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El Impuesto de Patrimonio Es una Mala Idea

Tenemos que subir los impuestos en España. Los números son muy tozudos y en este blog explicamos ya hace tiempo que no había manera de cerrar el déficit fiscal sin incrementos de recaudación. El gobierno actual reconoció tal tesitura al subir el IVA y el nuevo gobierno que vendrá del PP tendrá, con casi total probabilidad, que hacer lo mismo por mucho que juren ahora sobre el cerrojo de la tumba del Cid que esto no ocurrirá. La nueva enmienda constitucional solo hace más urgente reconocer estas necesidades de nuevas recaudaciones.

Esto podría llevar a alguno a pensar que tengo una cierta predisposición hacia la recuperación del impuesto del patrimonio que parece venir estos días. Nada más alejado de la realidad.

Olvidémonos por un momento de la lucha interna que existe en el gobierno al respecto (aunque volveré al final de este post a la misma) y centrémonos en la economía del asunto.

Todos los impuestos distorsionan, unos más, otros menos (una vez, en clase de Ed Prescott, se me ocurrió decir que los impuestos de capitación no distorsionaban y Ed me fustigó haciéndome notar que esto no era cierto con fertilidad endógena). Que los impuestos distorsionen significa que los agentes cambian sus comportamientos como consecuencia de ellos.

Por ejemplo, la semana pasada me ofrecieron hacer una cosa a cambio de un pago X. A ese precio la hubiese hecho pero no a (1-mi tipo marginal de IRPF)X, que es lo que de verdad cobro (y para los que no se lo crean, en EE.UU. el tipo marginal del IRPF, una vez que sumas federal, estatal y ciudad se te puede ir fácilmente a un 45% en muchos estados). Total, que dije que no. El impuesto cambió mi decisión.

El cambio en el comportamiento de los agentes genera lo que los economistas llamamos pérdida irrecuperable de eficiencia: una cantidad de bienestar que se pierde para la sociedad. (Nota: algunas veces esta pérdida es negativa, es decir, una ganancia, como cuando imponemos sobre una actividad que causa externalidades negativas como la polución).

Es por ello que una política fiscal bien diseñada tiene que considerar, como uno de sus criterios fundamentales, el minimizar las distorsiones. Entre todos los impuestos ¿qué combinaciones de los mismos minimizan la pérdida social?

El impuesto del patrimonio es un impuesto particularmente distorsionante ya que no grava las rentas del capital sino el nivel del mismo (este es un trabajo clásico que claramente ilustra este punto). En presencia de IRPF e impuesto de sociedades, la inclusión de un impuesto sobre el patrimonio implica que:

1) Se grava la renta que originó el patrimonio (por ejemplo, el IRPF pagado por la persona que cobro algo para acumular).

2) Se grava la tenencia de capital (impuesto sobre el patrimonio).

3) Se grava la renta que genera ese capital (Sociedades o IRPF que se paga en formas de ganancias de capital por mucho que uno tenga el dinero en una institución de inversión colectiva).

Esta “triple” imposición es, sencillamente, una mala idea. Una simple manera de ver esto es que, si el capital rinde un 4% de media y el impuesto sobre la renta del mismo es un 25%, en ausencia de impuesto sobre el patrimonio, el tenedor de capital recibe un 3% (0.75*0.04). Si introducimos además un impuesto sobre el patrimonio de un 1%, el tenedor de capital recibe un 2% (0.75*0.04-1%). Es decir, que un simple impuesto sobre el patrimonio del 1% multiplica por 2 el impuesto sobre las rentas del capital. Como la imposición sobre las rentas del capital es bastante distorsionante, multiplicarlas por 2 nos lleva a un muy mal resultado.

La respuesta clásica a este argumento (bastante contundente) de eficiencia es que los impuestos también cumplen una función de redistribución y que un impuesto sobre el patrimonio es “justo” o “equitativo”.

No voy aquí a entrar a discutir cuál es el nivel adecuado de redistribución en una sociedad pues es un tema muy complejo. Si que puedo, sin embargo, señalar que, en general:

1) Es más eficiente redistribuir en gasto, no en ingresos.

2) Incluso si queremos redistribuir por el lado del ingreso, existen combinaciones de impuestos alternativas al impuesto sobre el patrimonio que consiguen el mismo resultado con menos coste de eficiencia (por ejemplo, un fuerte impuesto sobre la tierra).

En resumen, lo miremos por donde lo miremos, la preponderancia de la evidencia sugiere que el impuesto sobre el patrimonio es un mal impuesto y por ello ha sido erradicado en casi todos los sistemas fiscales del mundo (Francia, por mucho que influya en nuestra intelectualidad, es realmente una excepción entre las grandes economías mundiales al respecto).

Si, por tanto, este impuesto no es bueno ¿Por qué ahora lo quiere recuperar el mismo gobierno que lo suspendió?

No es por recaudar. El impuesto del patrimonio nunca va a recaudar casi nada. Primero porque es un impuesto cedido y las CC.AA., controladas en su mayoría por el PP (más Cataluña, una comunidad particularmente importante para el mismo, por CiU) van a ignorarlo en la práctica con cambios legislativos de cuotas o tipos. Segundo porque es un impuesto que incluso en su día no generaba muchos ingresos (algo más de 2000 millones).

La única razón es electoral. Rubalcaba está aterrado de acudir a las elecciones después de haber sido pieza clave en un gobierno que ha reducido el salario de los funcionarios, reformado la seguridad social y (malamente) el mercado de trabajo y ha cambiado el artículo 135 de la Constitución. En su cálculo, estas medidas van en parte a desmovilizar a su electorado y en parte llevar voto a IU. Con brindis al sol como reintroducir el impuesto al patrimonio, lo único que quiere es arañar algún voto a la abstención y, sobre todo, perjudicar a IU (IU es la verdadera pagana de todo esto, no los "ricos", aunque como en IU estarán demasiado ocupados con otras elucubraciones no se darán cuenta). Rubalcaba sabe que, a falta de un milagro, el PP va a ganar las elecciones y en realidad le da igual que el PP tenga 176 diputados o 185, con lo que perder votos por el centro le es indiferente. Lo que no le da igual es tener una IU con 7 diputados o una IU con 17 pues la segunda le complica la vida mucho más que la primera. Lamentablemente, lo de llamar el impuesto al patrimonio “impuesto sobre los ricos” vende mucho en países tan envidiosos como España y es tentador para cualquier político que prefiere apelar a los instintos más bajos de los ciudadanos que a su razón para asegurar su supervivencia el 21 de Noviembre. Este triste cálculo electoral nos hace entender, pues, porque Rubalcaba insiste (con Salgado, esto es algo un tanto misterioso) y Zapatero se muestra reacio.

Cerrar este gobierno con la reintroducción del impuesto del patrimonio sería un triste colofón.

pd: Existen dos argumentos en favor del impuesto sobre el patrimonio. Uno político-económico (reducir el poder de ciertos grupos lo que nos puede llevar a mejores políticas "globales") y uno basado en la Nueva Hacienda Pública Dinámica. Particularmente ninguno de los dos me convence demasiado y en el interés de la concisión no los discuto en detalle. El lector, en todo caso, tiene que ser consciente de que existen. Por eso los menciono brevemente.