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Difusión y Heterodoxia

En el post de “indignados con los indignados” ha surgido una pequeña sub-discusión acerca de la difusión de la economía al público en general que me gustaría comentar en más detalle.

El tema apareció por culpa de un comentario mío bastante negativo sobre Galbraith. De Galbraith siempre he tenido mala opinión, no porque fuera crítico con la organización económica de las sociedades modernas o porque quisiera ampliar la economía con enfoques de otras ciencias sociales y humanas. Mi visión se basa en que creo que, en su obra, por mucho que sea popular y la prosa atractiva, no hay mucho de contenido. Especialmente después la publicación en 1967 de “El Nuevo Estado Industrial”, Galbraith se concentró en escribir best-sellers que le reportaban mucho dinero, espacio en los medios de comunicación e influencia política pero que no eran más que refritos (algunos particularmente malos como su libro sobre la historia de la economía).

Si uno quiere criticar la economía de mercado, gente como Sam Bowles o John Roemer son un orden de magnitud más interesantes y profundos que Galbraith. Aunque yo no estoy de acuerdo, por ejemplo, con Roemer (que se sigue considerando marxista), durante el semestre en que fui profesor visitante en Yale hablamos largo y tendido. Más allá de sus preferencias políticas, que claramente marcan sus temas de investigación, Roemer es un académico de los de verdad, preocupado solo por lo que él cree que es la manera correcta de hacer ciencia y con una pasión por la seriedad y el rigor. A Sam Bowles lo conozco menos, aunque tuve la ocasión de compartir con él un fin de semana en su casa cuando me invitó a una conferencia. Bowles es alguien que, a pesar de quizás ser maltratado por Harvard a principios de los 70 de manera algo injusta, nunca ha perdido un compromiso con una investigación profunda y, recientemente, muy original.

Si alguien quiere introducir consideraciones sociológicas en economía, existe una literatura extensísima al respecto. ¿Piensa alguien que nada de lo que dice Galbraith en La Sociedad Opulenta, un libro que ha envejecido francamente mal, puede compararse, por ejemplo, con el trabajo de Akerlof en cuasi-racionalidad, normas sociales o economía de la identidad?

Claro, que leer a Roemer o a Bowles o a Akerlof requiere esfuerzo: uno se tiene que sentar en la mesa y trabajar duro. En cambio, leer a Galbraith no tiene ningún secreto. Como solo hay humo, se puede hacer hasta en el autobús y luego ir a la cafetería de la facultad a jugar a ser “intelectual”.

Estas críticas, por supuesto, no implican que no haya que ser claro en la difusión al publico. Eso, a fin de cuentas, es lo que intentamos con este blog, al menos en los limites de nuestras capacidades. Pero el intentar ser claro y sencillo no significa que no haya que tener algo de fundamento detrás.

Mi ideal para eso siempre ha sido el primer Paul Krugman, cuando escribía en Slate. Sus columnas eran preciosas: bien escritas, claras pero se notaba a la legua que detras había una menta analítica de primer calibre. Incluso hoy, en el NYT, cuando habla de cosas que por lo que sea no tienen mucha carga política y deja a su "inner economist" que salga a relucir, se le cae a uno la baba de admiración y de envidia.

Solo un último argumento. A menudo nos acusan a los economistas de este blog de ser cortos de miras e ignorantes de la literatura. ¿Pero qué se creen los que nos critican de esa manera? ¿Qué no hemos leído a Galbraith, a Robinson, a Minsky y demás? ¿Qué no sabemos quién era Sraffa? ¿Qué no podemos hablar por horas del problema de la transformación en presencia de producción conjunta? O, desde el otro lado, ¿A Hayek? ¿A Mises? Hacemos economía neoclásica porque es la que nos convence más (y creo que con razón, aunque no tengo la certeza, algo imposible para los hombres), no porque hayamos sido unos ingenuos a los que nos han lavado el cerebro. Lo de acusar a los otros de ser unos esclavos del paradigma dominante y no ver más allá de sus narices sin entrar en la substancia del argumento dice más de los que esgrimen tan burda e infantil excusa que de nosotros. Es un mero pretexto para esconder la vagancia intelectual.