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Críticas a las Reforma de Las Pensiones: Algunas Falacias Comunes II

La semana pasada comencé una evaluación de las críticas vertidas a las propuestas de reforma del sistema público de pensiones que hemos lanzado desde FEDEA.

En ese primer artículo respondía a la primera crítica, “nos lo podemos permitir,” con dos argumentos:

1) Comparar, como hacen algunos, el PIB no dedicado a los pensionistas en el 2010 y el PIB no dedicado a los pensionistas en el 2050 es irrelevante y demuestra no entender el concepto de coste de oportunidad. Lo único que importa es comparar el bienestar social en el 2050 con el sistema actual y con las posibles reformas.

2) Y que en esta comparación, la preponderancia de la evidencia era que la subida de impuestos por unos 6 puntos de PIB para pagar el gasto adicional en pensiones genera menos bienestar que retrasar la edad de jubilación. Esto es probablemente cierto tanto si los 6 puntos de impuestos se recaudan con cotizaciones sociales extras o, de manera alternativa, con distintas combinaciones de impuestos sobre el consumo, el trabajo o el capital.

Hoy hablaré sobre una segunda crítica basada en la idea de que, dado que existe una fuerte incertidumbre acerca de cualquier proyección de futuro (y que estas proyecciones han pecado de excesivamente pesimistas en el pasado), uno no tiene que preocuparse en exceso sobre ellas y que es mejor esperar antes de reformar el sistema.

Explicar cómo se realizan predicciones a 4 décadas, cómo se evalúan las alternativas futuras de acción bajo riesgo y ambigüedad y cómo se juzgan las proyecciones pasadas una vez que hemos visto el desarrollo de los acontecimientos es una labor compleja que merece varios artículos, así que voy a pedir al lector cierta paciencia y que no se lance a conclusiones aceleradas hasta haber visto el desarrollo completo del argumento.

Empiezo con la primera parte, la elaboración de proyecciones. Una cosa tiene que quedar clara antes que nada. Existen decenas de proyecciones pululando por ahí y no todas tienen la misma calidad. Como todo en la vida uno ha de utilizar el buen sentido y la intuición para valorarlas y decidir a cuál o cuáles son más fiables.

De todas esas distintas previsiones que circulan, una que me parece particularmente cuidadosa, tanto por la calidad de los autores como por el detalle en su elaboración, es la de Rafa Doménech y Ángel Melguizo, realizada en la primavera del 2007, publicada en “Projecting Pension Expenditures in Spain: On Uncertainty, Communication and Transparency” de D. Franco (ed.), Fiscal Sustainability: Analytical Developments and Emerging Policy Issues, 707-30. Banca d'Italia, 2008.y que se puede encontrar aquí.

El escenario base de Doménech y Melguizo implica que el gasto en pensiones como porcentaje del PIB pasará del 7.6% en el 2006 al 15.4% en el 2045. Este resultado está sujeto a considerable incertidumbre, pues dependiendo en varios supuestos alternativos, el gasto en pensiones puede llegar a ser el 21.7% en el 2045 o el 12.2%.

Este resultado no se obtiene de ningún modelo (así que no se asume nada como expectativas racionales o similares que pueda inquietar a algún lector), sino de un simple ejercicio de contabilidad de toda la vida en el mejor sentido de la palabra. Este es también el enfoque que sigue la Congress Budget Office en EE.UU. o la Comisión Europea, con lo cual facilita la comparación con las proyecciones de estas instituciones.

Lo que se hace en este enfoque contable es poner encima de la mesa una serie de hipótesis acerca de la evolución demográfica (fertilidad, esperanza de vida, inmigración), económica (productividad del trabajo, nivel de empleo, salarios) e institucional (cobertura y generosidad del sistema). Luego simplemente, basadas en las hipótesis anteriores, se aplican una serie de identidades contables (por ejemplo, el PIB total tiene que ser igual a la productividad del trabajo multiplicada por el nivel de empleo) y se obtiene los números buscados (la identidad contable 3 en la página 8 del trabajo citado de Doménech y Melguizo).

