En una columna en El País de hoy trato de hacer el argumento que llevamos haciendo en NeG desde Julio del 2010, usemos el fondo de rescate directamente para el sistema financiero, sin entrampar aún más a España. Las recientes declaraciones de Hollande sugieren que quizás sea esto posible. La transcribo a continuación..
¿Qué tipo de rescate para España?
Desgraciadamente, debemos reconocer que necesitamos ayuda exterior para que España salga del profundísimo agujero en el que está cayendo. Pero si el problema de solvencia de España está causado por el agujero en el sistema financiero, el rescate de España, y la condicionalidad impuesta, debe ir dirigido también a su sistema financiero, y no al Estado. Entrar en un rescate a la griega, que enfatice recortes sin fin, no hará más que agravar la situación y sacar a España de los mercados sine die, sin revelar una luz posible al final del túnel. Además, el encontrar una salida adecuada para nuestro problema se complica por la posible salida griega del euro, precipitada por una fuerte salida de capitales de Grecia ante la incertidumbre política.
Nuestro problema inmediato, como el de varios de nuestros vecinos, es el creciente vínculo entre el Estado y el sector financiero, fundidos en un abrazo mortal que amenaza con matarlos a los dos. Los bancos y las cajas son ahora los únicos agentes dispuestos a prestar dinero al Estado. El problema es que lo mismo sucede en dirección contraria: el Estado es la única fuente de capital que le queda al sistema financiero, tras la huida de todos los posibles inversores extranjeros y locales.
Al estrecharse el vínculo, cuando la solvencia o credibilidad del Estado se deteriora, el sistema financiero pierde también solvencia y credibilidad y depende aún más del apoyo del Estado, que a su vez sufre las consecuencias de este apoyo en su solvencia. Y cuando los bancos sufren, el Estado se resiente y la prima de riesgo se dispara. Este abrazo mortal no ha hecho más que incrementarse durante los últimos meses, con las operaciones de liquidez del BCE que han incentivado al sistema financiero a prestar aún más al Estado.
Este problema es la consecuencia de un fallo profundo en el diseño de la eurozona. Es muy difícil mantener la confianza en un sistema financiero si no hay detrás de él un banco central con capacidad ilimitada de sostener a los bancos. Esta es la lección de las crisis bancarias del siglo XIX, y la razón fundamental (recordemos que la política monetaria no existía en el patrón oro) para la fundación de estas instituciones. En Estados Unidos, si uno de los Estados tuviera problemas de solvencia, no pondría en apuros al sistema bancario de ese Estado; y si un conjunto de bancos fuera insolvente no pondría en peligro al Estado en el que tienen sus sedes. La razón es que el acceso de la Reserva Federal a liquidez ilimitada corta el nudo gordiano que, sin su existencia, los uniría.
La gravedad de este problema ha salido a la luz con aún mayor claridad con el desastre de Bankia. Que Bankia-BFA era insolvente ha sido un secreto a voces en círculos económicos y financieros en Madrid desde el principio de la crisis y ha contribuido sobremanera al desprestigio de la tarea del Banco de España. Cuando la recién fusionada Bankia decidió nombrar un Consejo de Administración político, y esto se aceptó, mandó una señal inequívoca de que la estrategia era la huida hacia delante, basada en el apoyo del poder político, no el intento de salir adelante por méritos propios. El resultado, la nacionalización de una institución enorme, el 30% del PIB español, era algo que debió haberse evitado, y que ha dejado a España al pie de los caballos.
Y sin embargo, esta nacionalización se había convertido en inevitable ya en el momento en el que se produjo, y pone de manifiesto precisamente el abrazo mortal y su estrechamiento reciente del que hablamos. El Estado ya estaba entrampado hasta las orejas en Bankia. Los 325.000 millones de activos totales que tenía estaban financiados por 173.000 millones de depósitos, en su gran parte responsabilidad del Estado. Además, entre avales del Estado, créditos del BCE —precisamente de las operaciones de liquidez de este año, garantizados por el Banco de España— y preferentes del FROB, el Estado y el Fondo de Garantía de Depósitos garantizaban ya implícita o explícitamente unos 250.000 millones del balance de BFA antes de la intervención.
En definitiva, es ya tarde para tener el debate sobre si el Estado debe o no asumir las pérdidas del sector financiero. El Estado está expuesto al riesgo entero del sector financiero ya, y es esta la mayor razón del pánico de los inversores que ven cómo aumenta repentinamente el volumen de acreedores del Estado.
El Gobierno no tiene estrategia para salir de esta situación, simplemente porque no tiene recursos financieros para ello. La idea de pedir a gestores externos que evalúen a los bancos no puede funcionar sin dinero para recapitalizarlos y expone al Estado a un enorme riesgo. No podemos predecir, contrariamente a lo que hace el Gobierno, que el agujero será de 15.000 millones; de hecho, los incentivos de gestores externos son para descubrir agujeros mayores que los que sospechan, particularmente en un entorno de deterioro económico como el que sufrimos. Supongamos que Oliver Wyman y Blackrock descubren que el sistema necesita 100.000 millones de euros. ¿De dónde sale ese dinero?
La respuesta parece inevitable. Solo puede venir de Europa. Pero no puede venir a través del Estado, unido a un rescate a la irlandesa que entrampe aún más a los españoles en los problemas de los bancos. La experiencia de los rescates previos —a Grecia, Irlanda y Portugal— muestra los enormes riesgos y el altísimo coste que estos tienen. El dinero necesario para recapitalizar el sistema financiero debe venir directamente a este, a cambio de una condicionalidad que se imponga sin más a las instituciones que lo reciban. Los alemanes se negarán, como se han negado a todo en principio, pero es necesario.
Al mismo tiempo, Europa debe presentar un plan inmediato para mover la supervisión, y la garantía del sistema financiero, al nivel europeo. Hemos demostrado concluyentemente que la unión monetaria no puede seguir funcionando sin supervisión europea y sin un prestamista de última instancia capaz, si la necesidad lo requiere, de inyectar financiación ilimitada.
No podemos ocultar lo complicado de la situación. Pero si resolvemos convincentemente el problema del sector financiero y la escasez de financiación para la economía, podemos descubrir que el crecimiento económico y la confianza pueden regresar mucho más rápidamente de lo que pensamos. Las reformas hechas por los dos últimos Gobiernos y el buen comportamiento de las exportaciones así lo indican.