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Becker: Tres recuerdos personales


Ivan Werning me ha pedido algunas anécdotas personales para Becker para colgarlos en Foco Económico. Está es una versión algo más larga.
I.

La clase de Teoría de Precios, 301, en la que Becker sucedía a Viner, Knight, Friedman y Stigler era el terror. No, no nos gritaba, ni se enfadaba nunca. Simplemente, formulaba una pregunta de teoría de precios aplicada al mundo concebido de la forma más general (¿por qué desciende la fertilidad cuando suben los ingresos? ¿puede la demanda ser creciente en el precio cuando a la gente le importa lo que consuman los demás? ¿por qué cuando sube la renta sube la obesidad más en los que tienen menos ingresos?) pasaba con mucha deliberación su dedo por la lista y decía uno de nuestros nombres. A nosotros, los empollones, acostumbrados cada uno a ser el mejor de la clase en el pasado, se nos paralizaba el cerebro. Sólo cuando el nombre no era el tuyo descubrías que la pregunta no era tan difícil, aunque la repregunta era invariablemente penetrante. Si el nombre era el tuyo, acabose. Imposible responder, con el terror, fruto de la admiración y el respeto profundo que teníamos a su intelecto, lo impedía. La clase era un placer intelectualmente, pero sólo la segunda vez que la tomé, como su profesor ayudante, pude descubrir eso. La primera, la clase era simplemente el boot camp (el “campo de entrenamiento” de reclutas) intelectual, donde nos enseñaba Becker, en sólo 10 semanas, a pensar como economistas, a olvidar la disciplina de lo cómodo, o lo políticamente correcto y a pensar con rigor y con disciplina. (Por cierto, nos enseñaba con la ayuda de dos ayudantes, uno de ellos, Tano Santos, se convirtió luego en mi coautor y amigo en la profesión)

II.
Ser su ayudante de docencia (teaching assistant) fue lo mejor que me pudo pasar. No por lo que aprendí de teoría de precios, que también, sino por verle pensar, y mejor aún, por verle trabajar. No era su impresionante capacidad intelectual lo que admiraba, sino su capacidad de trabajo, su dedicación, su pasión. El venía con un problema nuevo el lunes, que nos daba a sus ayudantes (Marco Bassetto y yo) para que resolviéramos y viéramos si la pregunta se entendía etc. Ibamos a su oficina el martes, lo discutíamos con él y se lo entregaba a los alumnos. Nos juntábamos aún otra vez más para discutir la corrección- presentábamos nuestra solución en su pizarra, y él la criticaba y completaba Luego, la clase en la que discutíamos las soluciones con los estudiantes, siempre complicada dado precisamente que el problema era fresco y había siempre matices que no habíamos ni considerado (cómo no los iba a haber con estudiantes en esos años como Ivan Werning, Antoinette Schoar, Guy Saidenberg o Esteban Rossi-Hansberg). Total: varias horas de trabajo para él, quizás un día, entre escribir y rescribir los problemas, vernos a nosotros, discutir la corrección. ¿Cuántos profesores elaboran problemas nuevos cada año, con un coste de varias horas, en un curso que han enseñado 30 años, con lo fácil que es sacar un problema del cajón y dárselo a los ayudantes en una reunión de 5 minutos? La otra lección, para un español empollón acostumbrado a los (¡malditos!) apuntes memorizados también inolvidable: la importancia de la creatividad en la educación, de las nuevas formas de pensar en un problema, frente al empolle (¡que palabra evocativa de lo que no contrario qué es la educación!) memorístico al que yo estaba acostumbrado.

También descubrí, corrigiendo con él el examen final, sus prioridades, un secreto quizás guardado entre sus muchos ayudantes. Marco y yo (los ayudantes) corregíamos desde las mates, desde el formalismo, a la Mas-Colell. A él lo que le interesaban eran las ideas. En su pregunta larga se podían conseguir puntos muy baratos, sin más que contar lo que nosotros hubiéramos considerado “rollo”, que en realidad era la economía, la intuición. En las nuestras, las de los ayudantes, los puntos estaban caros, había que resolver el problema con precisión y formalismo. El resultado era el óptimo, como no podía ser menos con Becker: la mayoría de los puntos logrados venían de la parte de Becker en el examen, es decir, en realidad, de la economía y las intuiciones.

III.
Cuando estaba trabajando en la tesis, Becker me pidió que hiciera un pequeño trabajo de investigación “aplicado” para el museo de Chicago, el Art Institute of Chicago. Tenían un día gratis, en el que ganaban mucho dinero con el restaurante y la tienda. Necesitaban saber si les sería beneficioso tener otro día gratis más. ¿Cuál era la elasticidad de demanda? ¿Cuánta gente vendría gratis? Sugerí en vez de hacer el super cálculo, calcular la elasticidad contrafactual necesaria-- cuánta gente debería venir para que valiera la pena dados los márgenes en cafetería y tienda. El número que salía era mayor que el que ya venían el día gratis existente. La respuesta no tenía ambigüedad, el día adicional no era una buena idea. Luego supe que Becker contó la anécdota en todas las cartas de recomendación que escribió para mí en adelante. Más allá de lo que yo hubiera hecho con la tesis (que dirigía el añorado Sherwin Rosen con muchísima ayuda como más que codirector de Kevin Murphy y de la que Becker era miembro del comité), o lo que hubiera hecho como ayudante suyo, le encantó que aplicara la economía de la forma más sencilla para resolver un problema práctico. Para Becker, ese era el objeto de nuestra formación: enseñarnos a entender el mundo, y a usar la economía para mejorarlo.

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De él he aprendido la disciplina del trabajo bien hecho, del artesano que mira con orgullo algo en lo que ha trabajado con cuidado y dedicación. El valor de las ideas novedosas, aunque a veces no del todo pulidas. El respeto a los demás, que no quiere decir el asentamiento papanatas a las ideas absurdas o no bien pensadas. El valor del combate intelectual, del que uno debe ser capaz de separar su ego para poder entrar, con rigor, a evaluar todos los supuestos débiles o medio pensados. Para Becker, y para nosotros sus alumnos, al final del día, al final de la vida, lo importante no son los premios ni los honores ni salir en la tele y ser “importante”. Lo importante son las ideas, lo importante es lo que uno haya sido capaz de crear. Y creo que Becker, más que nadie, ha sido capaz de crear un edificio intelectual que perdurará más allá que el de ninguno de sus contemporáneos. Eso, y lo que ha dejado en nosotros. Le echaré, ya le echo, muchísimo de menos.