Entrada conjunta con Francisco J. Marco-Gracia.
Hace varias semanas contábamos que el infanticidio femenino (o la negligencia parental hacia las recién nacidas) fue una práctica mucho más importante en España de lo que se había pensado (aquí). Pero, ¿qué ocurría después? ¿discriminaban las familias también a las niñas a lo largo de la infancia? La respuesta corta es sí: la mortalidad de las niñas era más elevada de lo que debería haber sido en ausencia de discriminación, lo que sugiere que las familias priorizaban a los niños en términos de alimentos o cuidados.
Los detalles se pueden encontrar en este trabajo en el que hemos seguido la trayectoria vital de casi 35,000 personas nacidas en una zona rural a unos 40 kilómetros de Zaragoza entre 1750 y 1950. En él hemos comparado las tasas de mortalidad de los niños y las niñas hasta que cumplían 10 años (obtenidas de los registros parroquiales de nacimientos y defunciones; la imagen que adjuntamos muestra un ejemplo de estas fuentes).
Al realizar estas comparaciones debemos tener en cuenta que, por razones biológicas, los varones son más vulnerables y sufren tasas de mortalidad más elevadas, especialmente durante el primer año de vida. Esta desventaja era incluso más visible en contextos de alta mortalidad como los que caracterizaban a la España preindustrial (debido a los bajos niveles de vida, la falta de higiene y la ausencia de un sistema público de salud). Dado que más niños que niñas morían de forma natural, identificar conductas discriminatorias hacia las niñas mirando a las tasas de mortalidad relativa es un reto que posiblemente ha contribuido a que estas prácticas hayan pasado casi desapercibidas en la historiografía.
Empecemos echando un vistazo a la evolución de las tasas de mortalidad por sexo y por grupos de edad (0-1, 1-4, 5-9). El siguiente gráfico muestra cómo, hasta finales del siglo XIX, casi un 20 por ciento de los niños no llegaba a su primer cumpleaños. El porcentaje es ligeramente inferior para las niñas debido, como decíamos, a su ventaja biológica. Este orden, sin embargo, se invierte para el grupo de edad entre 1-4 años en el que las niñas muestran mayores tasas de mortalidad, algo que contrasta con lo que esperaríamos (la vulnerabilidad masculina es mayor durante el primer año, pero no desaparece en años posteriores). Aunque las tasas de mortalidad son mucho más bajas en el siguiente grupo de edad (5-9 años), estas siguen perjudicando ligeramente más a las niñas. La mortalidad descendió de forma importante durante las primeras décadas del siglo XX, pero los patrones por sexo anteriores seguían siendo visibles, al menos hasta 1925.
Fig. 1. Tasas de mortalidad por sexo y grupos de edad (0-1, 1-4 y 5-9), 1775-1925
El siguiente gráfico va más allá y analiza cómo evolucionaron las tasas de mortalidad a medida que estos niños y niñas crecían. Para ello hemos calculado la probabilidad diaria de morir desde el nacimiento hasta que cumplían 10 años. La ventaja biológica femenina es evidente en las mayores tasas de mortalidad que sufren los niños durante el primer año de vida. Sin embargo, esta brecha se va reduciendo rápidamente a medida que van creciendo y, de hecho, cambia de signo durante el segundo año de vida. La mortalidad de las niñas se mantuvo por encima de la de los niños durante el resto de la infancia, pero especialmente entre los 1-5 años.
Fig. 2. Probabilidad diaria de morir entre 0-10 años (izquierda) y brecha de género (derecha)
Es interesante fijarnos en el importante cambio que se produce alrededor del sexto o séptimo mes de vida, coincidiendo con el acceso del bebé a la comida sólida y el fin de la lactancia. Hasta ese momento las tasas de mortalidad masculina y femenina caían siguiendo un patrón muy similar sugiriendo que los efectos beneficiosos de la lactancia protegían a niños y niñas por igual (es importante subrayar que la leche materna es un bien no competitivo). El destete y la introducción de sólidos, en cambio, parece que visibilizan conductas discriminatorias en la cantidad (o calidad) de los alimentos o en los cuidados que se dedicaban a hijos e hijas. Mientras las tasas de mortalidad de los niños apenas varían, la de las niñas muestran un importante repunte que contribuye a cerrar la brecha de género primero y a que muriesen más niñas que niños a lo largo del resto de la infancia (estas diferencias son cuantitativamente importantes y estadísticamente significativas). No hay que olvidar que en contextos de alta mortalidad como el existente en nuestra época de estudio, pequeñas (o grandes) diferencias en cómo las familias trataban a sus hijos e hijas podían tener consecuencias letales.
La evidencia anterior indica que la discriminación hacía las niñas era especialmente visible desde el fin de la lactancia. Sin embargo, que mueran más niños durante el primer año no necesariamente implica que no hubiera discriminación en esa etapa. De hecho, la brecha de género que se observa en nuestra zona de estudio durante ese primer año es comparativamente pequeña: más niñas (o menos niños) estaban muriendo de lo que sería esperable de acuerdo a lo que pasaba en otros países con niveles de mortalidad comparables.
La brecha de género es incluso más visible es niñas nacidas en familias numerosas. No hay, sin embargo, diferencias cuando analizamos familias que tienen acceso a la tierra o no, lo que indica que estas prácticas formaban parte de un sistema cultural generalmente aceptado. Además, aunque sus efectos son más claros durante el siglo XIX, la penalización que sufrían las niñas persistió durante las primeras décadas del siglo XX, lo que sugiere que la preferencia por el varón continúo siendo una fuerte norma cultural dentro de estas sociedades. La fuerte caída de la mortalidad de niños y niñas a principios del siglo XX y la lenta mejora de la situación económica de las familias (reflejada claramente en el incremento de las estaturas medias) favorecieron que el exceso de mortalidad desapareciese con el avance del siglo XX. Sin embargo, esto no necesariamente significa que dejase de existir una preferencia por los varones en la España rural.
Como explicamos en el artículo, nuestros resultados son de hecho una infraestimación del impacto de la discriminación. Nuestra base de datos sólo incluye aquellas personas que han nacido y muerto en nuestra área de estudio (también nos vale si tenemos constancia de que se casaron porque eso implica que estaban vivas a los diez años). Dado que la migración era mayoritariamente masculina, estamos perdiendo una mayor proporción de hombres que de mujeres, lo que sobreestima la mortalidad masculina (al tener menos hombres en el denominador). Por otro lado, el fantasma del subregistro de defunciones es un tema recurrente en los estudios de demografía histórica, especialmente durante los primeros años de vida. Si hubiera subregistro, sin embargo, es muy probable que este afectara más a las niñas, por lo que sus tasas de mortalidad serían mayores de lo que muestran los registros, lo que evidenciaría todavía más el efecto letal de la discriminación que sufrieron las niñas.
Vamos a concluir con dos implicaciones de nuestro trabajo. Por un lado, indicar que estos resultados ponen en cuestión la idea de que no había “missing girls” en España, y posiblemente en otros países europeos, en un pasado no tan lejano, algo que ya habíamos tratado en entradas anteriores (aquí, aquí o aquí). Por otro lado, subrayar que los estudios sobre mortalidad histórica y la transición demográfica deberían prestar más atención a los efectos que podían tener sobre la mortalidad las posibles conductas discriminatorias. En este sentido, no sólo las tasas de mortalidad de las niñas parece que eran más elevadas de lo que deberían haber sido (si no hubieran sido discriminadas), sino que el descenso posterior a partir de finales del siglo XIX podría ser (parcialmente) explicado por cambios en el modo que las familias trataban a sus hijos e hijas.