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España en la Encrucijada

Ciclos Económicos Diferentes

Si nos fijamos en la tasas de crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB) medido a precios constantes, formar parte de la Eurozona ha sido bueno para la España.  El Gráfico 1 representa la evolución trimestral de los índices del PIB real de España y de la Eurozona normalizados a 100 en el primer trimestre de 1998 cuando se creó el euro.  Desde el primer momento España ha crecido más deprisa que la Eurozona y 10 años después, en el primer trimestre de 2008 España había acumulado 18.4 (=143.4–125.0) puntos porcentuales de diferencial de crecimiento.

Pero desde el primer trimestre de 2008 hasta la fecha a España no le ha ido tan bien.  La disminución del PIB real de la Eurozona fue más rápida que la del PIB real español. La Eurozona tocó fondo en el segundo trimestre de 2009 y España se retraso dos trimestres.  La caída fue un poco más profunda en la Eurozona ---el valor mínimo de su índice fue 94.6 mientras que el español se quedó en 95.0.  Pero la recuperación de la Eurozona ha sido mucho más vigorosa.  En el tercer trimestre de 2008 el índice del PIB real de la Eurozona había recuperado el 41(=2.2/5.4) por ciento de la brecha y el español tan solo un preocupante 6 (=0.3/5.0) por ciento.  En el Gráfico 2 aproximamos el objetivo a la recesión,  renormalizando las series del PIB real para hacer que el valor del primer trimestre de 2008 sea igual a 100.
Una explicación que nos sirve para los dos gráficos es la mayor volatilidad de los ciclos económicos en España.  O, mejor dicho de este último ciclo, o sea desde que España, se integró en la Eurozona, y por primera vez en su historia fijó su tipo de cambio con el de otros quince países y decidió por consensuar su política monetaria.   Esa mayor volatilidad ---a la que a veces nos referimos con la expresión más ambigua pero más impactante de ``ciclos asimétricos''---  justifica que España haya crecido más deprisa que la Eurozona en este último ciclo y habría hecho que la reducción de su PIB hubiera sido mayor.  Pero sin entrar en los detalles de un estudio comparado de los ciclos económicos, que requeriría de una metodología más sofisticada que unos  índices, lo que el Gráfico 2 pone de manifiesto es que la economía Española corre el serio riesgo de estancarse en el valle de la recesión.
Este riesgo de estancamiento se agrava en un régimen de tipos de cambio fijos, y se agrava todavía más cuando se comparte la política monetaria con un grupo de países que te están dejando atrás.  Los tipos de cambio fijos obligan a España a tener una tasa de inflación menor que la de la Eurozona si quiere depreciar su tipo de cambio real para aumentar la competitividad de sus empresas.  Y eso no está ocurriendo.  Entre enero de 1998 y octubre de 2010, según el índice de precios de consumo armonizado, la tasa de inflación española ha superado en 13.6 puntos porcentuales a la tasa de inflación de la Eurozona ---el valor del índices de precios de la Eurozona ha pasado de 100.0 a 128.8 y el español de 100.0 a 142.4.  El riesgo de la política monetaria compartida es que cambie de signo en el momento más inoportuno. (Este argumento sobre los problemas del euro se lo escuché por primera vez a Pedro Videla.)  Durante la expansión, la debilidad del crecimiento de Alemania y Francia, hizo que el Banco Central Europeo (BCE) siguiera una política monetaria expansiva que exacerbó el ciclo del sector de la construcción español.  Y ahora, si la recuperación de Alemania se consolida, el BCE puede cambiar el signo de su política monetaria y hacerla más contractiva dificultando todavía más la recuperación en España y en los demás países de la periferia de la Eurozona.

