- Nada es Gratis - https://nadaesgratis.es -

Las Aventuras de Niall Ferguson III

Completamos hoy mi trilogía (las dos primeras entregas aquí y aquí) sobre Niall Ferguson discutiendo su libro más reciente, Civilization: The West and the Rest. Como decíamos hace un par de días, el libro se centra en responder lo que probablemente es LA PREGUNTA de las ciencias sociales: “¿Por qué el crecimiento económico moderno aparece en Occidente?” A fin de cuentas, mi clase de historia económica va exactamente de eso, de repasar las ideas y las evidencias al respecto.

Malamente, en apenas unas 2000 palabras, voy a resumir aquí la literatura, que va desde el papel de la ciudades en la Europa medieval a la existencia de una tradición legal heredada de los Romanos pasando por la ética reformada, el comercio internacional, el descubrimiento de América, el imperialismo, la geografía o la mera suerte y que me lleva un semestre entero discutir en clase. Hacer un mínimo de justicia a todas estas hipótesis requeriría de una larga serie de posts en si misma (aunque los lectores atentos de este blog saben ya de algunos de mis sesgos, por ejemplo ni creo que Weber tuviese mucha razón con lo de la ética reformada–él mismo cambió bastante de idea al final de su vida- ni que el imperialismo fuera particularmente relevante para el crecimiento económico –pues en caso contrario en España o Portugal nos saldría el dinero por las orejas y los Suizos serían pobres de narices).

Ferguson no propone una nueva hipótesis. A fin de cuentas el libro es más un resumen de sus lecturas que un trabajo de investigación original. Pero sí que tiene una línea clara de razonamiento: según él, existen 6 razones fundamentales (que llama “killer apps” pero a mi ese nombre me rechina los dientes en exceso) que explican el éxito de Occidente:

1) La competición, no solo a nivel económico sino en general todo lo relacionado con la división de poder entre distintos estados de Europa, que nunca ha estado dominada por un solo gobierno.

2) La ciencia, como manera racional de organizar nuestro pensamiento y de cambiar el mundo, y aplicada, entre otras cosas, a la organización de los ejércitos y la producción de armas.

3) Los derechos de propiedad y, más en general, el estado de derecho como mecanismo de solución de los conflictos en la sociedad.

4) La medicina, que permite el crecimiento de la esperanza de vida y permitió a los occidentales la conquista de África.

5) La sociedad de consumo, con el crecimiento de los mercados de bienes de consumo que permiten la existencia de industrias de suficiente tamaño.

6) La ética del trabajo, derivada de la tradición reformada, que centra los objetivos de una gran cantidad de empresarios, directivos y empleados.

En este video, Ferguson en persona lo explica todo mucho mejor:

Después de exponer estas seis razones, el libro desarrolla cada una de ellas en un capítulo, empleando paralelos en la historia mundial. Por ejemplo, compara Europa (un área divida políticamente) con China (un área básicamente unificada desde el reinado de Qin Shi Huang) para ilustrar la importancia de la competición o Europa con el Imperio Otomano para ejemplificar el papel de la ciencia en la organización de los ejércitos (en particular, en el desarrollo de la artillería, en la que Europa pronto recuperó su desventaja inicial aplicando los principios de la física moderna).

¿Cuánto me creo cada una de estas seis razones? Primero, me voy a poner el sombrero de economista, que es lo que a fin de cuentas soy. Los economistas pensamos acerca del mundo de una manera eminentemente cuantitativa. Raramente decimos que "a) es la razón" o que "b) no lo es". Nuestras afirmaciones suelen ser del estilo “a) puede generar el 70% de esta observación” o “la subida de impuestos x genera una caída de la oferta de trabajo y”. Decir que subir el impuesto sobre el capital reduce el ahorro no es algo particularmente inteligente o útil. Lo que queremos es saber si subir el impuesto sobre el capital 10 puntos reduce el ahorro un 1% o un 20% ya que nuestra recomendación de política económica será muy distinta en cada caso. Eso es lo que separa a los economistas de, una parte los negados y negadores (“subamos los impuestos que no pasa nada, vamos a recaudar como locos y sino recaudamos, da igual porque como no sé contar no me voy a enterar”) de los lunáticos-racistas-austriacos (“cualquier subida de impuestos en un pecado mortal de negación de la libertad individual de los varones blancos heterosexuales que San Mises prohibió en su tercer mandamiento”). Frente a estas dos degeneraciones infantiles, nuestra preocupación es casi siempre con cantidades y no con absolutos (a riesgo de irme por las ramas, eso es por lo que John Rawls nunca me ha convencido, demasiadas preferencias lexicográficas para mi gusto).

