Estos días estoy pensando más y más acerca de la economía de la salud ya que estoy convencido de que este será el tema de política económica más relevante, incluso a nivel macro por sus implicaciones presupuestarias de las próximas décadas. Hoy el Washington Post tiene un interesante artículo sobre el coste de los tratamientos de ataque al corazón: los avances en tasas de supervivencia han sido extraordinarios pero los costes terroríficos.
Un ejemplo: un estudio clínico de 1988 documentó que una combinación de aspirina y Estreptoquinasa, reducía la mortalidad después de un ataque del 13.2% al 7.2%, un magnífico resultado. Poco después, una nueva medicina, llamada Activador tisular del plasminógeno (ATP) apareció en el mercado como un substituto de la Estreptoquinasa. ATP reducía la mortalidad del 7.2% al 6.3% pero el precio era de $1,200 en vez de los $300 de la Estreptoquinasa. ¿Compensa que un Sistema Nacional de Salud pague $900 por paciente por una reducción de la mortalidad del 0.9%? La respuesta más natural para los no economistas es decir que sí, que la vida no tiene precio (y de hecho, con análisis coste-beneficio con valores normales de una vida nos sale que el tratamiento con ATP es una buena idea). Pero, ¿y sí la reducción fuera del 7.2% al 7.1% y el coste adicional fuera $9000? Y como esto solo es un ejemplo, el que no esté convencido de los serios problemas que esto nos enfrenta como sociedad que ponga más ceros ¿Una reducción de la mortalidad del 0.00001% por un coste adicional de $1000 millones por paciente?