Entrada conjunta con Alfonso Díez Minguela, Julio Martínez Galarraga y Daniel Tirado Fabregat
Continuamos la serie de entradas sobre el retraso histórico de la educación en España. Hasta ahora nos habíamos centrado en analizar indicadores más tradicionales como la alfabetización, la escolarización o el número de maestros y maestras (aquí o aquí). Hoy vamos a estudiar una medida menos convencional y quizás más problemática: las habilidades numéricas. Casualmente, un informe de la OCDE ha subrayado esta misma semana que los conocimientos numéricos de los españoles deja hoy en día mucho que desear independientemente de su nivel de estudios.
Aunque nuestros antepasados, especialmente a partir del siglo XIX, dedicaron mucho esfuerzo a registrar la capacidad de leer y escribir de la población, no hicieron lo mismo con las habilidades numéricas. No disponemos, por tanto, de medidas directas del conocimiento aritmético, lo que supone una limitación importante en nuestro conocimiento de los niveles de capital humano en el pasado: tener habilidades matemáticas básicas puede ser, en determinados contextos, incluso más útil que saber leer o escribir. Una manera indirecta de intentar capturar esta dimensión del capital humano es fijarse en la tendencia que tienen algunas personas a declarar su edad usando números redondos (aquellos que acaban en 0 o 5), especialmente si sus habilidades numéricas son limitadas (age heaping en inglés). Cuando se nos pregunta por la edad solemos restar el año de nacimiento al año actual, lo que puede llevar a declarar números redondos si tienes dificultades a la hora de hacer ese cálculo mental. Aunque este enfoque tiene sus limitaciones, se ha demostrado relativamente útil para medir las habilidades numéricas básicas de la población en ausencia de otro tipo de indicadores (ver, por ejemplo, aquí, aquí o aquí).
Por ello, los historiadores han explotado diversas fuentes (censos de población, registros parroquiales, listas de reclutas, reclusos o incluso pasajeros transatlánticos, entre otras) para analizar la distribución de las edades en las mismas. Un patrón irregular en la distribución de edades, ilustrado por la preferencia por ciertos dígitos, puede dar pistas sobre las habilidades numéricas de la población estudiada, por lo que es útil ver cómo esos patrones han podido variar a lo largo del tiempo y entre distintas regiones. Siguiendo este tipo de estudios, nosotros hemos acudido a los censos de población españoles que proporcionan la edad (año a año) de la población desde 1877. La pirámide de población de ese año ya permite tener una idea intuitiva de lo que indicábamos arriba: una proporción anormalmente elevada de individuos declara una edad que acaba en número redondo. Curiosamente, en el caso español no se observa redondeo sobre el 5 sino sobre los múltiplos de 10.
Pirámide de población en España (por sexo), 1877
Esta información permite calcular el Índice de Whipple que, básicamente, asume que la distribución por edades es uniforme y calcula la desviación que se observa frente a ese estándar. Para evitar problemas y facilitar la comparación entre distintas fuentes, se excluye tanto la parte baja como alta de la distribución para centrarse en la población con edades comprendidas entre los 23 y los 62 años. Además, para facilitar su interpretación, se suele convertir este indicador en el Índice ABCC que refleja el porcentaje de la población que declara su edad adecuadamente (y por tanto varía de 0 a 100). El siguiente gráfico, elaborado a partir de la información que ofrecen todos los censos de población publicados desde 1877, muestra la evolución a largo plazo de esta medida en España. Como se puede observar, este indicador se mantuvo estancado (o incluso descendió ligeramente) durante el último tercio del siglo XIX cuando inició un crecimiento sostenido que se aceleró en 1920. Las diferencias por sexo también han tendido a reducirse con el paso del tiempo. En la España actual, la práctica totalidad de la población declara su edad correctamente.
Índice ABCC en España, 1877-2010
Como se puede comprobar, esta medida proporciona una información muy interesante pero no siempre fácil de interpretar ya que el redondeo a la hora de declarar la edad no sólo puede apuntar a limitadas habilidades numéricas, sino también a una escasa capacidad del estado para recoger los datos o incluso a ciertas costumbres y tradiciones (puede, por ejemplo, haber cierta aversión hacia dígitos concretos). Dado que los problemas a la hora de recordar la edad aumentan a medida que nos hacemos mayores, esperaríamos que el redondeo fuera más pronunciado en los grupos de edad más avanzada. Esto es, de hecho, lo que muestran los datos (ver gráfico siguiente), lo que sugiere que los funcionarios públicos hicieron su trabajo relativamente bien y nos hace ser más optimistas sobre la bondad de este indicador.