El problema es que hacer estas cuantificaciones en historia (y sobre todo con temas como la razón del éxito de Occidente) son casi imposibles y uno tiene que buscar siempre la evidencia circunstancial y utilizar ciertas dosis de sentido común. Así que, después de estas advertencias, ahí van mis opiniones al respecto.

Primero, la competencia. Totalmente de acuerdo; esta es un vieja idea, que se origina al menos con Karl Wittfogel (uno de los grandes pensadores marxistas menos apreciados y que está a la espera de ser redescubierto y, sí, me gusta mucho la tradición historiográfica marxista seria, ¿pasa algo?) y Eric Jones. Europa está dividida por cadenas montañosas, penínsulas, islas y ríos que hacen casi imposible la dominación del continente por un solo estado, o al menos casi imposible con la tecnología existente hasta hace poco. Los dos tipejos que más cerca estuvieron de ello (afortunadamente de forma breve), Hitler y Napoleón (mientras los franceses insistan en tener el sarcófago de ese señor en Los Inválidos seré francófobo furibundo, lo siento Cives), se encontraron que el canal aislaba al Reino Unido lo suficiente para frustrar sus malvados planes. Y la competición entre estados es buena porque evita que las malas ideas se impongan.

Mi ejemplo favorito de esto es la Florencia medieval. En esta ciudad, los antiguos escribanos se opusieron a la introducción de los números árabes (bueno, en realidad indios) porque eliminaba una de sus habilidades muy bien pagada: la de hacer cuentas con los números romanos (la excusa, que no es más que la de siempre, fue que eran números neoliberales infieles). Claro, esta era una idea horrible pues se rechazaba una tecnología muy superior para proteger a un grupo particular (intente, querido lector, hacer una multiplicación de varios dígitos con números romanos y verá usted que risas) y como otras ciudades del vecindario como Siena no adoptaron esta tonta regulación, pronto se convirtieron en mejores centros financieros. Como Florencia era la capital financiera del mundo europeo por aquella época, pues no le quedó más remedio que tragarse su oposición a los números árabes. Algo similar pasará en Europa (con suerte) en los próximos años. Los alemanes y franceses van a sacarse de la manga cantidad de regulaciones idiotas, la City en Londres prosperará aún más porque los británicos tienen cabeza (excepto los niños pijos que les da por votar a esa contradicción andante que son los liberal-demócratas) y no las adoptarán y, tarde o temprano, el resto de los europeos “veremos la luz”.

Segundo, la ciencia. Poco que decir aquí excepto que sí. El mundo moderno no es nada más que derivadas y división del trabajo. Si usted está leyendo este post es porque sabemos física. Mucho postmodernismo y mucha construcción social de la ciencia que le gusta a los chorras de los departamentos de literatura comparada o historia de la ciencia en EE.UU., pero esto de la ciencia funciona. Lo único es que, excepto por historiadores como Joel Mokyr, esto de la ciencia no está muy de moda. Pero da igual, si Mokyr, que es la persona mejor leída que conozco, dice que esto es importante, obviamente lo es.

Tercero, los derechos de propiedad y el estado de derecho. Bueno, aquí el jurista reprimido que hay en mi sale a relucir y dice “claro que sí”. Sin seguridad jurídica no hay nada (lamentablemente, algo que los gobiernos de España tienden a olvidar) y la gran herencia de Roma, a parte de este dialecto del latín en el que escribo, es su derecho. No me gusta, sin embargo, que Ferguson no aprecie lo suficiente esta herencia romana (o las instituciones jurídicas medievales europeas) y sobre-enfatice el papel de la Common Law o de la Carta Magna, fruto de un nacionalismo británico que le ciega un tanto, y que no parezca entender los serios problemas de definir derechos de propiedad en un mundo digital:

Cuarto, la medicina. Con esta estoy algo menos de acuerdo. Buena parte del éxito de Occidente se produce antes de la segunda mitad del siglo XIX, que es cuando la medicina europea empieza a ser útil y no una forma sofisticada de curanderismo. Sin negar los enormes incrementos de bienestar que la medicina trae, los ingleses conquistaron India sin tener ni la más remota idea de qué era en verdad la malaria. Robert Fogel habla de estos temas con mucho más conocimiento que yo:

Quinto, la sociedad de consumo. Este capítulo no lo he entendido, la verdad. Pero es que en general no entiendo nunca los modelos donde la demanda importa en el largo plazo. Aunque en el corto plazo las rigideces de precios y salarios pueden dar un papel a la demanda agregada como determinante del nivel de equilibrio de output que no se daría en el caso de precios perfectamente flexibles, en el largo plazo tengo la profunda convicción que los precios terminan siempre ajustándose (aunque lleve una década) y a fin de cuentas estamos hablando aquí del largísimo plazo. Recientemente Jan De Vryes o Klaus Desmet y Stephen Parente han escrito modelos donde algún tipo de efecto en el largo plazo como este puede surgir, pero en este momento los dejo más como interesantes hipótesis que como mecanismos relevantes.

