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¿Y si la culpa es de los Españoles y no de nuestros políticos?

Últimamente no he escrito en el blog: mayo y junio, cuando el semestre ya ha acabado en UPenn pero no en muchas otras universidades, son meses perfectos para viajar y dar charlas académicas. Este año quizás he llevado esta estrategia al extremo pues llevo ya cinco semanas consecutivas de viaje, más de una docena de seminarios y 10 husos horarios diferentes.

En el medio de esta locura de viajes, mientras iba de Israel a California, conecté en Barajas. En vez de tener que pasar muchas horas en el aeropuerto como hubiera ocurrido si pasaba por Londres, al menos podía ir a mi casa en Madrid, ducharme y descansar un rato.

Mi sorpresa ocurrió cuando volví a la T4 de Barajas. En la zona en la que los coches pueden dejar a pasajeros, era imposible parar: tanto la primera fila como la segunda fila estaba llena de coches estacionados. Los conductores habían aparcado “a la Aguirre” y, violando todas las reglas de trafico y la más mínima educación cívica, habían dejado el coche y entrado en la terminal. Este comportamiento imposibilitaba la circulación y lo que debería haber sido 30 segundos (llegar con el coche, bajarse, sacar la maleta y el coche que me llevaba salir de vuelta) se convirtió en un suplicio.

Me imagino que la mayoría de los coches aparcados era de gente que quería acompañar a los viajeros hasta el final y que o eran demasiado vagos para ir al aparcamiento (“total, son solo 5 minutos”) o tacaños que querían ahorrarse unos euros del ticket.

La mejor manera de describir a todos estos conductores es llamarle ladrones. En vez de robar mi dinero o mi propiedad, son ladrones porque robaron mi tiempo y el de todos los otros madrileños que perdieron 5 minutos intentando navegar el caos que era aquel día el tráfico en la T4.

Quizás lo más triste es que la mayoría de estos conductores, si les hubiese llamado ladrones a su cara, se hubieran indignado. Pero estas lágrimas de cocodrilo no es más que hipocresía: aparcar en segunda fila “a la Aguirre” o llevarse el dinero del presupuesto de la Comunidad de Madrid es exactamente el mismo comportamiento: quitarle recursos a la mayoría para el beneficio injusto de unos pocos. Solo difieren en la cuantía del robo. Una más que considerable proporción de Españoles son corruptos: cuando son ciudadanos normales aparcan en segunda fila (probablemente mientras se quejan de los “políticos” o de la “casta”), cuando son diputados, aceptan sobornos.

¿Quiere esto decir que España no tiene solución? ¿Qué España, como esta llena de españoles, tiene que sufrir el mal tráfico en la T4 hasta el fin de los tiempos?

No. A menudo los economistas se dividen entre aquellos que defienden la importancia de las normas sociales y aquellos que prefieren insistir en el papel de las instituciones. El primer grupo señala a evidencia como un famoso trabajo de Raymond Fisman y Edward Miguel. En Nueva York, hasta el 2002, los diplomáticos de las Naciones Unidas tenían inmunidad con las multas de aparcamiento. Sin embargo, y aunque las multas no se podían cobrar, la ciudad de Nueva York sí que las guardaba en sus archivos. Fisman y Miguel se dieron cuenta que mirar cuántas multas de aparcamientos recibían los diplomáticos de cada uno de los 149 países para los que había datos era una manera de medir las normas sociales de cada país. En primera aproximación, si un diplomático no tenía multas era porque su normal social limitaba su comportamiento (es verdad que podía haber un castigo en su país de origen, pero este mecanismo es probablemente muy débil en la practica).

Fisman y Miguel descubrieron que los diplomáticos más corruptos eran los de Kuwait: 249.4 multas no pagadas por año por diplomático entre 1997 y 2002. Que te pongan 249.4 multas de aparcamiento en un año tiene mucho mérito. Los diplomáticos probablemente no pasaban el año entero en Nueva York (vacaciones, viajes, etc.) y antes de 9/11, en domingo era fácil dejar el coche en Manhattan donde uno quisiera sin excesivo riesgo de multa. En la práctica los diplomáticos de Kuwait conseguían más de 1 multa al día.

En el otro extremo Fisman y Miguel encontraron a los de siempre (Daneses, Noruegos, Suecos) con 0 multas y un grupo un poco curioso (Grecia, Omán, Jordania) también con 0 multas, aunque quizás estos países tuviesen explicaciones sencillas (¿no tenían coches? ¿un embajador muy serio? ¿la embajada pagaba la multa por ellos? ¿tenían aparcamientos reservados?).

Los 15 diplomáticos españoles acreditados en las Naciones Unidas no se cubrieron de gloria: 12.9 multas al año de media, justo entre Ucrania y Filipinas. En el año que viví en Manhattan (2005-2006) me pusieron 0 multas de aparcamiento (y sí, tenía coche, un BMW 325 azul precioso, que empleaba a menudo). Por tanto, estoy bastante seguro que el te pongan 12.9 multas de aparcamiento en Nueva York solo te pasa si ignoras las regulaciones con un rostro de hormigón. Es triste aceptarlo pero es la realidad: el diplomático español medio en las Naciones Unidas en 1997-2001, alguien que se supone que es una persona de alto nivel educativo y con una particular apreciación de la ley, era un caradura. No son los políticos, son los españoles.

El segundo grupo de economistas, aquellos que defienden la importancia de las instituciones, encuentra sin embargo también evidencia favorable en el trabajo de Fisman y Miguel. En 2002 hubo un cambio legislativo y la ciudad de Nueva York comenzó a retirar la matrícula diplomática a los vehículos que acumulasen más de tres multas no pagadas. Para que quedase claro, lo hicieron a lo bruto: retirando las matrículas a vehículos de 30 países diferentes en octubre de 2002. El cambio legislativo supuso que los diplomáticos de Kuwait pasaron de 249.4 multas al año a 0.15 y los españoles de 12.9 a 0.52. Los españoles son españoles hasta que llegan las buenas instituciones.

No tengo duda alguna que si mañana la policía empezase a poner multas en la T4 con alegría, en una semana estaríamos como en el aeropuerto de Filadelfia: a nadie se le pasa por la cabeza dejar el coche aparcado y entrar en la terminal. Otra cuestión, claro, es porqué la policía no pone estas multas, pero eso lo dejamos para otro día.

La conclusión es que separar normas sociales e instituciones es quizás artificial: las primeras determinan las segundas pero las segundas también determinan las primeras (para los que sepan de que va esto, es un “punto fijo”). Yo mismo he escrito sobre el tema en cierto detalle. En España necesitamos mejores instituciones precisamente porque tenemos peores normas sociales. Defender lo primero no implica negar lo segundo. Dejemos de culpar de todo a nuestros políticos, empecemos a mirarnos en el espejo y reformemos nuestras instituciones.