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Una Nueva Política Económica Para Europa

de Jesús Fernández-Villaverde

Reproducimos aquí un artículo publicado por Jesús en Expansión este pasado Jueves:

Los líderes europeos encaran, en su próximo Consejo de junio, la necesidad de re-direccionar la política económica de la Eurozona. Tras casi cinco años de crisis sin que se vea la salida del túnel, el nerviosismo se ha extendido y nuestros dirigentes buscan nuevos lemas que sustituyan a los gastados mensajes anteriores. La palabra del momento parece ser “crecimiento”.

Y si los gritos en años anteriores de austeridad a toda costa carecían de un sólido fundamento (como también lo tuvieron las peticiones de gasto incontrolado en 2008-2009), la nueva obsesión por el crecimiento puede ser una vuelta más de tuerca en ese demencial sinsentido en el que Europa parece haberse convertido.

Y no es porque el crecimiento sea malo: ¡ni mucho menos! El crecimiento económico es uno de los objetivos básicos de toda política económica sensata. Es más, en la situación actual, es imprescindible recuperar el crecimiento para que los agentes privados y públicos puedan hacer frente a sus obligaciones. Sin crecimiento, el peso de la deuda privada y pública seguirá explotando a medida que se refinancien los préstamos y llegará a hacerse insostenible. El problema es que clamar al cielo que uno está a favor del crecimiento mientras se adopta un conjunto de medidas mal pensadas e incoherentes como las que se rumorean estos días no solo no generará crecimiento sino que puede ser contraproducente.

En vez de ir corriendo de Consejo a Consejo repitiendo el último eslogan de moda, debemos de sentarnos y escuchar lo que la teoría económica nos dice. Y la principal enseñanza de la misma es que una política económica para Europa ha de basarse en un enfoque equilibrado desde el lado de la demanda y de la oferta junto a una serie de reformas institucionales.

Desde el lado de la demanda, Europa tiene que repensar tanto su política monetaria como su política fiscal. La política monetaria del BCE ha de centrarse en asegurar un incremento del nivel de precios. En otras palabras: Europa necesita varios años de inflación moderada al menos del 4-5%. Después del estallido de una burbuja y el comienzo del consiguiente proceso de desapalancamiento, los tipos de intereses reales deben de ser negativos: los inversores y consumidores en mejores condiciones financieras han de ser inducidos a gastar lo suficiente para compensar la caída de demanda de aquellos agentes que están reduciendo su deuda neta. En caso contrario, si los tipos de interés reales se mantienen positivos, la única manera en la que el mercado de inversión-ahorro se puede equilibrar es por medio de una reducción de la actividad económica. Inducir tipos de interés reales negativos sufre de un problema fundamental: la autoridad monetaria solo puede reducir los tipos nominales hasta cero. Por tanto, la inflación ha de subir para que el tipo real (igual al nominal menos la inflación) sea lo suficientemente negativo.

Una moderada tasa de inflación acarrea una ventaja adicional. Los países periféricos deben ajustar sus precios y salarios reales. Tales ajustes son mucho más fáciles de efectuar con una inflación al 5% que con una inflación al 2% ya que los contratos en las economías modernas suelen estar firmados en términos nominales y no reales. La mejor manera de ver este fenómeno es en las hipotecas. Una reducción de salarios nominales dificulta a los hogares pagar sus hipotecas, pues estas se convierten en mayores múltiplos de sus ingresos. Un incremento del nivel de precios permite que el salario real se reduzca sin tocar el nominal y con ello no encarecer la hipoteca. Los bancos no salen perjudicados de este ajuste pues tanto sus activos como sus pasivos son nominales. Los perdedores de este cambio del nivel de precios son los tenedores netos de activos, pero no existe ninguna razón por la que el tipo de interés real en una economía de mercado tenga que ser positivo. Sus actuales tasas de retorno ligeramente positivas son consecuencias de una política monetaria incorrecta, no de un derecho “natural”.

