De verdad que esta entrada estaba programada. Ya sé que es un momento especialmente delicado y no es mi intención deprimir más. En fin, …, pase lo que pase, este es uno de los gráficos que más dolores de cabeza me da:
En la entrada anterior, argumentaba que un buen programa electoral debe tener en cuenta las tendencias. Y ésta es una de ellas: el envejecimiento galopante de nuestra población en edad laboral. Son las últimas proyecciones de población del INE, corregidas por los efectos de la crisis y aún me parecen optimistas.
Me dirán que el fenómeno no es nuevo. Sin inmigración, ya hubiéramos pasado por un trance similar en la última década. Y sí, vinieron suficientes inmigrantes para compensar, aunque sea parcialmente la caída de la población en varios tramos de edad, en especial entre los 25 y 44 años.
Así, las previsiones que se realizaron a finales de los años 90 no se revelaron tan malas, y algunos dirán que seguro que se vuelve a repetir la historia, y que no tenemos que ser de nuevo tan alarmistas.
Las nuevas proyecciones del INE, en el Gráfico 1, ya recogen las previsiones de unos menores contingentes de inmigrantes debido a los efectos de esta crisis. Creo que, aun así, estas cifras puede parecer optimistas. En estos momentos, resulta muy complicado saber en qué dirección y de qué tipo serán estas migraciones. Cómo se puede observar en la última fila del Cuadro 1, unas estimaciones aún recientes, en un escenario sin inmigración, revelaban que la población de 25 a 34 años, por ejemplo, caería ni más ni menos que un 35% a lo largo de esta década 2020!!!
Es ésto preocupante desde varias perspectivas: afectará sin lugar a dudas un mercado inmobiliario ya tan maltrecho o provocará un mayor envejecimiento del votante mediano tanto en las elecciones generales como sindicales. Pero, volviendo al tema en el que se centra esta serie de entradas, afectará a la evolución de nuestra tasa de empleo y, por lo tanto, a nuestra capacidad para financiar nuestro estado de bienestar.
Nuestra evolución demográfica debería actuar a favor y en contra de la tasa de empleo. Dados nuestros problemas crónicos de paro juvenil, menor población por debajo de los 25 años podría beneficiar la tasa de empleo agregada. Ahora bien, no sería nuestro principal dolor de cabeza, ya que no es, esta vez, este tramo de edad que sufrirá un mayor descenso, y desde luego, la evidencia reciente nos ha mostrado que nos es cayendo la población juvenil que se arreglan lo problemas de empleo de este colectivo. Más preocupante es que aumente tanto la población en el tramo de mayores de 50 años, donde la tasa de empleo es también menor. Bien es cierto que la mayor participación laboral de la mujer en edades laborales avanzadas, debido a una mayor educación, debería compensar este último problema. En definitiva, y globalmente, si fuese por pura evolución demográfica, nuestra tasa de empleo de 20 a 64 años no se alejaría mucho del 62% actual de aquí al 2020, es decir bien lejos del objetivo del 75% que deberíamos alcanzar para estas fechas.
Pero si recuerdan unas de las conclusiones de la entrada anterior, para alcanzar este objetivo, deberíamos intentar compensar nuestro enormes déficits de empleo en los sectores intensivos en conocimientos y, sobre todo, en las ocupaciones técnicos y profesionales. Con una caída tan drástica de población en el tramo de edad de 25 a 34 años, y con nuestro fracaso en la lucha contra el abandono escolar en la última década, resultará prácticamente imposible, a no ser que se compense con la llegada de nuevos contingentes masivos de inmigrantes que puedan cubrir estas ocupaciones. Y ahí aparece un problema adicional. No estamos solos, algunos de nuestros vecinos del norte también tienen problemas demográficos serios. No será nada sencillo competir por ejemplo con Alemania, que ya demanda y demandará aún más técnicos y profesionales para compensar unos cambios espectaculares en su pirámide demográfica, no sólo para los más jóvenes y para los mayores, sino también en edades intermedias.
La segunda preocupación de este envejecimiento de la población debería situarse en la situación laboral de las personas en edad laboral avanzada. Deberá hacerse un esfuerzo especial en reducir el abandono prematuro del mercado de trabajo. Ya se ha dado probablemente un paso con la reciente reforma del sistema de pensiones. Pero un aspecto que nos debería preocupar es la relación entre la productividad y el envejecimiento. La teoría económica y la evidencia empírica siguen siendo ambiguas al respecto (véase por ejemplo este artículo de Van Ours y Stoeldraijer). En cualquier caso, una de las claves para evitar la depreciación de nuestra población de edad laboral más avanzada es la formación continua, en especial, la que se adquiere como empleado con la participación de las empresas. Y aquí, de nuevo, queda claro que tenemos unos déficit más que notables. Nuestras tasas de formación en las empresas son aún muy bajas, para todas la edades.
La formación a nuestros empleados con la participación de las empresas será una de claves para salir adelante en un contexto como el actual, con unos déficits educativos tan considerables y un cambio técnico que requiere de más capital humano. Habrá que analizar por qué no funciona. Uno de los motivos (que no el único) es la excesiva temporalidad de nuestros empleos. Y aquí es donde surge de nuevo la necesidad de una reforma laboral adecuada que creo sólo puede ser la que venimos solicitando en este blog desde su inicio, y que no coincide precisamente con la propuesta por la CEOE. La inversión en formación en nuestros empleados no puede depender de unos contratos con una duración determinada, aun permitiendo el encadenamiento de contratos, es decir, un encadenamiento de plazos sin fin. Para que ello sea posible, sólo puede haber un contrato único. No basta con una simplificación del menú de contratos. Tienen que desaparecer los contratos temporales, sin que por ello suponga un encarecimiento de las indemnizaciones durante los primeros años en la empresa.
Cómo se puede ver en el Gráfico 3, en todos los países los trabajadores temporales reciben menos formación en la empresa que los indefinidos. En definitiva, que nosotros tengamos tanta temporalidad es un factor muy determinante a la hora de explicar nuestras tasas de formación.
Y, no, no se trata simplemente de un efecto composición, la intensidad de nuestra formación es bajísima para todos los sectores y tamaños de empresa, para todas estas variables estamos en el furgón de cola. Con estos datos y el envejecimiento que nos espera, sino lo remediamos, no, no será nada fácil alcanzar el 75% en el año 2020.
Conclusiones
El escenario y las tendencias son bastante claras: los sectores hacia donde deberíamos crecer para generar empleo de calidad, los déficits formativos que tenemos para alcanzarlos y los problemas demográficos con los que nos vamos a encontrar. Las reformas del mercado de trabajo y del sistema educativo y de formación profesional, pueden parecer muy costosas en el corto plazo, más si no se explica claramente por qué se hacen y qué se espera de ellas en el largo plazo. Habrá que vencer las reticencias o propuestas inadecuadas de los lobbies sindicales y empresariales. Pero no queda más.