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Estomago contra Cabeza

Una breve reflexión después de venir de dar seminarios por varios sitios, en parte motivada por la entrada de Luis y en parte por la (como siempre) excelente columna de Martin Wolf en FT (para saltarse la barrera, se puede buscar en google "Time for Germany to make its fateful choice").

Cuando me pregunto en qué momento Alemania tomó el camino que le llevó al suicidio en 1933, siempre respondo que el 28 de febrero de 1925. Ese día, como consecuencia de una apendicitis mal tratada, moría Friedrich Ebert (enlazo a la entrada en wiki en alemán que tiene más detalles), el primer presidente de la República (aunque todavía se llamase Deutsches Reich). Ebert, el hijo de un sastre de modestos medios, había surgido como el líder natural del Partido Socialdemócrata (SPD), el pilar básico de la República de Weimar y de la democratización de la vida alemana. Más importante aún, Ebert había entendido siempre que la política era el arte de lo posible y que las decisiones había que hacerlas con la cabeza, no con el corazón.

Tras su muerte, hubo que convocar nuevas elecciones a presidente. El SPD, consciente de la importancia de mantener a un demócrata convencido como presidente, retiró después de la primera vuelta (las elecciones a presidente eran a dos vueltas) a su propio candidato (Otto Braun) y apoyó a Wilhelm Marx, un abogado del Partido de Centro (Católico).

Marx, otro moderado (aunque más a la derecha que Braun), había sido canciller en el momento en que Alemania aceptó el plan Dawes de pago de reparaciones de guerra, motivo por el cual la derecha nacionalista le odiaba profundamente. No voy aquí a discutir si el plan Dawes era o no justo o cuánto debería haber Alemania pagado por la primera guerra mundial. Solo es importante recordar que el plan Dawes era la única solución factible en aquel momento, tal como entendieron socialdemócratas, liberales (los pocos que había) y católicos.

Bueno, no todos los católicos. Un alto porcentaje del electorado del equivalente bávaro del Centro, el BVP, y parte del ala derecha del Centro encabezada por el más tarde nefasto Von Papen puso el resentimiento a Weimar, al plan Dawes y en general a todo lo que le había pasado a Alemania desde 1918 por encima del sentido común y se dio el gustazo (estúpido) de votar por Hindenburg solo por meterle el dedo en el ojo a los realistas. Que una parte no trivial del voto católico fuera al protestante Hindenburg demuestra el nivel de resentimiento de esos votantes que rompían la disciplina del Centro, pues históricamente los católicos alemanes habían sido muy reacios a votar a candidatos protestantes (votar a Hindenburg era estupido por otras razones que poco tenían que ver con la religión).

De igual modo, los comunistas nunca retiraron a su candidato, Ernst Thälmann, uno porque no les dejaba Moscú y dos porque eran otros que preferían meter el dedo en el ojo al enemigo (en este caso los socialdemócratas) que asegurar la supervivencia de la república.

Hindenburg ganó por algo menos de un millón de votos y el resto, como dirían, es historia. Nunca sabremos qué hubiese ocurrido si el Centro y el BVP hubiesen mantenido la disciplina de voto de una manera tan férrea como el SPD o si Thälmann se hubiese retirado pero, sinceramente, estoy convencido que Marx habría ganado (solo necesitaba, por ejemplo, algo menos de la mitad del voto comunista).

Total, que una combinación de nacionalistas de derecha, católicos resentidos y comunistas catastrofistas aseguraron la derrota del bloque republicano y demócrata y garantizaron la victoria de un general medio senil que sería manipulado por su hijo y su camarilla en abrir las puertas al infierno en 30 fatídicos días de enero de 1933.

Aunque de nuevo es difícil saber con certeza metafísica qué hubiese ocurrido con un Marx en el poder durante la crisis de 1932, estoy igualmente convencido que las fuerzas de la oscuridad habrían sido derrotas. La victoria del NSDAP fue, como dirían Wellington, “the nearest run thing you ever saw in your life” y sin el apoyo del presidente, lo que pasó después jamás habría pasado.

El votar con el estómago y no con la cabeza y el sufrir unos políticos que confundían deseos con realidades nos llevaron a todos los Europeos al desastre. Parece que no hemos aprendido demasiado.