Finalmente, lo de la ética del trabajo inspirado en la tradición reformada (por cierto, esto no deja de ser gracioso: el presbiterianismo cultural de Ferguson le pesa muchísimo en su visión del mundo a pesar de ser declaradamente ateo; esto es como lo que siempre digo a mis amigos Católicos americanos: que son calvinistas sin saberlo). Esto de la ética del trabajo sí que no me lo creo en absoluto, por mucho que McCloskey haya escrito ( volumen 1 y 2 de un proyecto en curso) recientemente sobre el tema.

Mi visión es que toda religión/sistema de ética es suficientemente flexible para adaptarse a las necesidades del momento (excepto la religión de la economía austriaca, que como vive en un mundo de fantasia con hobbits y elfos no requiere de estas adaptaciones). Y en Europa el crecimiento económico moderno comenzó en el norte de Italia y en Flandes mucho antes de la reforma. Y los calvinistas que se fueron al Caribe les dió por argumentar que la esclavitud era la fundamentación de la reforma porque les permitía a ellos dedicarse al estudio de la Biblia en vez de trabajar. O un ejemplo más: a comienzos del siglo XX se decía que Confucio era incompatible con el crecimiento económico y ahora que a los Chinos les va bien, resulta que es lo mejor del mundo mundial para ello:

(por cierto, y por hacer publicidad descarada de la lectora, un archivo mp3 con una versión bilingue chino-inglés en librivox.org de parte de las Analectas de Confucio).

Había un chiste en la Unión Soviética que decía que si dejabas a un tipo listo con las obras completas de Lenin, en una tarde te iba a encontrar un pasaje que justificaba lo que el Politburo del Partido Comunista había decidido por la mañana. Pues eso: que una persona con cabeza va a coger cualquier texto fundacional de una religión y dar con algo que, con un poco de buena pluma de “comentario”, te justifica lo que sea.

En conclusión, Civilization es un libro inteligente, que se deja leer y, sobre todo para aquellos que no hayan seguido mucho el tema del origen del éxito de Occidente es una buena introducción a la literatura por alguien que es un declarado militante de Occidente (como dijo en una ocasión, "Let me come clean, I am a fully paid-up member of the neo-imperialist gang"), pero no aporta nada nuevo en especial y algunas de sus hipótesis no se sostienen. Una enorme oportunidad perdida por alguien que debería escribir algo mejor.

Pero, quizás lo más interesante del libro esté en la primera página, en su dedicatoria “For Ayaan”, y al final del prefacio: “It (el libro) is dedicated, however, to someone who understands better than anyone that I know what Western civilization really means –and what it still has to offer the world” . El primer día de esta serie comenzábamos hablando de la boda de Ferguson con Hirsi Ali. Hirsi Ali se hizo famosa por convertirse en una enemiga acérrima del Islamismo en Holanda (está es la razón de la protección policial) y su militancia al respecto causó mil problemas políticos en un país siempre de complejas coaliciones y pilarización. Bueno, pues esta es la Ayaan a la que está dedicado el libro.

Aparentemente la pareja se conoció en una fiesta de Time para celebrar a las 100 personas más influyentes del mundo (en la que ambos estaban incluídos) y el resto, como dicen, es historia. No resulta muy sorprendente que Ferguson, con la carrera académica y política que hemos descrito, se encandilase de la idea de Hirsi Ali como epítome de Occidente en su lucha contra el resto del mundo (esto suena mejor en Inglés, the West against the Rest).

En todo caso esta última aventura de Ferguson no deja de ser curiosa. Demuestra una conexión entre su actividad intelectual, política y personal que no se da mucho hoy en día, cuando los viejos revolucionarios marxistas han desaparecido, y que probablemente explique su respuesta (con amenaza de juicio incluida) a una reseña de su libro, por otra parte bastante mala incluso para los habitualmente decepcionantes estandares de superficialidad intelectual de Pankaj Mishra, en the London Review of Books.

Llegamos aquí al final de nuestro viaje por hoy pero, sin duda, esto no ha acabado y antes de que cante un gallo tendré que escribir el siguiente capítulo de aventuras de Niall Ferguson.