La proliferación de estudios sobre las consecuencias del COVID-19 durante el último año ha sido espectacular (un repaso a las entradas que con esa etiqueta se han escrito en este blog puede servir de guía, aquí). Nuestra comprensión por tanto de este fenómeno y de lo que nos espera es incomparablemente mejor de lo que era hace doce meses. La principal limitación de estos estudios, sin embargo, es que no pueden valorar los efectos a largo plazo porque todavía no tenemos la suficiente perspectiva. La historia nos proporciona en cambio una atalaya privilegiada, especialmente porque no se puede decir que la pandemia actual no tenga precedentes. Y no hace falta invocar la famosa peste negra. La Gripe Asiática de 1957, por ejemplo, causó la muerte de 2 millones de personas. Se considera, sin embargo, que el mejor espejo de la pandemia actual es la Gripe de 1918, una pandemia derivada también de una enfermedad respiratoria altamente contagiosa causada por un virus que se propagó rápidamente por todo el mundo en varias oleadas.
Como el COVID-19, la mal-llamada Gripe Española de 1918 ocasionó tanto una catástrofe sanitaria como económica. La pandemia dejó entre 50-100 millones de muertos en todo el mundo. Personajes ilustres como Max Weber o Gustav Klimt murieron víctimas de la pandemia y muchos otros la padecieron pero sobrevivieron (por ejemplo, Franz Kafka o Walt Disney, entre otros muchos, lo cuentan aquí por ejemplo). Al peaje en pérdidas humanas hay que añadirle la interrupción de la actividad económica con el coste en desempleo, etc. Estimaciones recientes indican que el PIB per cápita cayó más del 6 por ciento de media, y más del 10 por ciento en algunos países (aquí). Es posible además que los efectos a medio y largo plazo sean mayores que lo que muestran las estimaciones a corto plazo (aquí). Ya expliqué los detalles generales de esta pandemia en una entrada anterior (aquí), así que voy a intentar no repetirme mucho y centrarme en sus consecuencias, especialmente las de largo plazo. Comprensiblemente, el número de estudios sobre el tema se ha multiplicado durante los últimos meses, así que ahora sabemos mucho más sobre lo que nos puede deparar el futuro en base a lo que pasó tras 1918 (resúmenes recientes de la enseñanzas de esta crisis se pueden encontrar aquí o aquí).
En términos de salud, esta tragedia no sólo supuso una enorme pérdida de vidas (especialmente entre adultos jóvenes) sino que también dejo secuelas en los que sobrevivieron a la enfermedad. La reducción en la calidad de vida (incluida la aparición de condiciones crónicas) puedo ser general pero ha sido especialmente estudiada en la cohorte que estuvo expuesta a la pandemia en el útero. Esta generación sufrió peores tasas de escolarización secundaria, salarios y nivel socio-económico en general, además de una mayor probabilidad de vivir en la pobreza, de acabar en la cárcel o incluso de sufrir discapacidades físicas (aquí o aquí). El caso estadounidense es el más estudiado pero estos efectos a largo plazo en la salud y el capital humano son también visibles en otros contextos: Taiwan, Japón o Brasil.
En términos económicos, la experiencia de la Gripe de 1918 muestra que la dicotomía economía y pandemia es falsa: es la pandemia en sí la que reduce la actividad económica, no las medidas para atajarla. Las respuestas de las autoridades fueron similares a las actuales: cierre de escuelas, iglesias y restaurantes, prohibición de eventos públicos, cuarentenas, etc. (además de promover el uso de mascarillas y el lavado frecuente de manos). Aunque las restricciones no fueron tan estrictas como las actuales, las zonas que las implementaron en mayor medida tuvieron menores tasas de mortalidad (aquí, aquí o aquí). Y los lugares que más activamente protegieron a sus ciudadanos no sufrieron peores tasas de crecimiento, sino si acaso todo lo contrario (aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, o aquí). No debemos olvidar además las consecuencias económicas a nivel individual que este tipo de recesiones ocasionan en las personas que las sufren. En este sentido, un artículo reciente argumenta que la Gran Depresión de la década de 1930 es un mejor símil de lo que económicamente puede suponer el COVID-19 y las generaciones que nacieron o accedieron al mercado de trabajo durante la Gran Depresión vieron seriamente limitadas sus oportunidades económicas (aquí, aquí o aquí).
La evidencia disponible también contradice el mito de que todos somos iguales ante este tipo de epidemias. La intensidad de la Gripe de 1918 dependió claramente del nivel socioeconómico de partida, tanto entre regiones como dentro de las mismas. Además de que los países más pobres sufrieron una mortalidad más elevada (aquí), la pandemia se cebó más entre aquellos grupos de población con peores niveles de vida (medidos a través de niveles de renta, mortalidad infantil o analfabetismo; aquí, aquí o aquí). Igualmente, la incidencia fue mayor entre la población inmigrante, incluso controlando por nivel socioeconómico, lo que puede indicar la existencia de barreras sociales, culturales o lingüísticas en el acceso a (o la adopción de) medidas sanitarias (aquí). Las diferencias raciales, especialmente en contextos discriminatorios, pueden también ser muy importantes como ilustra el ejemplo sudafricano (aquí). Y estas desigualdades no sólo surgieron en términos de salud, sino también en términos económicos. Un estudio usando datos italianos encuentra que la Gripe de 1918 redujo las rentas de las capas más bajas de la población y por tanto incrementó la desigualdad (aquí; algo similar pudo haber pasado también en España, aquí).
Aunque es pronto todavía para saber los efectos a largo plazo del COVID-19, lo que sabemos sobre la pandemia de 1918 confirma que los más vulnerables son lo que van a sufrir más. El impacto en la salud y en la acumulación de capital humano serán permanentes y posiblemente visibles en las generaciones posteriores, con el consiguiente efecto en la capacidad productiva de la sociedad. No sólo el impacto final va más allá de lo que hemos podido evaluar en esta entrada (por ejemplo, en la fertilidad, o en la confianza y el capital social), sino que los efectos en la salud y el mercado laboral tienden además a reforzarse mutuamente lo que subraya aún más el mensaje de que hay que proteger a los grupos más desfavorecidos. El COVID-19 pasará, especialmente cuando la vacunación masiva haya llegado al suficiente número de personas (como el ejemplo israelí evidencia), pero quedará mucho trabajo por hacer si queremos mitigar las consecuencias a largo plazo de esta pandemia.
Hay 2 comentarios
Muy interesante el análisis. Me gustaría saber si ha realizado algún análisis sobre el impacto de la COVID desde la perspectiva de género, o dispone de referencias que estén tratando este aspecto. gracias
Un cordial saludo
Muy interesante el análisis.
Estoy interesada en conocer si ha hecho algún tipo de análisis sobre el impacto de la Covid desde la perspectiva de género, o tiene referencias de trabajos que lo hayan abordado. Gracias.
Un cordial saludo
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