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En Expansión: Los Costes de Romper el Euro: No Nos Fijemos en Argentina

Hoy en Expansión hemos sacado Jesús Fernández-Villaverde, Tano Santos y yo nuestra interpretación de la "solución Argentina"  (que no nos parece solución en absoluto, ni ejemplo útil, por ser claros). 

Los Costes de Romper el Euro:  No Nos Fijemos en Argentina

(de Jesús Fernández Villaverde, Luis Garicano y Tano Santos)

El agudo recrudecimiento de la crisis financiera en Europa en las últimas semanas ha colocado la discusión sobre los efectos de la ruptura del Euro encima de la mesa de una manera mucho más clara que nunca. Antes de pensar si España debe de seguir o no en el Euro, uno tiene que estimar los efectos, positivos y negativos, de una ruptura de la unión monetaria. El problema es que nunca hemos vivido una situación como esta y por ello, cualquier evaluación de estos efectos es casi imposible. Aquellos que defienden una postura u otra con gran vehemencia hablan, en nuestra opinión, más basados en prejuicios ideológicos que en una análisis frío y objetivo de la evidencia existente.

Y, aunque no tenemos ejemplos de rupturas de instituciones como el Euro, si que hay otros casos, como la disolución de la unión monetaria en Austro-Hungría o el divorcio de la República Checa y Eslovaquia, de los que podemos aprender, tanto en sus similitudes como en sus diferencias.

Pero en vez de discutir en detalle estos casos, nos vamos a centrar en las siguientes líneas en Argentina. Tras varios años de grave crisis económica, en 2001-2002 Argentina suspendió los pagos de su deuda soberana, abandonó la paridad del peso con el dólar e impuso el corralito a sus ahorradores. El caso argentino es relevante por dos razones. Uno, porque dados nuestros vínculos históricos, Argentina aparece constantemente en nuestros medios de comunicación. Dos, porque el rápido crecimiento económico de Argentina después de 2002 se esgrime a menudo como evidencia tanto a favor de una política económica heterodoxa como de los posibles efectos positivos de salirnos del Euro.

En este artículo presentamos dos argumentos: uno, nuestra interpretación de la experiencia argentina no es tan positiva como la de otros observadores; dos, creemos que el ejemplo de Argentina puede ser poco relevante para España.

Empecemos con nuestra interpretación de la experiencia argentina. Para ilustrarla, utilizaremos datos de PIB per cápita de distintos países de Iberoamérica compilados por el Banco Mundial en términos de paridad de compra (es decir, ya descontados los efectos de la inflación y del distinto poder adquisitivo de cada moneda). La práctica generalmente aceptada en economía es elegir como año base para realizar comparaciones el año del pico del ciclo. En el caso de Argentina fue 1998. Así, si normalizamos el PIB per cápita real en Argentina a 100 en 1998, en 2010 (el último año para el que el Banco Mundial nos da números), el PIB per cápita real fue de 131, lo que nos da un crecimiento de 2.3% al año de media. Pero este crecimiento medio esconde dos periodos bien distintos: de 1998 a 2002, donde el PIB per cápita real pasó de 100 a 78.3, y de 2002 a 2010 donde pasó de 78.3 a 131. En otras palabras, buena parte del fuerte crecimiento económico simplemente fue un efecto “rebote” de la gran caída del PIB durante la crisis.

Se podría argumentar que este efecto “rebote” y el crecimiento adicional de 31% no hubieran ocurrido sin el abandono de la paridad o el repudio de las deudas. Para evaluar esta respuesta, lo que podemos hacer es mirar a otros países de la región que sean relativamente comparables a Argentina pero con una política económica más convencional y preguntarnos cómo lo han hecho. Para ello seleccionamos a Brasil, Chile y Perú (Bolivia, Uruguay y Paraguay, por varias razones, son menos comparables). Si repetimos el mismo ejercicio que hicimos con Argentina, normalizando el PIB per cápita real de cada país a 100 en 1998, vemos que el PIB per capital real de Brasil es 129.1, el de Chile es 131.3 y el de Perú 155.5. Es decir, en este grupo de 4 países, Argentina lo ha hecho peor que Perú y (marginalmente) Chile y solo un poco mejor que Brasil. No parece, al menos a primera vista y con la cautela que se precisa en las comparaciones internacionales, que la política económica argentina haya ayudado en exceso con respecto a la de sus vecinos.

A la vez, Argentina sufre hoy de fuertes tensiones económicas a punto de estallar y que son precisamente consecuencia de las decisiones de los últimos diez años. La expropiación de YPF, el sistemático falseamiento de las estadísticas económicas, las crecientes limitaciones a la movilidad del capital o la distancia entre el tipo de cambio oficial y el “paralelo” son signos indudables de problemas futuros. Bien pudiera ser que en uno o dos años, una vez que se ha agotado todo lo que el modelo kircherista tenía que dar, la impresión general de la situación económica argentina sea mucho más negativa.

