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Las consecuencias económicas del señor Zapatero

Permítame, querido lector, el emplear un título quizás demasiadas veces repetido; pero ya que mi copia de los Ensayos en Persuasión nunca se esconde lejana en mi oficina en casa y que el Euro ha tornado algo tétricamente similar al patrón oro contra el que tanto se quejaba Keynes, hoy, en esta jornada de reflexión, no puedo resistir la tentación.

Y, fruto de esa reflexión, solo puedo llegar a una conclusión, amarga y dura: los últimos 7 años y medio han sido un fracaso.

No solo porque nuestra renta per cápita sea en 2011 la misma que el 2004 (aquí están los datos del FMI, por si alguno los quiere mirar) y que por tanto nuestra década perdida no sea un terrible amenaza sino una sangrante realidad en la que ya hemos vivido 8 años. No solo porque tengamos 5 millones de parados. No solo porque nuestra prima de riesgo esté por 500 puntos básicos. No solo porque nos enfrentemos a un déficit de las administraciones públicas estructural espantoso. No solo porque nuestro sistema financiero continúe sosteniéndose por alfileres. No. Lo realmente grave, lo que los estudiantes de historia económica repetirán por décadas venideras es sus exámenes de final de curso, es que hemos malgastado una oportunidad única.

A pesar de todos los pesares, entrar en el Euro otorgó a España una ocasión de oro. Por primera vez en nuestra tormentosa historia contemporánea, nuestra moneda era una garantía de solidez y nuestra nación se encontraba en el grupo de los líderes. Podíamos financiarnos a tipos de interés excepcionales y el futuro estaba lleno de puertas abiertas.

La llegada de Zapatero al poder era, además, una posibilidad de romper con una era que había perdido su ansía reformista mientras miraba Lawrence de Arabia en el DVD. Las, digamos “curiosas” circunstancias de su llegada al poder, daban a Zapatero, quizás de manera paradójica, un margen de maniobra del que carecieron la mayoría de sus antecesores. Como el 10 de Marzo de 2004 nadie pagaba un duro por él, no había tenido que firmar todos (aunque sí alguno de) los cheques que aseguran a un candidato el mudarse a Moncloa. Era, pues, el momento de reformar de una vez por todas nuestra enseñanza obligatoria, nuestra universidad, nuestro sistema de I+D, nuestro mercado de trabajo, nuestras cajas de ahorro, nuestra seguridad social, nuestra estructura de financiación autonómica, nuestra …., bueno, ¿para qué alargarme?

En vez de ello, ¿qué ocurrió? Al principio nada. Todo anhelo reformista, todo intento de corregir una burbuja inmobiliaria que ya era clara (y sobre la que muchos de los nuevos responsables del nuevo gobierno habían escrito en los años anteriores en los medios de comunicación), todo esfuerzo, en suma, de poner los cimientos de la España del siglo XXI, de asegurar la prosperidad de las nuevas generaciones de Españoles que han de vivir en un mundo muy distinto del que incluso yo crecí, se diluyeron en cabalgar la prosperidad y en esfuerzos vanos, en medidas facilonas que recogían el aplauso de muchos (incluyendo una buena parte de los que ahora se rasgan las vestiduras acusándonos a los que en aquel entonces éramos ya escépticos de no haberlos avisado) pero que carecían de verdadero fundamento.

Pero todos los días de vino y rosas llegan a su fin. Y en nuestro caso llegaron con una resaca espectacular. Sin la crisis financiera, por ejemplo, el jugar a ser Suanzes, esta vez con placas solares en vez de pizarras, no hubiese pasado de ser una frivolidad más a la que tanto nos acostumbran nuestros ministros. Con la crisis financiera, que al principio se negó que nos afectara y que luego se minusvaloró (mirando en retrospectiva, ¡qué absurdo suenan lo de lo “no llegaremos a 4 millones de parados” o lo de los “brotes verdes”!) tales aventuras saben demasiado mal. Incluso peor, la tardanza en afrontar la situación y las continuas demoras en resolver situaciones tan sangrantes como la de la CAM o el Banco de Valencia no pueden entenderse de ninguna manera. Aunque se ha hecho más de lo que yo pensaba que se fuera a hacer (y mérito hay que reconocer en muchos de esos cambios desde mayo de 2010, algo que hemos repetido mucho en este foro), ha sido demasiado poco y demasiado tarde.

¿Y ahora como estamos? Pues fatal: al borde del abismo con la deuda, sin perspectivas de crecimiento, con un agujero en el sistema financiero que se sigue sin aceptar y, más que nada, con una creciente sensación de pesimismo a todos los niveles.

Y el pesimismo empieza en casa, conmigo mismo. No sé quién se paseará por la calle de Alcalá en Madrid en unas semanas, pero no le envidió en absoluto. Hagamos lo que hagamos, el 2012 y 2013 solo podrán moverse entre lo horrible y lo realmente horrible. Incluso la mejor política posible, que pasa muy a mi pesar por grandes sacrificios para todos, solo podrá aspirar a salvar los muebles lo mejor que podamos. Y lo realmente aterrador: si no seguimos esa política, los resultados serán aún más nefastos.

Desconozco si los españoles son muy conscientes de ello o no cuando mañana acudan a las urnas. Me temo que no. Quizás me equivoque y, a fin de cuentas, de peores hemos salido. Si España sobrevivió a Fernando VII o Isabel II, serios contendientes ambos al título de monarca más inepto de la historia de Europa si no fuera por la existencia de Guillermo II de Alemania, lo más probable es que también sobrevivamos a esta.

¿Quién sabe? Lo mismo los chinos vienen a España y, con lo que les gustan nuestras piedras (evidencia amplia tengo de ello), nos rescatan convirtiéndonos en un gigantesco parque temático. O la economía de EE.UU. se recupera con más alegría y tira del resto del mundo (curiosamente, en este lado del atlántico vamos acumulando cada vez mejores noticias, todavía no espectaculares, pero sí casi todas en la dirección correcta). O quizás ocurra algo positivo que no puedo en este momento predecir.

En todo caso, de manera totalmente egoísta, la verdad es que ya estoy bastante cansado de todo esto (aunque claro, esto demuestra lo privilegiado que soy, mucho más cansados y con mejores razones están los parados o los que no llegan a fin de mes). A mi no me gusta escribir ni de la crisis, ni de la deuda, ni de la cota cero de los tipos de interés, ni de cosas semejantes y odio que mi primera acción cuando me levanto cada día en los últimos meses sea mirar en el Iphone la prima de riesgo de España. Yo me apunté a esto del blog para hablar del último modelo de aversión a la ambigüedad y de lo que acabábamos de descubrir sobre como computar verosimilitudes en paralelo. Que haya tenido que cambiar tales empeños y sentir que deba malgastar mi tiempo escribiendo estas entradas es la consecuencia económica del señor Zapatero en mi vida profesional. Tristemente, no es ni mucho menos la peor.