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Dos Novelas, un Tema: nuestra frágil existencia como sociedad

Como es Navidad, en este blog post  voy a arrimarme peligrosamente a las fronteras de lo admisible en un blog de economía: voy a escribir sobre las dos novelas que más me han impresionado en los últimos años: “The Road” , de Cormac McCarthy (de la que hay ahora una película que aún no he visto) y la muy reciente “La Noche de los Tiempos” de Antonio Muñoz Molina, que acabo de leer, golosamente, de un tirón. Sin querer exagerar, “La Noche de los Tiempos” es en mi (en estos temas, poco informada) opinión, la mejor novela española desde la posguerra; ni Cela, ni Torrente Ballester, ni Martín Santos han escrito nada igual. Pero no es de calidad literaria de lo que quiero hablar.

La Noche de los Tiempos relata una historia de amor prohibido que transcurre entre el otoño del 35 y el del 36. Lo que observamos, a través de los ojos de un ingeniero organizado, trabajador, y a todas luces razonable y liberal, es la ruptura en pedazos, en meses, de los frágiles lazos que separan nuestra existencia de la de nuestros antepasados tribales, aquellos a los que debemos nuestro código genético. Un ejemplo: en la Residencia de Estudiantes del 35, donde algunos de los eventos más importantes del libro tienen lugar, pasamos en un mes (junio a julio del 36) de ver competiciones deportivas a presenciar el amontonamiento diario de cadáveres de los fusilados durante la noche. Una actividad turística de los madrileños en esos calientes meses de verano consiste en ir a pasear entre los cadáveres para, a veces riéndose, colocarles un puro en los labios para hacer una broma. El ordenanza que un día te lleva una carta se convierte en tu carcelero y potencial ejecutor, tras una visita nocturna a tu previamente segura vivienda. Cada tribu, anarquista, falangista, comunista… para si y los suyos, y los sin tribu, aterrorizados, en el medio.

“The Road” va más allá en su exploración de el regreso a un mundo sin civilización. Tras una catástrofe sin explicación (quizás nuclear), un padre y su hijo vagan por las carreteras americanas hacia el mar. Volvemos a las tribus de hombres que merodean los caminos tratando de robar, matar, y de sobrevivir un día más al coste que sea. Ningún lazo social de ningún tipo, ninguna regla más allá del instinto de supervivencia, sobrevive. Solo sobrevive el lazo primitivo, el amor (precioso, en el libro) entre padre e hijo. El libro es asombroso y maravilloso, muy recomendable.

En esta primera década del milenio que ahora acaba hemos visto dos fracasos estrepitosos de nuestros esfuerzos por reducir y diversificar los riesgos de nuestra existencia: en las Torres Gemelas, la reaparición del odio primitivo y tribal como motor de las relaciones entre lo pueblos; en el desastre del sistema financiero en la semana post Lehman – recordemos la frase lapidaria de Bernanke el 18 de Septiembre del 2008 “If we don't do this, we may not have an economy on Monday”- los límites del sistema financiero en el que nos apoyamos para planificar el futuro y tomar decisiones a largo plazo.

La inseguridad, en realidad, nunca había muerto. Todos sabemos que la realidad de nuestra existencia individual es su fragilidad, y volvemos a aprender (¿no lo aprendieron los romanos del siglo V igual que los españoles del 35?) que la realidad de nuestra existencia colectiva es también su fragilidad, que los lazos que unen la sociedad, que nos hacen dirigir nuestro esfuerzo colectivo hacia el bien común- el mercado, la administración de justicia, los contratos, el estado de derecho, son frágiles, porque requieren inevitablemente la adhesión voluntaria de las personas, que se basa en que los demás, también, se adherirán. Es un problema de equilibrios múltiples que, como sabemos, son frágiles.

Al mirar hacia adelante, hacia la crisis económica y social que se avecina en nuestro país, tenemos que abandonar la posición del bienpensante del 1935 que no valora lo que tiene, que piensa que el mal no existe a pesar de que lee a diario sobre Stalin y Hitler. Tenemos que tener la imaginación que le faltó a nuestra sociedad en el 35 y ver más adelante, 8 o 10 años más adelante, entender lo que puede pasar en un país sin capacidad de endeudamiento, con una política monetaria determinada fuera de sus fronteras y seguramente inadecuada (¿pero cómo es posible que los españoles, y sólo nosotros, pensemos que tomar una decisión, como endeudarse apalancadamente—deudas de 6, 7 veces los ingresos anuales-- con hipoteca variable, que requiere entender, o tener expectativas al menos, sobre la evolución de los tipos de interés a 30 años, es ni siquiera posible?) con un desempleo que será, si no hacemos nada, del 20% durante años, con una frágil cohesión territorial. Y tenemos que tomar las medidas drásticas que hacen falta para dinamizar y vigorizar la sociedad ya, ahora mismo.

Lo que hay que hacer lo sabemos todos, incluidos nuestros políticos. Cuando desde FEDEA sacamos hace dos meses, con la colaboración de la consultora McKinsey, un documento sobre la insostenibilidad del sistema sanitario, todos los políticos con los que hablamos, de izquierda y de derecha, muchos con responsabilidad directa sobre el sistema, todos inteligentes y razonables, estuvieron de acuerdo en nuestro diagnóstico: el sistema es insostenible. Cuando unos meses antes desde FEDEA sacamos el documento sobre reforma laboral, el llamado manifiesto de los 100, políticos del PSOE y del PP de nuevo nos expresaron su apoyo y su acuerdo. Y sin embargo, a pesar del consenso, a pesar de que por suerte tenemos una clase política razonable y moderada, todos sabemos (y ellos nos dicen) que nada se puede hacer ¡hasta la próxima legislatura! ¿Pero es eso posible? Estamos en crisis, la crisis, en España, como en Grecia y en Italia se puede poner fea por razones económicas y sociales y tenemos que actuar. Dejemos el diálogo social, del que no va a salir, desgraciadamente nada (eso, espero, ya lo hemos entendido todos). Y empecemos un diálogo político serio, sin condiciones, un diálogo consciente de que estamos en una situación excepcionalmente buena desde un punto de vista histórico. Que la suerte, si, nos ha favorecido, pero que desgraciadamente, la historia nos demuestra que lo que se ha construido en años de trabajo puede destruirse en minutos de locura.