En tanto que ninguna persona razonable va a negar las identidades contables (bueno, una vez tuve un tipo sentado en el avión a mi derecha que decía que no se cumplen, así que es una afirmación solo con probabilidad uno), la ventaja de este enfoque es que la discusión se centra en si las hipótesis son o no sensatas y acerca del rango de incertidumbre asociadas a las mismas. Al revés, aquellos que creen que el sistema no tendrá problemas, lo único que tienen que hacer es utilizar el marco contable pero determinar que hipótesis sobre el crecimiento de la productividad o la demografía producen este resultado.

La desventaja del enfoque contable es que, en ausencia de un modelo, no se pueden hacer afirmaciones de bienestar (como las que hice la semana pasada), es más difícil realizar ejercicios de políticas alternativas (las variables como los salarios o el nivel de empleo en realidad son endógenas y por tanto dependen de la política elegida, mientras que el enfoque contable las toma como dadas y exógenas) y no es obvio que las distintas hipótesis sean coherentes entre sí (por ejemplo, un alto nivel de crecimiento de la productividad puede causar un cambio en la tasa de inmigración).

Para el ejercicio que quiero explicar hoy, la ventaja del enfoque contable es claramente superior a sus desventajas, así que lo único que se precisa es que nos pongamos a elaborar supuestos sobre todas las variables de interés.

Ya que el artículo citado explica todas las hipótesis en detalle, no voy a repasarlas aquí de nuevo y me voy a limitar a resaltar tres de ellas.

La primera hipótesis de la que quiero hablar es que Doménech y Melguizo asumen que la productividad del trabajo crecerá un 1.5% anual a partir del 2011 (hasta entonces, utilizan las predicciones de crecimiento de la productividad del plan de estabilidad del gobierno). Está tasa de crecimiento de la productividad es (conscientemente por los autores, como explicaré en el próximo artículo) optimista, aunque no en exceso.

A fin de cuentas, entre el 2000 y el 2007, la productividad del trabajo en España creció prácticamente cero (dependiendo de los detalles de cómo la calculemos, en especial como se corrige por el incremento del nivel medio de capital humano, puede incluso que el crecimiento fuera negativo).

Pero como se puede argumentar que los años entre el 2000 y el 2008 fueron anómalos, por el alto crecimiento del empleo y el peso especial de la construcción, podemos ir antes en el tiempo. Por ejemplo, durante el ciclo 1992-2000, la productividad se comportó de manera más alegre, ya que creció un 1.21% en tasa anual y durante el ciclo 1986-1992 se incrementó un 1.67% anual. La productividad crecía mucho más antes de 1985, pero ello era debido a un fenómeno de convergencia de España a nuestros vecinos europeos inherentemente transitorio (incluida la fuerte expulsión de empleo de la agricultura, que tiene siempre una productividad medida más baja) y por eso no creo que las observaciones anteriores a 1985 sean cifras particularmente relevantes para el futuro.

A la vez, es difícil ver crecimientos de la productividad mucho más altos que el 1.5%. Por ejemplo, en EE.UU., la tasa más alta de crecimiento de la productividad en un ciclo completo entre 1966 y 1973, una “edad de oro” de la productividad, fue un 2.2% anual.

Es decir, que en una distribución de riesgos sensata, 1.5% es una cifra razonablemente optimista y la distribución de crecimientos esperados tiene más masa en la cola izquierda (crecimientos por debajo del 1.5%, como hemos tenido desde 1992 en España) que en la cola derecha (crecimientos por encima del 1.5%, que no hemos visto desde los 80 del siglo pasado).

De todas maneras, y en contra de lo que algunas veces se lee, el porcentaje de gasto del sistema sobre el PIB depende menos de lo que pudiese parecer del crecimiento de la productividad (aunque algo depende por medio del efecto en el peso relativo de las pensiones de los YA jubilados en el PIB). La razón es sencilla: un crecimiento más alto de la productividad significa sueldos más altos y con ellos bases de cotización más altas y mayor devengo de pensiones futuras. Es decir, que buena parte de las ganancias para el sistema que se podrían derivar del crecimiento adicional de la productividad se destinan a pagos adicionales generados precisamente por ese incremento de la productividad. Es por ello, que al final, asumir un 1.5% u otro número tiene menos importancia de lo que pudiera parecer a primera vista.

