ocasiones. El mayor problema es que la gente no ve ninguna alternativa a la unificación europea promulgada en la actualidad. Los políticos europeístas incluso insisten en que si caen el euro y la Unión Europea, estallará el caos. El continente europeo volverá a la situación en la que se encontraba antes de la Segunda Guerra Mundial. Los distintos países se aislarán económicamente e incluso empezarán a luchar entre ellos. Una guerra en el corazón de Europa, en particular entre Francia y Alemania, se muestra como una posibilidad real, acechando desde un segundo plano.

Esta visión parece olvidar que el proceso de unificación europea fue posible sólo porque Alemania y Francia dejaron de considerarse enemigos. A partir de ese momento, empezaron a verse como el “motor” del proceso de integración europea, que comenzó con el establecimiento de una unión económica que se extendió a la esfera política. Pensar que el único requisito para traer la paz a Europa fuera un tratado internacional es un claro error.

La afirmación de que la caída del euro y la Unión Europea podría llevar al caos y a la guerra se puede interpretar como la estrategia necesaria para conseguir un apoyo económico aún mayor hacia los países más endeudados, como Grecia, Portugal, España o Italia. Sin embargo, las conversaciones que he tenido con gente de diversos países europeos sugieren que mucha gente está convencida de que Europa se va a desintegrar y que las guerras son una amenaza real si la UE se disuelve. En mi opinión, esta visión es totalmente errónea.

El euro, la Unión Europea y Europa no son en absoluto sinónimos. Algunos países importantes son miembros de la UE, pero mantienen su propia moneda, como el Reino Unido, Suecia o Dinamarca. Por otra parte, también hay países que no pertenecen a la UE, como Suiza, pero que han firmado acuerdos europeos como el de Schengen, así como varios tratados en materia de investigación científica. Con respecto a la cultura, la ciencia, el deporte y, sobre todo, la economía, países como Noruega y Suiza son, sin ninguna duda, parte integral de Europa. La tendencia de muchos políticos de identificar el euro con la Unión Europea y con Europa resulta engañosa.

Aún más importante es el miedo a que la destrucción del euro y la UE lleve a la catástrofe, empujando a todas las naciones de Europa al abismo. Sin embargo, no se espera ninguna situación de caos que desemboque en la caída político-económica de Europa. Esa visión es a todas luces demasiado pesimista.

Los países europeos no tardarán en firmar nuevos tratados entre ellos, y se mantendrá la colaboración en todas las áreas en las que ha funcionado bien. Algunos países permanecerán en una nueva y más pequeña Eurozona, con tratados hechos a medida. Una reconstitución similar tendrá lugar con respecto a Schengen, tratado al que se acogerán distintos miembros. Sólo los países que lo consideren ventajoso formarán una nueva convención de libre movimiento de personas. Por otra parte, los países que no encuentren atractivos estos nuevos acuerdos, o que no sean admitidos por el resto de las naciones que los respalden, se mantendrán al margen.

Como resultado se obtendría una red de contratos superpuestos entre países, que las distintas naciones firmarían o no según su voluntad, basados en la eficiencia funcional en vez de en la vaga noción del concepto de Europa. Como factor importante, cabe destacar que dichos tratados serían estables en beneficio de cada país miembro.

Este concepto se ha dado en llamar FOCJ, por las siglas en inglés de Jurisdicciones competitivas superpuestas funcionales (Functional, Overlapping and Competing Jurisdictions, Frey y Eichenberger 1999). El término “funcional” ha de interpretarse en un sentido amplio y no tecnocrático. Las funciones se deberían diseñar de modo que fortalezcan el compromiso y la participación de los ciudadanos en actividades públicas específicas. Así, por ejemplo, la motivación intrínseca de los ciudadanos de proteger el entorno natural se debería ver reflejada en las jurisdicciones que se ocupan de estas preferencias. Del mismo modo, las FOCJ se deberían pensar para satisfacer las concepciones de justicia de los ciudadanos.

Una nueva formación de cooperación europea similar a lo expuesto es una posibilidad real, sobre todo teniendo en cuenta que la Unión Europea ya está parcialmente organizada en unidades funcionales. Es más que probable que todos los países que actualmente conforman la UE participen en un área de libre comercio, ya que se ha comprobado que resulta muy productivo. Por otro lado, se contrarrestará el déficit democrático de la UE, personificado por la Comisión. Del mismo modo, es probable que se sustituya el creciente equipo burocrático de Bruselas por instituciones más flexibles y por mecanismos de toma de decisiones más democráticos.

Habrá quien considere que una red de contratos y jurisdicciones tan flexible es algo demasiado complicado y engorroso, y por lo tanto indeseable. Pero esto sólo es una primera impresión. La esencia de “Europa” es su variedad y diversidad por encima de su estatismo y su burocracia. Todos los países que hacen frontera con Europa y más allá pueden disponer de una red de contratos que sirven a un propósito funcional particular. Así, por ejemplo, Turquía podría participar de contratos con una orientación económica y tendría de esta manera el beneplácito del resto de naciones europeas. Al mismo tiempo, podría estar excluida de contratos políticos si los países europeos consideraran que (aún) no cumple los requisitos necesarios en materia de derechos humanos. Esto podría admitir distinciones difusas: Turquía formaría parte de Europa en algunos aspectos, pero no en otros. Esto es un reflejo exacto de la realidad; la única diferencia radica en que la actual UE no incluye a Turquía, pero está involucrada en una situación que podríamos definir de estancamiento.

Una asociación de estados europeos con contratos flexibles y superpuestos basados en funciones podría considerarse deseable, ya que los problemas se manejarían de manera eficiente y la esencia europea se vería reforzada. La posible desaparición del euro y la Unión Europea puede verse como una oportunidad para la evolución hacia una futura mejor Europa.

Frey, Bruno S. y Reiner Eichenberger (1999). The New Democratic Federalism for Europe – Functional, Overlapping and Competing Jurisdictions. Cheltenham (Reino Unido), Northampton (Estados Unidos): Edward Elgar.