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¿Infanticidio femenino en la España del siglo XIX?

Entrada conjunta con Francisco J. Marco-Gracia (Universidad de Zaragoza).

La discriminación de género, y en particular la violencia contra las mujeres, es una tema recurrente en este blog (aquí, o aquí). Estos comportamientos tienen claras raíces históricas debido a factores culturales que se han ido perpetuando a lo largo de los siglos (aquí). En entradas anteriores, centradas más en lo que ocurría durante la infancia, hemos visto que la “preferencia por el varón” generaba conductas discriminatorias hacia las niñas que aumentaron sus tasas de mortalidad en muchas regiones europeas durante el siglo XIX (aquí, aquí o aquí). Esta conclusión se basaba principalmente en el análisis de las tasas de masculinidad obtenidas de los censos de población de la época. Así, el número de niños por cada 100 niñas en distintos grupos de edad (0-1, 1-4 o 5-9) era excesivamente elevado y por lo tanto apuntaba a la existencia de “missing girls”.

Este tipo de evidencia, sin embargo, no permite ser preciso sobre la naturaleza de estas prácticas discriminatorias. Aunque el infanticidio era una posibilidad, la falta de evidencia directa sobre esos crímenes, junto a la evolución de las tasas de masculinidad en los distintos grupos de edad, sugería que el exceso de mortalidad femenina se debía a un trato preferencial a los niños durante la infancia. En un contexto de pobreza generalizada donde la mortalidad era muy elevada (casi la mitad de los nacimientos no llegaban a su quinto cumpleaños), el modo en que las familias distribuían la alimentación (o los cuidados cuando enfermaban) entre hijos e hijas pudo influir decisivamente en sus probabilidades de sobrevivir por el efecto combinado de la malnutrición y las enfermedades (una carga de trabajo desigual también influiría en sus niveles nutricionales netos).

Sin embargo, en un trabajo realizado junto a Francisco J. Marco-Gracia comprobamos que es muy probable que el infanticidio femenino explique una parte de estas “missing girls”, al menos en la España del siglo XIX (Death, sex and fertility: Female infanticide in rural Spain, 1750-1950). Nuestra evidencia se basa en los registros parroquiales de 13 municipios aragoneses en el curso medio del río Huerva (un área eminentemente rural a unos 40 kilómetros de Zaragoza). Esta fuente incluye información sobre todos los bautizos, matrimonios y muertes que ocurrieron en esta zona desde el año 1575, lo que permite reconstruir el recorrido vital de estas familias (la figura siguiente muestra un ejemplo de estos registros). En total, esta base de datos proporciona datos sobre casi 90,000 personas.

Registro de bautismo (año 1774)

La manera más directa de profundizar en la posible existencia de infanticidio femenino es calcular la tasa de masculinidad de los bautismos. El siguiente gráfico muestra la evolución de la misma desde 1575 y sugiere que el número relativo de bautizos masculinos fue excesivamente elevado entre 1625 y 1750 y de nuevo durante el siglo XIX. Dado que la calidad de estos registros es menor en el período previo a 1750, nos centraremos en lo que ocurre a partir de esa fecha. La tasa media de masculinidad durante el siglo XIX fue 108.8 y sobrepasó los 110 niños por cada 100 niñas en varios momentos. Estas cifras son significativamente distintas de la tasa “natural” de masculinidad al nacimiento que se suele situar en torno a 105 y sugieren que un número desproporcionadamente alto de niñas estaba muriendo antes de ser bautizadas (en el texto discutimos detalladamente por qué es muy improbable que este sesgo se deba a que las niñas no estuvieran siendo registradas).

Fig. 1. Sex ratios at baptism, 1575-1975

Note: 25-year moving average. Dotted lines represent the 95 per cent confidence interval.

La riqueza de los registros parroquiales permite ir un paso más allá y relacionar estos comportamientos con las características particulares de esos bautismos (como el orden del nacimiento, el número de hermanos y hermanas vivas en ese momento, la ocupación del padre, etc.). En este sentido, la probabilidad de que un nacimiento sea niño o niña es aleatoria y no depende del sexo de los nacimientos previos. Nuestro análisis, sin embargo, indica que la probabilidad de bautizar un varón aumentaba en aquellos casos en que no existían hermanos varones (¡del 50.9 al 61.8 por ciento!), algo que no ocurría cuando no había hermanas (y controlando por otros factores). Estos resultados extremos parecen concentrarse en paridades altas y entre las familias de jornaleros que estaban sujetos a peores condiciones económicas y por tanto más proclives a tener que adoptar medidas extremas en situaciones difíciles.