Lo que uno sí que puede hacer es pensar en qué hubiera ocurrido con una Argentina que en 2001 hubiese abandonado la paridad de manera ordenada, con una re-estructuración pactada con el FMI y con una política durante los siguientes años mucho más respetuosa del mercado como mecanismo de asignación de recursos. Dados los ejemplos de alto crecimiento de Brasil, Chile o Perú, los altísimos precios de las materias primas que Argentina exporta, el tirón que supone Brasil para la región, la bonanza internacional de 2002-2007 generada por la burbuja financiera en EE.UU. y Europa y recordando el enorme espacio de convergencia que Argentina ha acumulado en décadas de bajo crecimiento, pensamos que, bajo una política económica más convencional, el crecimiento de Argentina hubiese sido incluso más alto y, lo que es más importante, con menos desequilibrios como los existentes en este momento.

En resumen, lejos de  considerar a Argentina como un éxito, la vemos como una gran oportunidad perdida (otra más) para que este país recuperase de manera sostenible el atraso con las naciones más avanzadas.

Nuestro segundo argumento es que, independientemente de si uno subscribe o no nuestro análisis anterior, el ejemplo de Argentina es poco relevante para España y otros países de la Eurozona.

Esto es por tres razones. Primero, porque Argentina en 2001 era una economía mucho menos integrada con el resto del mundo que España en 2010. En 2001, el comercio internacional de Argentina fue el 21.7% de su PIB. En 2010, el comercio internacional de España fue el 54.7% de nuestro PIB. Además, buena parte de las exportaciones argentinas se concentran en materias primas (soja, carne y otros productos agrícolas) mientras que las nuestras se basan mucho más productos industriales (coches y otra maquinaria). Cuando Volkswagen produce un coche en Pamplona o Citroën en Vigo son parte de una cadena de valor internacional muy compleja. Si Argentina es expulsada de los mercados financieros internacionales, su capacidad de exportar apenas es afectada y, si además ha habido una devaluación, sus productos son particularmente competitivos. En comparación, si España estuviese en la misma situación, bien pudiera ser que nuestra capacidad de exportar y, en general, de producir bienes y servicios fuera afectada de manera mortal. Un ejemplo sencillo es el siguiente. Si un periódico en Argentina es impreso con papel y tinta nacional, una devaluación e impago de la deuda no tiene mayor impacto en la empresa del rotativo. Si en España el periódico se imprime con papel que viene de Austria y la tinta de Bélgica, una ruptura del Euro puede suponer el fin de la empresa.

Un caso que ilustra estos efectos el de Finlandia en 1991-93. La caída de la Unión Soviética fue un grandísimo shock negativo para este país escandinavo. Finlandia se había especializado en exportar bienes industriales a cambio de productos energéticos a la Unión Soviética a precios muy favorables. La repentina disolución de estas relaciones bilaterales entre ambos países hizo que el PIB en Finlandia se redujese un 11% entre 1990 y 1993 y la recuperación fue lenta y dolorosa a pesar de las buenas instituciones que Finlandia disfruta.

Segundo, porque en 2001, Argentina era una economía mucho menos bancarizada que la nuestra lo es ahora. De nuevo utilizando datos del Banco Mundial para asegurar su comparabilidad, en el año 2000, el crédito doméstico al sector privado en Argentina era el 23.9% del PIB. En España, en 2010 (el último año en la base de datos del Banco Mundial), fue el 211.6%. En otros palabras: cualquier colapso generalizado del sector financiero estilo corralito tendría un efecto un orden de magnitud más negativo en España que en Argentina. Es más: el efecto sería duradero. En 2010, en Argentina, el crédito doméstico es únicamente el 14.6% del PIB, lejos del nivel de 2000. Aún peor, la pérdida de confianza en la sociedad argentina en los contratos privados y en la seguridad jurídica tardará décadas en recuperase, con el consiguiente lastre en el crecimiento económico.

Pensar, como se argumenta a veces, que dado que la verdadera riqueza de las familias españolas son sus viviendas y que estas no se verían afectadas en exceso por este colapso del sector financiero demuestra una ingenuidad preocupante y, lo que es más grave, un profundo desconocimiento de historia económica. Solo por poner un caso reciente: en Japón el suelo comercial ha perdido el 86% de su valor entre el pico de su burbuja y hoy (en algunos distritos de Tokio la caída ha sido de más del 99%) y el suelo residencial el 65%. Y eso a pesar de que en Japón no hubo colapso financiero, solo una gran recesión.

Tercero, porque el presupuesto argentino se vio inmediatamente favorecido por la fuerte devaluación ya que el mismo depende crucialmente del precio relativo de sus exportaciones agropecuarias. De hecho, y esto quizás no es apreciado lo suficiente, Argentina mantuvo su disciplina fiscal por varios años después del abandono de la paridad. En España, por el contrario, nos seguiríamos encontrando con un déficit importante al día siguiente de salir del Euro, probablemente agravado por esta salida (como decíamos antes, nuestra estructura de exportaciones es muy diferente) y que no podríamos financiar en los mercados internacionales.

Volviendo al comienzo. Nadie sabe a ciencia cierta que pasaría si España se sale del Euro. El ejemplo de Argentina en 2001-2002 no es ni tan positivo como se nos vende ni particularmente útil como comparación. Algunos de nosotros fuimos muy escépticos cuando el Euro se creó. Ni pensábamos que las ventajas del mismo fueran suficientes para compensar sus costes ni que el diseño institucional de la Eurozona fuera el correcto. Y si creemos que el tiempo nos ha dado la razón, ahora somos también escépticos acerca de su ruptura.  En situaciones con gran incertidumbre sobre las consecuencias de las decisiones de política, uno debe ser más cauto que nunca antes de tomar una drástica decisión.