Índice ABCC en España por grupos de edad, 1877-2001
El estancamiento que muestra el Índice ABCC hasta las primeras décadas del siglo XX está en consonancia con lo que sabemos sobre la evolución de otros indicadores del nivel de vida como los índices de mortalidad o las estaturas (aquí). La comparación internacional con otros países más avanzados también valida la idea de que España tenía unos niveles de capital humano muy bajos. Ver, en este sentido, toda la información que ha generado el proyecto ClioInfra. Sus datos, de todas maneras, están recopilados de fuentes muy heterogéneas y con metodologías diversas. En el caso de España, utilizan la información de un número limitado de censos proyectando hacia atrás los cálculos por cohortes, por lo que no son perfectamente comparables con los nuestros y, de hecho, ofrecen una imagen errónea de la evolución de este indicador en nuestro país. El trabajo de Brian A’Hearn y coautores sobre Italia, en cambio, sí explota la misma riqueza de datos que nosotros. La comparación de los resultados para ambos países, cuyos niveles de desarrollo en la segunda mitad del siglo XIX eran similares, indica que la práctica del redondeo era ligeramente más baja en nuestro país.
El atraso histórico, dentro del contexto europeo, de la educación en nuestro país es algo que ya analizamos en este blog desde el punto de vista de la alfabetización. Sin embargo, el estancamiento que muestra el índice ABCC entre 1877 y 1920 es más difícil de reconciliar con lo que sabemos que ocurrió con la alfabetización. Por un lado, se podría decir que el analfabetismo era una realidad mucho más extendida que la práctica de redondear la edad: mientras el índice ABCC indica que, en 1877, un 91 por ciento de la población declaraba su edad correctamente, sólo un 32 por ciento de la misma sabía leer y escribir en esa misma fecha. Por otro lado, mientras nuestra medida de habilidad numérica se mantuvo estancada hasta bien entrado el siglo XX, el porcentaje de la población mayor de 10 años que sabía leer y escribir creció significativamente durante este período, como se muestra en el gráfico siguiente que ilustra las trayectorias de ambos indicadores.
Alfabetización y habilidad numérica en España, 1877-2001
Como los censos permiten desagregar esta información a nivel provincial, podemos echar un vistazo a la relación entre estas dos dimensiones desde una perspectiva diferente. El siguiente gráfico, que se centra sólo en el período 1877-1930, muestra que las provincias que tenían niveles de alfabetización más elevados también disfrutaban de mayores índices ABCC: la correlación es más alta en el caso de los hombres (0.68) que de las mujeres (0.52). Sin embargo, la relación es mucho menor si analizamos las diferencias entre hombres y mujeres (0.32), lo que de nuevo aconseja ser cautos a la hora de interpretar esta información. En este sentido, las disparidades en la habilidad numérica entre ambos sexos eran mucho menos pronunciadas que entre la alfabetización femenina y masculina.
Alfabetización y habilidad numérica por provincias, 1877-1930
Siendo conscientes de los problemas que supone intentar medir el capital humano y sus distintas dimensiones, en esta entrada hemos intentado trazar la evolución de las habilidades numéricas en España y compararla con lo que sabemos sobre la alfabetización. Aunque ambas medidas están relacionadas, existen también importantes diferencias entre ellas. Se podría quizás argumentar que, mientras aprender a leer y escribir requería una importante inversión (en tiempo, esfuerzo y material), las habilidades capturadas por nuestro indicador se pueden desarrollar de forma más intuitiva en la práctica cotidiana, especialmente si uno está rodeado de personas que tienen y practican esa capacidad. Así, las mejoras en alfabetización que tuvieron lugar desde la segunda mitad del siglo XIX estuvieron influidas por la paulatina mejora de la situación económica y por una gradual implicación pública en materia educativa (el papel relativo de ambas está aún por determinar). Los avances en el indicador de habilidad numérica pudieron estar ligados además a la evolución del contexto cultural, una dimensión que cambia mucho más lentamente. Aunque falta todavía por sacarle mucho jugo a los datos presentados aquí, disponer de una batería más amplia de indicadores enriquece sin lugar a dudas nuestro conocimiento de los niveles de capital humano de nuestros mayores.