Tan preocupados andamos estos días con el “Apocalipsis Now” que se nos pasó comentar una serie de datos recientes que en algunos medios se han interpretado ya como indicadores de “la luz al final del tunel”. Por ejemplo, que el paro registrado cayó en abril. Hacía ya dos años que no lo hacía y debería ser tranquilizador que volvamos a una situación habitual antes de iniciarse esta crisis. Que la afiliación a la Seguridad Social siga creciendo y ya van unos cuantos meses consecutivos. O que se espera que, en este último trimestre, la variación intertrimestral del PIB haya sido positiva (o al menos no negativa). El propio Índice Fedea de actividad económica también ha pasado a ser positivo.
Como economista laboral, para nada experto en coyuntura, desde que empezó esta crisis, cada mes (y cada trimestre al menos dos veces) me preguntan ¿cuándo dejará de crecer la tasa de paro? Respondo que, en realidad, no tengo idea, me imagino que pronto, pero lo que realmente nos deberían preocupar son los indicadores relativos al paro de larga duración. Que aunque empezara a caer la tasa de paro agregada, es muy probable que éstos sigan siendo malos durante unos cuantos trimestres más. Que son estos indicadores en los que nos deberiamos fijar para atisbar una “luz al final del tunel”, que éste será largo y qué, si además se asocia con un cambio de modelo productivo, aún nos queda mucho por cavar.
En el Gráfico 1, se presenta la evolución de las tasas de paro de corta y larga duración (menos de 1 año y 1 año o más buscando empleo respectivamente). En la crisis de los 90, hemos tardado unos 8 años en volver a tasas de paro de corta y larga duración similares a las registradas antes del inicio de la crisis. Partíamos de una tasa de paro de larga duración sustancialmente mayor que acabó aumentando unos 6 puntos, lo mismo que hasta el momento en la presente crisis.
De momento, la proporción de parados de larga duración “sólo” es del 40%, pero, al igual que ocurrió en la anterior crisis, seguirá creciendo unos cuantos trimestres más. De hecho, tal como se puede observar en el Gráfico 2, en la crisis de los 90, la variación del paro de corta duración comenzó a ser negativa en el 12º trimestre desde que se inicio el aumento del paro total (desde el tercer trimestre del 91). Este acabó cayendo tres trimestres más tarde, en el primero de 1995. Sin embargo, el paro de larga duración siguió creciendo. En concreto, la variación interanual siguió siendo positiva dos trimestres más para los que llevaban entre 1 y 2 años buscando empleo, y para los que superaban los 2 años de búsqueda, seis trimestres más. Pues bien, en el primer trimestre de este año, vuelve casi a repetirse la historia, la variación interanual del paro de corta duración ha caído en el 11º trimestre, de tal forma que los aumentos interanuales del paro total ya se deben sólo a paro de larga duración.
Es en torno al paro de larga duración que girarán las preguntas a las que deberemos intentar dar respuesta a lo largo de los próximos años. Hace poco tiempo nuestra agenda de investigación se centraba en cuestiones como los efectos de la inmigración en el mercado de trabajo o la evolución de la discriminación de género en España. Ahora deberemos girar de nuevo nuestra agenda sobre cuestiones como la dependencia de la duración del desempleo para salir del paro, la depreciación del capital humano de los parados, los efectos del paro de larga duración sobre los salarios y la productividad y sobre todo qué políticas aplicar.
En un momento en el que los recursos públicos han pasado a ser tan escasos y la carga de las prestaciones y subsidios por desempleo son tan considerables, ¿en quién se deberían centrar las políticas activas? ¿En los parados de corta o larga duración? ¿En qué momento se debería intervenir? ¿Debemos dejar que los parados de larga duración se deprecien aún más o que los de corta comiencen a depreciarse? No es un tema baladí, genera tanto cuestiones de eficiencia como de equidad difíciles de resolver.
Por otra parte, ¿qué políticas podrían, en cualquier caso, ser más efectivas? ¿Habrá que centrar los pocos recursos que nos quedarán en ayudar a los parados a buscar empleo reforzando los SPE? ¿Más subvenciones directas o bonificaciones? La escasa evidencia parece mostrar que no han funcionado. ¿Pero para quién? ¿Son compatibles políticas como la capitalización de las prestaciones por desempleo en forma de bonificación y la bonificación directa para determinados colectivos de parados? En la actualidad se están aplicando ambas, las primeras debería beneficiar a los corta duración (los que más tienen por capitalizar), las segundas van dirigidas a los de larga duración (y parece que en la próxima reforma laboral se centrarán exclusivamente en jóvenes y parados de larga duración). ¿Proporcionar directamente formación a los parados o subvencionarla? Si, pero ¿qué tipo de formación? ¿Creación de empleo directo en el sector público con planes de inserción laboral locales? También es una opción por la que se ha optado en el pasado, aunque creo que después de la experiencia del Plan Estatal de Inversiones Locales, ni este gobierno apostaría de nuevo demasiado por esta opción.
Por mucho que se haya trabajado sobre estos temas, aún tenemos escasa evidencia para poder responder a estas preguntas, más aún cuando es muy probable que el pasado no sea repetible (hemos de cambiar de modelo productivo, ya no recibiremos las cantidades ingentes de dinero de la UE para financiar nuestras políticas activas de empleo). La tarea va ser ardua en los próximos meses.
Con esta entrada me gustaría iniciar una serie de comentarios y observaciones sobre los problemas que genera el paro de larga duración, cuál es nuestro punto de partida, las diferencias y similitudes con la crisis de los 90 y abordar los pros y contras de las posibles soluciones/políticas que se puedan implementar.