La segunda hipótesis que quiero resaltar del trabajo de Doménech y Melguizo es la evolución de la tasa de actividad (población trabajando o buscando un trabajo dividida por la población en edad de trabajar), que crece en el escenario base, hasta el nivel observado en Suecia en el 2006 en términos de edad y sexo, un 80% de la población en edad de trabajar, en el año 2060, y del desempleo, que cae hasta aproximadamente el 4%, lo que nos pondría con una tasa de empleo de algo más del 76%. Es decir, se asume un comportamiento tremendamente favorable del mercado de trabajo, que para el 2030 y continuando hasta el 2045 nos pone en los puestos más altos de la OCDE en términos de tasa de actividad como en los más bajos en términos de desempleo (aquí hay que recordar que la proyección se realizó en el 2007, cuando nuestro mercado de trabajo tenía mucho mejor aspecto que el actual y por tanto este escenario era más creíble).

Esto nos dice, además, que existe poco margen de mejora con respecto al escenario base y sí muchos de empeorar. La tasa de actividad no puede subir mucho más del 80% (o al menos no lo hemos visto en casi ningún país). En cuanto quitamos a los estudiantes (y en una sociedad donde el conocimiento es cada vez más importante, más y más de los chavales estarán en la universidad por más y más años) y a la gente que por un motivo u otro no quiere trabajar, es realmente complicado ver como la tasa de actividad pueda llegar al 85%. Y el desempleo no puede bajar mucho más del 4% pues en una economía moderna hay siempre mucha rotación de trabajadores causada por mil motivos. En cambio, nos podemos encontrar con mucha probabilidad con que las tasas de actividad o el desempleo en el 2030 sean mucho más cercanas a las de nuestra España de hoy en día que a las de Suecia o Dinamarca.

En todo caso, y solo para cerrar este aspecto de la proyección, solo quiero resaltar que los incrementos en la tasa de actividad tampoco son una panacea perfecta, pues mayor número de cotizantes hoy (tasa de empleo más alta) también supone mayores pensiones en el futuro, con lo cual la ganancia para el sistema, como en el caso del crecimiento de la productividad, es menor de lo que algunas veces se dice en la prensa.

Finalmente, hablaré de la evolución demográfica. Aquí los autores utilizan las predicciones de Eurostat en su escenario base. Las predicciones de nativos tienen poco secreto: para el 2045, todos los que tienen algo que hacer en el sistema ya han nacido (un niño que nazca hoy tendrá 35 años en el 2045, con lo cual, si ha ido a la universidad, se ha incorporado recientemente a la población activa). Por ello, con los nativos, es solo cuestión de contar y eso lo sabemos hacer bien. Más complejo es el tema de cuantificar los inmigrantes que vendrán.

(nota: En una primera versión, puse 25 años pues me salto un 3 por un 2, no cambia nada del argumento, los nativos que importan para el 2045 básicamente ya han nacido todos)

Mi opinión personal es que vendrán menos que los que nos imaginamos por dos motivos. Uno, porque los recientes resultados electorales en muchos países europeos auguran un fuerte endurecimiento de las políticas de inmigración en Europa en el futuro cercano. Segundo, porque la caída de la fertilidad en muchos de los países de origen de la inmigración en los 20 últimos años ha sido tan fuerte que se empezará a notar una menor presión de salida (como siempre explico a mis estudiantes, Méjico probablemente ya tiene una fertilidad por debajo de la reemplazo y esto se notará en la inmigración a EE.UU. muy pronto).

Aún así, y a riesgo de ser un pesado, tengo que repetir de nuevo el mismo argumento que antes: más inmigrantes te generan más flujo de caja presente a la seguridad social pero también generan más gasto en el futuro. Con un sistema redistributivo como el nuestro y en tanto que los inmigrantes, cuando se retiren, se beneficiaran de estas transferencias, no es claro que el valor presente descontado neto de un inmigrante poco cualificado sea muy alto para el sistema.

En general, y esta es una de las principales lecciones que tenemos que comunicar al votante mediano, mayor productividad, mayor inmigración, menor desempleo, etc., son sólo remedios temporales, que lo que hacen es diferir el problema durante algún tiempo (y menos del que parece), pero que no desaparecen por ello.

En resumen, Doménech y Melguizo presentan un escenario base claramente optimista que asume un fuerte crecimiento de la productividad y del empleo y unas hipótesis razonables de evolución demográfica, y aun así el gasto en pensiones se dobla como porcentaje del PIB.

En mi próxima entrega hablaré de cómo incorporar explícitamente la incertidumbre existente en estas proyecciones y cómo responder a ella.