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Muerte en Corea, o ¿funciona la política industrial?

Como hemos hecho otros años y como es costumbre en muchos medios, dedicamos parte de estos últimos días de diciembre a comentar la figura de un personaje interesante que ha muerto en 2011. Y en esta ocasión nos vamos a Corea, no para hablar del “querido líder”, que como no era más que el jefe de un familia mafiosa despreciable que exprime a millones de personas es bastante aburrido, sino para discutir la vida de Park Tae-Joon.

Usted, querido lector, quizás se pregunte en este momento quién es este tipo. Y algo de razón no le falta. Los grandes directivos industriales de Asia son poco conocidos en el mundo occidental, pues en general huyen del narcisismo de los Steve Jobs o Bill Gates. A la vez, apostaría a que usted posee al menos un producto manufacturado con material de Posco, la empresa creada y dirigida por mucho tiempo por Park.

Posco, el quinto productor mundial de acero y probablemente el más rentable, es una empresa joven para un sector tradicional como el siderúrgico, pues fue creada apenas en 1968. En aquella época, Corea del Sur carecía de una industria siderúrgica moderna propia y el gobierno de Park Chung-hee, él que fuera dictador de ese país por casi dos décadas y el artífice para bien o para mal de su modernización, anhelaba suplir esta carencia. Park el presidente eligió a Park el que se ha muerto (no eran familiares, literalmente la mitad de los coreanos se apellidan Park, Lee o Kim) y que, después de un temporada de general en el ejercito, en aquel entonces dirigía una empresa de Wolframio (ese mineral que tanto le molaba a los alemanes durante la segunda guerra mundial) llamada Korea Tungsten Company (y que después de algún avatar hoy se conoce como TaeguTec, los únicos que tienen una planta integrada de Wolframio en el mundo).

La mayoría de los inversores internacionales y de las organizaciones multilaterales pensaron que aquello no tenía mucho sentido. Corea era un país pobre, abundante en trabajo pero no en capital y que por tanto poco tenía que hacer metiéndose en una industria tan intensiva en capital como la siderúrgica (ale, toma tú modelo Heckscher–Ohlin). Encima, en Corea del Sur no había ni mineral de hierro ni carbón y este había que traerlo de bastante lejos como Australia, Canadá o Estados Unidos (con Mao haciendo de las suyas con la revolución cultural, pues no era tema de traérnoslo de China). Y para rematarlo esta gente ni tenía experiencia en el tema ni Park Tae-Joon sabía en exceso de cómo llevar un negocio. Vamos que aquello no sonaba muy bien y el Banco Mundial dejo bien claro que ni ellos iban a poner dinero en este entuerto ni que recomendaban a nadie hacerlo (más detalles en el capítulo 12 de este libro, que en general es bastante malo pero que cuando habla de Corea tiene más información).

Pero como el Park Chung-hee era de armas tomar, todo esto le trajo al fresco y con el dinero que le debían los japoneses de reparaciones por su ocupación de Corea (bastante brutal por otra parte) y la ayuda técnica de Nippon Steel, se montó la empresa (pública hasta su privatización en 1997-2000) y ale, a fabricar acero como locos.

Y para sorpresa de todos (bueno, menos de los Park me imagino), resultó que el chiringuito funcionó. En pocos años Posco se había convertido en un líder mundial y su planta integrada en Gwangyang, la más grande del mundo, producía 18 millones de toneladas de acero al año y incluso atraía a 300.000 turistas, por la fascinación morbosa de su tamaño (si alguna vez voy por ahí la verdad es que me apetece verla; por cierto para todos aquellos que crean en la chorrada esa de la teoría del valor-trabajo, toma ejemplo precioso de producción conjunta en el mundo real: acero y turismo). Para que nos hagamos una idea, Gwangyang produce tanto acero como toda España, lo que por otra parte demuestra lo mal diseñada que estuvo nuestra reconversión del sector en los ochenta que no quiso aceptar hacia donde iba la industria (y sobre lo que ya hemos hablado en otro momento: para nuestro lectores más recientes, es uno de los posts más interesantes de la historia de este blog, merece la pena leerlo).

Total, que para todos aquellos partidarios de una política industrial activa por las administraciones públicas, Posco es el mejor ejemplo de que este tipo de cosas puede funcionar.

Pero claro, como siempre las cosas son muy complicadas y por cada caso de un Posco existe una Empresa Nacional Calvo Sotelo (o 1000 granjas solares para los modernos imitadores de aquel contraejemplo de la existencia de vida inteligente en la tierra que fue Suanzes). Así que uno se tiene que preguntar, de manera más sistemática, si la política industrial funciona o no de media.