La Encrucijada

De una forma o de otra, es evidente que en el otoño de 2010 España se encuentra en una encrucijada.  La crisis financiera global, el desplome del sector de la construcción, la disfuncionalidad del mercado de trabajo español, los problemas de la banca española, y la cuantía ---y la ineficacia--- de la parte discrecional del rescate fiscal han llevado a la economía española al borde del abismo, al que se asomó por primera vez en mayo de 2010 con la crisis griega, y al que se ha vuelto a asomar en noviembre con la crisis irlandesa.
La falta de crecimiento del PIB ---cuya tasa se quedó en el 0.0 intertrimestral en el tercer trimestre de 2010--- el desempleo masivo ---cuya tasa alcanzó el 20.2 por ciento según la Encuesta de la Población Activa en el mismo periodo--- la falta de crédito a las familias y a las empresas fuertemente endeudadas ---debidos sobre todo a la exposición de la banca al sector de la construcción y que han hecho que de las 43 cajas de ahorro que había en 2009 quedaran únicamente 14 en julio de 2010--- y las dudas sobre la solvencia del estado  ---el déficit público español alcanzó el 11.2 por ciento del PIB en 2009, de esa cuantía 3.6 puntos se debieron al rescate fiscal discrecional y 3.5 puntos a la disminución de la recaudación y al aumento del subsidio por desempleo--- son las cuatro esquinas de un rombo vicioso que se retroalimenta y del que es muy difícil salir. (Esta descripción de la coyuntura española se la oí hace poco a Juan José Toribio.)
La falta de crecimiento es la consecuencia de los otros tres problemas y a su vez contribuye a agravarlos.  Como no hay crecimiento las empresas reducen su actividad y sus plantillas y el paro aumenta.  Y como hay mucho paro el consumo disminuye y las expectativas de crecimiento se deterioran.  Como no hay crecimiento las personas y las empresas pierden el crédito ---o sea la capacidad de convencer a la banca de que van a devolver sus créditos. Y como no hay demanda de créditos solventes, la banca reduce su volumen de negocio y sus cuentas de resultados se resienten.  Por último como no hay crecimiento el déficit público aumenta por el funcionamiento de los estabilizadores automáticos:  los ingresos fiscales se reducen y los gastos del subsidio por desempleo aumentan.  Y como aumenta el déficit el gobierno se ve obligado a realizar un ajuste fiscal ---a reducir sus gastos y a subir los tipos de los impuestos--- que a su vez reduce el crecimiento.
Entre el desempleo, la banca y el déficit también hay iterrelaciones parecidas que contribuyen a agravar esos tres problemas.  El desempleo reduce la solvencia de los hogares, puede obligar a entrar en mora a los propietarios de las hipotecas y agrava los problemas de la banca que se queda sin clientes y que tiene que provisionar las insolvencias.  Y a su vez las dificultades para obtener financiación dificultan la creación de nuevos puestos de trabajo, reducen el consumo, y agravan el problema de desempleo.  El desempleo agrava el déficit al aumentar los gastos del seguro de desempleo y el déficit agrava el desempleo porque limita la posibilidades de una expansión keynesiana que podría contribuir a crear empleo temporalmente.  Por último los problemas de la banca agravan el déficit publico ---los casos de Irlanda y de Islandia son dos ejemplos recientes especialmente graves y llamativos--- y el déficit público puede agravar los problemas de la banca obligándola a financiar su deuda y dificultando su acceso a los mercados del ahorro cuando la calificación de la deuda pública se deteriora.

Unas Reformas Pendientes de Confirmación

¿Qué puede hacer el Gobierno de España en esta coyuntura tan compleja?  Antes que nada cumplir lo prometido.  Y terminar cuanto antes las reformas que se pusieron en marcha en mayo de 2010.  La reforma laboral ha reducido los costes de despido.  Se ha dejado en el tintero la unificación del contrato laboral y ha dejado para el desarrollo reglamentario la reforma de la negociación colectiva que es absolutamente fundamental para reducir los costes laborales y para adecuar la negociación de los salarios a las circunstancias individuales de las empresas.  La Ley de Cajas que ha reformado el sector y ha abierto la posibilidad de transformar las cajas en bancos, ha servido para consolidar el sector en Sistemas Institucionales de Protección (SIP).  Pero los SIP todavía no han adoptado su forma definitiva y, por lo tanto, todavía no han pasado por la prueba de los mercados.  La reforma de las pensiones ---una reforma de mínimos que posiblemente retrase la edad de jubilación y aumente el número de años que se tienen en cuenta para el computo de la base reguladora--- se ha anunciado y se ha retrasado dos veces por lo menos. El último retraso ha puesto la fecha límite en marzo de 2011, y quizás fuera conveniente adelantar esa fecha.

Y Otras Reformas Mucho Más Radicales

La mayor parte de estas reformas son parches a un modelo económico que no ha pasado las duras pruebas de la unión monetaria y del final del ciclo inmobiliario en una economía globalizada.  Haciendo un ejercicio de imaginación, que quizás sea un poco irresponsable, olvidándome de los innegables costes políticos de las propuestas, y aprovechándome de que este artículo contiene la opinión individual e intransferible de su autor, podríamos pensar en otras reformas mucho más radicales que realmente contribuyeran a modernizar la economía española y a flexibilizar sus estructuras.
En el mercado laboral se podría crear un contrato único con una indemnización creciente hasta un máximo de 20 días por año trabajado y topada en seis meses de salario, y se podrían desjudicializar los despidos.  Además se debería potenciar el trabajo a tiempo parcial y se debería perseguir con más firmeza a la economía sumergida.  En la regulación de la banca, se podrían nacionalizar las cajas, sanearlas y venderlas, quizás exceptuando aquellos casos de solvencia probada.
Y en el sector público, se podría reformar por completo el modelo del estado de bienestar basado en la prestación gratuita y en el monopolio público de la provisión de los servicios.  La sanidad pública podría hacerse manteniendo la universalidad, pero creando un cheque médico que abriera la prestación de servicios sanitarios al sector privado y que instaurara el copago.    En las pensiones se podría preservar el sistema de reparto, pero se debería instaurar el principio de la contributividad, con un sistema unificado de cuentas nocionales que tuviera en cuenta las aportaciones hechas durante toda la vida laboral, en el que la edad de jubilación fuera completamente flexible, y en el que las pensiones fueran actuarialmente sostenibles y se actualizaran automáticamente para reflejar, además de la edad de jubilación, la evolución de la economía y el aumento de la esperanza de vida.  Y, ya puestos podríamos replantearnos la función pública y el modelo de organización territorial del estado, para aumentar su eficiencia, evitar duplicidades y mejorar los incentivos de todas las administraciones.  Comprendo que a muchos de vosotros estas reformas os puedan parecer a cuento de hadas.  Pero no he podido resistirme a escribir mi carta particular a los Reyes Magos.