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Élites, salud y longevidad


La ciencia está últimamente coqueteando con la idea de que, gracias a los avances en la medicina y la biotecnología, puede llegar un momento en que la humanidad sea inmortal o, siendo más realistas, que nuestra esperanza de vida se alargue significativamente (algunos ejemplos aquí, aquí o aquí). La realidad, en cualquier caso, es muy terca: según la Organización Mundial de la Salud, la esperanza de vida en la España actual es de casi 83 años, que dentro de lo que cabe no está nada mal: mientras en Estados Unidos viven de media 79 años, esta cifra baja a 68 en la India o a 57 en Camerún. En este sentido, la situación de los países más pobres se sitúa a medio camino entre la situación actual en los países desarrollados y la que teníamos en un pasado no tan lejano. Tener, por tanto, una perspectiva histórica nos puede ayudar a la hora de contextualizar las promesas de la ciencia.

La esperanza de vida en las sociedades pre-industriales se situaba en torno a los 25-35 años. Esta cifra es la media de edad de las personas fallecidas en un año determinado y se ha podido reconstruir gracias a los registros de nacimientos y defunciones que solían guardar las parroquias. El siguiente gráfico muestra la evolución a largo plazo del caso inglés, que es el país del que se disponen más datos y cuyos habitantes disfrutaban de una esperanza de vida relativamente alta: alrededor de 35-40 años durante los siglos XVI-XVIII. Otros países podían tener cifras incluso más bajas: en 1860, una fecha más bien tardía, la esperanza de vida en España se situaba en torno a los 30 años, mientras que las cifras en la India o Corea del Sur giraban alrededor de 23-24 a principios del siglo XX (más datos aquí o aquí).

Fig. 1. Esperanza de vida al nacer en el Reino Unido (en años)

Fuente: ClioInfra Project

Estas medias tan bajas son fruto de la elevada mortalidad infantil que hacía que una parte muy importante de los niños y las niñas no llegara a la edad adulta. Si sobrevivías a los años críticos, era más probable que alcanzaras una edad relativamente respetable: un niño, por ejemplo, que cumpliera su décimo cumpleaños en Suecia en 1750 podía esperar vivir hasta los 45-50 años. En cualquier caso, la ausencia de la medicina moderna, la falta de higiene, o la mayor violencia existente mantuvieron durante mucho tiempo la esperanza de vida en cifras modestas. La fase de crecimiento económico iniciada tras la revolución industrial permitió que poco a poco el incremento de renta se tradujera, ayudado de forma clave por las intervenciones públicas en materia de sanidad e higiene, en un crecimiento sostenido de la longevidad. Estas mejoras, de todas maneras, no se produjeron hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX. Libertad González nos hizo un resumen de los aspectos más importantes de esta transición al reseñar La Gran Evasión, el último libro del Premio Nobel Angus Deaton.

Y todo esto viene a cuento porque un artículo reciente ha analizado la edad a la que murieron nada más y nada menos que 115,650 nobles europeos entre el año 800 y el 1800 (¡un milenio!). El autor, Neil Cummins, historiador económico de la London School of Economics, ha aprovechado la reciente digitalización de los árboles genealógicos de las élites europeas para ver cómo ha evolucionado la longevidad de este subgrupo de la población (aquí la fuente). Sus resultados indican que el aumento sostenido de la longevidad adulta entre la aristocracia es visible ya desde 1650, ¡dos siglos antes que la población en general! Según el artículo, aunque parte de este aumento se debe a la menor incidencia de muertes violentas en conflictos armados, son los cambios en el comportamiento individual los que explican en mayor medida estas mejoras (ver gráfico debajo).

Fig. 2. Longevidad de la nobleza europea (en años), 800-1800

Fuente: Lifespans of the European Elite, 800-1800

Aunque la base de datos no proporciona información sobre cómo murió cada individuo de la muestra, el autor emplea la versión general del famoso problema del cumpleaños para estimar cuántos nobles murieron como resultado de alguna batalla. En lugar de jugar con la probabilidad de compartir fecha del cumpleaños, aquí se juega con la probabilidad de compartir la fecha de muerte en un año concreto. Siguiendo este método, el artículo no sólo es capaz de identificar claramente el efecto en la mortalidad de la aristocracia de batallas como Agincourt (1415) o San Quintín (1557), entre otras, sino calcular que, antes de 1550, el 30 por ciento de la élite masculina europea moría prematuramente como resultado de un episodio violento. Después de esa fecha, el porcentaje se reduce a “sólo” el 5 por ciento. Como muestra el gráfico, al incremento de la esperanza de vida derivado de la menor exposición a situaciones violentas, se le añade una tendencia al alza en la longevidad  que es independiente del descenso en el número de muertes en conflictos. La causa que lo explica, sin embargo, no está clara. El autor especula que los nobles siempre habían tenido la tripa llena por lo que el mayor número de años de vida se explicaría mediante cambios en el comportamiento de la nobleza bien en términos de higiene o de dietas más equilibradas.

El artículo también sirve para ilustrar cómo los efectos de la peste, una enfermedad que asoló Europa intermitentemente entre 1348 y 1815, son también visibles en la muestra que analiza: como se ve en el siguiente gráfico, las tasas de mortalidad de la nobleza se doblan en años conocidos de peste. Sin embargo, la incidencia de esta epidemia en la aristocracia es mucho menor que en el resto de la población ya que ésta sufría unas tasas de mortalidad que multiplicaba entre 5 y 30 veces la tasa en tiempos normales. O sea, que la peste era indiscriminada, pero no tanto. Esto no es sorprendente ya que los nobles tenían los medios para abandonar las ciudades cuando se detectaban episodios de la enfermedad.

Fig. 3. Índice de mortalidad de la nobleza europea, 1200-1800

Fuente: Lifespans of the European Elite, 800-1800

Sirva esta entrada pues para ejemplificar como el uso de fuentes novedosas permite un entendimiento más preciso de los niveles de vida en el pasado. En un trabajo similar, David de la Croix y Omar Licandro estudiaron la longevidad de 300.000 personajes famosos durante un período aún más largo (como su título explica “de Hammurabi a Einstein”). Aunque menos precisos en sus estimaciones, llegaron a unos resultados muy similares en cuanto a la evolución histórica de la esperanza de vida de una parte muy pequeña de la población. Sólo el futuro dirá hasta dónde puede llegar nuestra longevidad pero estudiar las tendencias de largo plazo indica que, vaya sorpresa, las élites nos llevan ventaja al resto de los mortales.