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Tres Reflexiones sobre el Error de Rajoy

El sábado pasado señalaba un error bastante obvio del discurso de Mariano Rajoy en la escuela de verano del PP cuando habló del crecimiento económico de España en los últimos 50 años. Para evitar distracciones a mi mensaje principal prometí dejar unas reflexiones personales sobre el tema para otro día. Esta entrada cumple tal promesa.

Mi reflexión inicial es acerca de si Rajoy mintió (como defendían la mayoria de los comentarios y de los "tuits") o se equivocó. O quizás de manera más precisa: la persona que le escribió el discurso, ¿mintió o se equivocó? Si tuviera que apostar me decantaría por el error. Mentir de esta manera es un poco inútil. Uno siempre podría haber dicho: “España es un país que ha crecido de manera notable en los últimos 50 años” o “España esta entre los países que más han crecido” sin dar detalles más concretos. Para los asistentes al acto, todos adeptos, y para los periodistas presentes, que probablemente eran de la sección de política y no de la de economía de sus medios, tales frases no habrían hecho mucha diferencia. ¿Para qué exponerse, incluso con una baja probabilidad, a que te pillen en una cosa que es fácilmente constatable para tan poco beneficio?

Mi segunda reflexión es que, aunque pudiera parecer lo contrario, el error es peor que la mentira. Si Rajoy (o la persona que le escribió el discurso) hubieran mentido, el asunto de alguna manera tendría más arreglo. Salvo en casos patológicos, la persona que miente puede dejar de hacerlo. El error demuestra un problema más profundo: incapacidad.

Incapacidad, primero, porque tras escribir esa frase, el autor del discurso no pensó ni por un momento en la necesidad de comprobar si era cierta o no. Una falta de profesionalismo mezclada con una arrogancia infundada es una invitación al fracaso. Pero todos aquellos que leyeron el discurso antes de darle la versión final a Rajoy (me imagino que habría varios) cometieron el mismo error: nadie vio el gazapo ni pensó en ningún tipo de comprobación. Que en Moncloa o en Génova no haya nadie que piense que el “fact checking” es importante me preocupa.

Incapacidad, segundo, para contar. Ayer hablaba con una amiga mía, también economista pero no española, y le contaba la afirmación de Rajoy. Su reacción inmediata y sin mirar los datos ni explicarle yo mi entrada fue: “eso no puede ser posible: mira China, Japón, Corea del Sur, Taiwan y Singapur; esos cinco países han tenido que crecer mucho más que España”. Efectivamente, cualquier economista que haya seguido el devenir de la economía mundial con cierto detalle tiene en la cabeza el éxito en términos de crecimiento económico de los países asiáticos (independientemente del juicio que le merezca tal crecimiento). Que en Moncloa o en Génova no haya nadie que reaccione de manera instintiva como mi amiga ayer me preocupa.

Incapacidad, tercero, para entender nuestra realidad. No, España no lo ha hecho bien en las últimas tres décadas (esto lo he argumentado hasta la saciedad, aquí, aquí y aquí). No lo hemos hecho igual de mal que los venezolanos o que los italianos, pero no lo hemos hecho bien. Y el panorama en el medio y largo plazo, con una demografía muy mala, una deuda elevada, serios problemas de productividad y una zona Euro que sencillamente no funciona es desalentador. La gente esta enfadada por motivos concretos, no por capricho. Esto no es ser catastrofista o poco “español”. Es una lectura sobria de los datos. Que en Moncloa o en Génova no haya nadie que parezca apreciar lo suficiente los problemas estructurales de España me preocupa.

Incapacidad, cuarto, para enfrentarse a los retos del populismo demagógico. Lo más paradójico de la situación es que, en realidad, estoy de acuerdo con una buena parte de la idea principal expresada por Rajoy en su discurso. Como decía el otro día un lector en un comentario y como explicaban Nacho y Juan, el programa económico de Podemos en un bombón de cianuro: una capa de chocolate para que sepa dulce mientras lo mordemos y veneno mortal en el interior. Pero este peligro tiene que ser explicado a los Españoles con claridad y precisión. Y para eso lo primero que hay que hacer es preparar las intervenciones correctamente y darse cuenta que el mapa político de España es diferente.

Me acuerdo hace unos años, al ver el debate entre Manuel Pizarro y Pedro Solbes, como era obvio que Pizarro había aparecido sin haber “hecho los deberes” y como Solbes (que nunca fue santo de mi devoción) machacó a Pizarro sin mayor problema. Si esto le pasó a Pizarro que es abogado del estado, ¿Se imaginan un debate entre alguien de Podemos, curtido en mil batallas dialécticas en la universidad y que ha estudiado aunque solo sea a Judith Butler, con Moreno Bonilla, que al menos en la última encarnación de su CV no es abogado del estado? Poner a gente como Moreno Bonilla de candidatos era, en su día, una tomadura de pelo a los andaluces. Hoy, es un suicidio. Que en Moncloa o en Génova no haya nadie que parezca entender que el juego ha cambiado me preocupa.

Mi tercera, y final reflexión, es que los medios de comunicación, como de costumbre, ni estaban ni se les esperaban. Rajoy soltó una burrada y entre todos los periodistas en el acto o en las redacciones de los medios, no hubo ni uno que le sonase raro los datos. Una democracia moderna no puede funcionar sin mecanismos de control y uno de los más básicos es unos medios que no dejan vender “motos”.