El diseño de la política fiscal tiene que compaginar dos objetivos. El primero es asegurar la sostenibilidad de las cuentas públicas. El segundo es ayudar a estabilizar la economía en las difíciles condiciones actuales. La clave para reconciliar estos aparentemente contradictorios requisitos es la elaboración de planes de consolidación fiscal plurianuales. Los inversores en los mercados de deuda están más preocupados por la senda futura de ingresos y gastos públicos que por las cifras de un año concreto. En concreto, los inversores entienden perfectamente que alcanzar un objetivo arbitrario de déficit en 2012 a costa de cortar la inversión pública o el gasto en educación solo agrava la recesión sin realmente mejorar la situación fiscal intertemporal.

Para ser creíbles, estos planes de consolidación fiscal han de ser lo suficientemente pausados como para ser factibles, sesgados hacia recortes futuros más que presentes, centrados en el incremento del ahorro público y de la reducción del gasto no productivo y acompañados de cambios en el proceso presupuestario, como la creación de consejos fiscales independientes, o las reformas tributarias que incrementen la recaudación y reduzcan las distorsiones causadas por los impuestos.

Desde el lado de la oferta, la piedra angular son las reformas estructurales que mejoren la tasa de crecimiento a medio y largo plazo de las economías europeas. La Eurozona sufre de innumerables ataduras que al eliminarse pueden permitirle dar un salto importante. En el caso de España estas incluyen la sangrante dualidad del mercado de trabajo, las restricciones a la competencia en números mercados, las barreras a la creación y crecimiento de nuevas empresas, la regulación excesiva (especialmente autonómica), un sistema educativo disfuncional y una triste falta de apoyo al I+D.

El crecimiento económico no solo ayuda a que se desplace la oferta agregada de la economía, sino también a que crezca la demanda. Mejores perspectivas en el futuro incrementarán el deseo de las familias y empresas en mejores condiciones financieras de comenzar a consumir e invertir con más alegría. El círculo vicioso de “más deuda, menos demanda, más deuda” puede convertirse así en un círculo virtuoso de “menos deuda, más demanda, menos deuda”. Además, mejores perspectivas de crecimiento nos dan más margen temporal para realizar la consolidación fiscal con más calma y con menos efectos negativos en el corto plazo.

Finalmente, la reformas institucionales han de centrarse en la gobernanza del Euro y en la política fiscal común. Con respecto a la primera, el BCE ha de convertirse en un verdadero banco central, que actué como un prestamista de última instancia del sistema financiero y de los tesoros nacionales sin la necesidad de contorsionarse como ha venido haciendo recientemente para evitar el cumplir unas reglas diseñas con poco conocimiento de causa. Unido a esta misión, el BCE ha de asumir la supervisión de las instituciones sistémicas en Europa, incluido el control de su tamaño. Fusiones insensatas de entidades mal gestionadas y motivadas exclusivamente por consideraciones políticas como las que han creado ese monstruo de Frankenstein llamado Bankia han de relegarse los libros de historia económica.

Con respecto a la política fiscal, la Eurozona tiene que crear mecanismos que permitan a los estados protegerse frente a los problemas que causa el tener que emitir deuda en una moneda no controlada por su propio tesoro, mientras que se asegura la disciplina fiscal. La creación de Eurobonos con primas en el tipo de interés basados en la situación fiscal de cada estado es un posibilidad para solventar estos retos.

Concluyo mi explicación sobre la nueva política económica para Europa con una reflexión más personal. Soy bastante pesimista con la capacidad de los líderes europeos de afrontar este programa. Durante esta crisis, la clase política europea, y la española en particular, han demostrado una falta de liderazgo y una confusión de ideas preocupante. Y esto no es casualidad: es producto de la nefasta manera en la seleccionamos nuestras élites y de la reticencia de buena parte del electorado a aceptar la situación. Por muchos Consejos que convoquemos, será imposible enderezar el rumbo de Europa mientras estos dos problemas fundamentales sigan con nosotros.