Más arriba mencionábamos que la elevada calidad de los datos hace muy improbable que estos resultados sean debidos al subregistro femenino en los bautismos. Pero incluso si ese fuera el caso, el subregistro también afectaría a los registros de defunciones. Es decir, si por lo que sea los padres no registraban a las niñas al nacer, tampoco las registrarían al morir. De hecho, el subregistro de defunciones podría haber sido incluso mayor porque mientras el bautismo era gratis, la defunción implicaba el pago de una tasa por el funeral. En cualquier caso, si hubiera subregistro femenino, los datos de muertes estarían sesgados pero en sentido contrario al de los bautismos: estaríamos observando un menor número de niñas fallecidas de las que realmente lo fueron.

Dado que conocemos la fecha de muerte de estos individuos, hemos realizado un análisis similar al anterior pero analizando ahora si existía una relación entre la probabilidad de fallecer durante el primer día de vida y las características individuales comentadas anteriormente.  El número de niñas fallecidas justo después de nacer es también significativamente más elevado cuando no hay hermanos varones previos (la probabilidad de que una niña muera durante el primer día pasa del 0,8% al 2,5%; la probabilidad de muerte no cambia en el caso de los varones). Este efecto se observa de nuevo más claramente entre las niñas nacidas en familias numerosas y sin acceso a la tierra (y no ocurren cuando no hay hermanas previas). Que los resultados empleando registros de bautismos y defunciones sean muy similares descarta la posibilidad de que estos patrones se deban a un problema de las fuentes y evidencian, por tanto, que estas familias pudieron ocultar infanticidios femeninos como si fueran muertes naturales.

Aunque nuestros datos apuntan a la existencia de infanticidio femenino, las fuentes no dicen nada sobre cómo las familias podían deshacerse de estas niñas no deseadas. Existían diversas maneras de cometer unos crímenes que eran muy difíciles de probar (dejarlas morir de hambre, sed o frío, estrangulamiento, etc.). Dados los elevados índices de mortalidad de la época, las muertes que ocurrían dentro del matrimonio no levantaban sospechas. Del mismo modo, más que infanticidios activos, es posible que estas muertes pudieron estar vinculadas a una dejación de las obligaciones de los padres con las necesidades básicas del bebé, lo que los manuales legales y de medicina de la época consideraban infanticidio por omisión.

Nuestros datos tampoco nos permiten indagar en los orígenes y las causas de la discriminación contra las niñas. La preferencia por el varón era una costumbre generalizada que se derivaba de las estructuras patriarcales predominantes. Como hemos visto, estas prácticas tenían lugar sobre todo en familias que vivían al límite de la subsistencia por lo que es muy probable que recurrir al infanticidio estuviera ligado a circunstancias económicas y el deseo de no superar un determinado tamaño familiar que pusiese en riesgo la subsistencia de toda la familia dado el limitado presupuesto de los hogares sin tierra. En este sentido, los jornaleros dependían de la demanda de trabajo agrícola y ésta claramente favorecía a los varones. Mientras las hijas de familias con tierras podían trabajar en la propiedad familiar, las de los jornaleros no sólo tenían más difícil el encontrar un trabajo, sino que éste iba a estar peor remunerado, lo que las situaba en clara desventaja respecto a los niños. Además, es posible que la costumbre de la dote impusiera un coste adicional al hecho de tener hijas. El infanticidio femenino pudo por tanto haber sido un modo de limitar el tamaño familiar y ajustar su composición por sexo.

Estas prácticas extremas se redujeron notablemente en las primeras décadas del siglo XX: no sólo las tasas de masculinidad al bautismo mostraron valores no muy distintos a 105 niños por cada 100 niñas, sino que la probabilidad de que el bautismo fuera masculino ya no estaba ligada al hecho de que no hubiera otros varones en la familia. Sin embargo, esta característica continúo influyendo la probabilidad de que las niñas murieran durante el primer día de vida hasta muy entrado el siglo XX, lo que indica que la preferencia por el varón continuó siendo una norma cultural muy importante en estas sociedades. Además, como veremos en otra entrada, la discriminación de género no sólo se producía al nacer, sino que continuaba a medida que los niños y niñas crecían. Dejamos, sin embargo, esa historia para otra ocasión.

 


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