La verdad es que este es un tema sobre el que llevo pensando desde que estoy en la carrera y sigo sin tener una idea muy concreta, por mucho que haya leído al respecto. A favor de la posibilidad de una política industrial existen dos grandes argumentos. El primero es las economías de escala. Montar una nueva industria puede ser tan costoso y complejo que solo una gran organización como un gobierno puede acometerlo. El segundo es que un gobierno puede internalizar efectos globales de una nueva industria que unos inversores privados pueden no considerar (esta es la famosa idea del Big Push, este paper de Murphy, Shleifer y Vishny es un clásicazo).

En contra existen dos argumentos. El primero que los gobiernos no saben escoger ganadores porque de alguna manera los funcionarios o políticos no tienen el adecuado espíritu empresarial y el conocimiento necesario. Este argumento, muy querido de los austriacos nunca lo he entendido (aunque es algo que no debería sorprenderme, cuando uno se hace economista austriaco tengo entendido que tiene que firmar un contrato con Libertad Digital el Diablo comprometiéndose a renunciar a la lógica y a despreciar la evidencia empírica), pues uno no se vuelve tonto cuando se hace funcionario y en principio, lo que sabe un economista del estado no es mucho menos que lo que sabe un tipo con un MBA (y en mi experiencia personal, los economistas del estado que conozco saben un orden de magnitud más de cualquier tema que los estudiantes de un MBA) y si no lo sabe, pues se compra uno el libro en Amazon (el británico claro, que el español no lo tendrá), se lo lee y ya está.

El segundo argumento es mucho más convincente: la mayoría de los inversores privados tienen un incentivo claro, ganar dinero, que para eso están. Los políticos y funcionarios tienen, a menudo, objetivos distintos. Algunos son personas realmente dedicadas al bien común y pretenden conseguir lo mejor para sus naciones (y no, y esto no parece entrarle en la sesera a muchos que protestan en los comentarios: la teoría económica moderna no tiene ningún problema con el comportamiento altruista, lo que asumimos los economistas es la maximización de las preferencias individuales, no su contenido egoísta o altruísta). Otros, son unos sinvergüenzas y lo único que pretenden es llenarse los bolsillos, lo cual poco puede tener que ver con el éxito de la política industrial a nivel agregado. La mayoría están en un punto intermedio entre estos dos extremos.

Mi lectura de la evidencia es que, si uno tiene un cuerpo de políticos y funcionarios muy motivados por un sentido nacionalista (tener un enemigo comunista al otro lado de la frontera que te va a invadir y fusilar si no te modernizas y logras legitimidad con tus ciudadanos ayuda un porrón a esta motivación), relativamente honestos, con ideas claras y que entienden que la política industrial tiene que aprovechar las ventajas de la economía mundial globalizada (como Posco exportando como posesos a Japón y EE.UU. por aquello de que Corea era un aliado en la guerra fría), y sin grupos de presión internos particularmente poderosos (bancos, sindicatos, etc.) que te hagan distraerte y extraer rentas, esto puede funcionar.

Si, en vez de estas condiciones, lo que uno tiene son políticos y funcionarios menos motivados, menos honestos, cono ideas peregrinas (la “autarquía” es maravillosa, “el intercambio desigual” nos oprime) o simplemente grupos de presión bien organizados (empresarios privados que te “convencen” que les compres un terreno “magnífico” para tu planta integrada, un sindicato que quiere salarios altos para sus afiliados o un partido que te dice bien clarito que Sagunto se cierra pero que Asturias y Vizcaya ni tocarlas), esto termina no funcionando. Incluso Posco tuvo serios problemas de corrupción y enfrentamientos políticos en los 90 del siglo pasado.

En todo caso esta respuesta provisional está sometida a un problema fundamental de corroboración empírica. Imaginémonos que la política industrial funciona. Pero claro, incluso el mejor inversor del mundo no va a acertar siempre (hasta Warren Buffett ha metido la pata más de una vez). Solo por poner un número, asumamos que la mejor política industrial funciona 2 de cada 3 veces. En este mundo, va a haber muchos ejemplos de que la política funcione y otros de que no funcione y la mayoría de los observadores con fuertes predisposiciones ideológicas van a ver corroboradas sus posiciones a priori. Al revés, pensemos que esto de la política industrial no funciona demasiado bien y que solo acertamos 1 de cada 3 veces. De nuevo, igual que antes, va a haber gente defendiendo ambas posturas.

En vez de ello, es mucho mejor pensar acerca de los proyectos de política industrial como la cartera de un inversor de capital-riesgo. Unas cuantas veces este inversor va a acertar y otras va a fallar. Encontrar un ejemplo u otro de éxito o fracaso no ayuda mucho. El reto es saber si el porcentaje de aciertos es suficientemente alto o no. A este inversor hay que juzgarle en una situación donde el resultado siempre va a estar contaminado por “ruido”.

Pues eso, que esto de la evidencia empírica es un poco pesado y en casos como este, todas las conclusiones a las que lleguemos van a ser muy tentativas. Y no, esto no es la inocentada del año, es la realidad de nuestra modesta capacidad cognitiva.