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If you're going to do this damn silly thing, don't do it in this damn silly way

Los que me conocéis más sabéis que mi serie favorita de televisión de toda la vida es el fantástico dúo de “Yes, Minister” y “Yes, Prime Minister” que satiriza la vida de Jim Hacker, un político británico bastante bien intencionado que debe de enfrentarse constantemente a su propia incompetencia, volubilidad y, aún peor, a los entuertos y obstrucciones de Sir Humphrey Appleby, el Secretario Permanente, primero de su ministerio y luego de su gobierno. Los guiones reflejan la vida política mejor que ninguna otra obra de ficción que conozca y, de acuerdo con amigos míos en ministerios, algunas situaciones que aparecen en la serie son reflejo perfecto de experiencias personales suyas. En España la serie fue emitida por las autonómicas hace muchísimos años, pero traducida claro y como nos contó Antonio hace unos días, aparte de no dejarnos aprender inglés, pierde mucha gracia. Ahora, es muy fácil conseguir el DVD y verla en original, algo que recomiendo a todos (excepto a Luis pues una de las actividades favoritas de Sir Humphrey, que se licenció en clásicas por Oxford, es denigrar a la LSE).
En esta re-visita, uno se encuentra con un episodio, The Writing on the Wall, acerca del sobredimensionamiento del funcionariado británico (en todos sitios cuecen habas y las protestas de Juan el viernes pasado sobre los funcionarios nacionales se extienden a nuestros socios europeos). En medio de una discusión entre Hacker y Sir Humphrey, este, desesperado por la falta de sentido común, le espeta a su ministro: “If you're going to do this damn silly thing, don't do it in this damn silly way.”
Esto mismo es lo que me gustaría gritarle ahora mismo a nuestro gobierno. Después de la irresponsabilidad de la nueva financiación autonómica, de la demagogia de los 400 euros y el cheque bebé, después de años de optar siempre por la senda más cómoda y por la foto fácil en la portada de los periódicos, Zapatero (no nos engañemos, Salgado es solo la correveidile del presidente) ha dado la orden de subir los impuestos y los medios de comunicación este fin de semana están llenos de especulaciones sobre esta subida que me han amargado el domingo por la mañana.
Lamentablemente, dado el desastre presupuestario en el que nos hemos metido no nos quede mucho más remedio que tocar los tipos tributarios, pero ya puestos a hacerlo, al menos evitemos hacerlo de esa manera tan estúpida que se quejaba Sir Humphrey.
La primera idea peregrina que nos contó Zapatero el viernes es que la subida de los impuestos solo será temporal. Si uno quiere subir los impuestos, la teoría económica nos dice que, en general, es mucho mejor es subirlos menos pero de manera permanente (para los que estéis más metidos en esto, los impuestos deben de seguir casi un paseo aleatorio). Esto es por dos razones. Uno, porque las distorsiones creadas por el impuesto crecen de manera aproximada a un ritmo cuadrático en el tipo, con lo cual es mucho peor para el bienestar el imponer un año al 35% y otro al 40% que dos años al 37.5%. Segundo, porque cambios temporales en impuestos generan sustituciones intertemporales perversas. Por ejemplo, si sé que los impuestos en el 2010 van a ser más altos que en el 2011, moveré mi oferta de trabajo y mi ahorro al 2011, reduciendo la recaudación y agravando la recesión en el 2010. Y quien crea que esto solo es una posibilidad remota, que mire este trabajo de House y Shapiro sobre la sustituciones intertemporales causadas por las reducciones de impuestos de Bush el Joven (y para que no quede duda, no me voy aquí a poner a repasar la literatura, pero podría citar otra docena de trabajos al respecto).
La segunda idea peregrina es que parece que se van a lanzar sobre las rentas del capital. Antes hablo en este blog de que el resultado básico de Chamley-Judd es que uno no debe de imponer las rentas del capital (sí, Juan Carlos, ya sé que hay excepciones, como la ausencia de mercados completos o el ciclo vital, pero, grosso modo, es una recomendación bastante sensata), antes se lanzan a empeorar su tributación. Nunca he entendido muy bien la fijación que tienen los que en España se llaman expertos en Hacienda Pública con los “principios de la imposición”. Los que sufristeis a esta gente en la carrera de economía quizás os acordéis: principio de equidad, de suficiencia, y otras zarandajas de tal porte. Uno de estos supuestos principios, que carecen por completo de más fundamentación que el sonar bien a aquellos menos acostumbrados a pensar de manera analítica, es que la “dualidad fiscal” de las rentas del capital y del trabajo es mala. Guillem López Casasnovas, catedrático de la Pompeu Fabra y consejero del Banco de España, nos espeta en El País del domingo un ejemplo sangrante de esta falacia al criticar “la "dualidad fiscal" que evidencian unos tipos máximos del 43% para las rentas del trabajo y del 18% para las del capital.” Claro, que el mal es generalizado. Laura de Pablos, de la Complu, aboga en el mismo artículo por recuperar el tributo sobre el patrimonio que encima llama ingenioso en el caso Holandés pues nuestros amigos de los Países Bajos lo hacen por tramos objetivos (aquí me imagino que “ingenioso” se utiliza en el sentido de “creativamente tonto”).
Finalmente, la tercera pata de esta triada del despropósito es que las rentas más altas (según Blanco las que ganen más de 50.000 euros) verán tocados sus tramos del IRPF más que otras. Ale, a exasperar las distorsiones creadas por la progresividad. ¿No era Miguel Sebastián uno de los grandes defensores del tipo único?
Bueno no sigo pues ya habrá tiempo de volver a todo esto pues los despropósitos de política económica que se nos avecinan nos tendrán ocupados por mucho tiempo. Al menos, para intentar alégrame el día, me acabo de comprar la recopilación de los conciertos de Martha Argerich que sacó la semana pasada DG. Después de escucharla uno no puede mantener el mal humor.