Tenemos una nueva reforma financiera y se avistan mas fusiones (el último post de Tano analiza muy bien las novedades de la reforma en general). Hoy querría centrarme en una reflexión extremadamente sencilla sobre la naturaleza de las fusiones de cajas. Si a algún lector de NEG le parece que el titulo del post debería ser “Las Enseñanzas del Capitán Obvio” vayan por delante mis disculpas. Aunque en el fondo me alegrare de que estemos todos de acuerdo.
La primera reflexión que me parece obvia es que una caja saneada es un activo público. Genera unos flujos de caja cada año que nutren la obra social o se revierten en el capital de la caja, generando más crecimiento, mas obra social etc. El hecho de que legalmente “no sean de nadie” o que la obra social tenga un ámbito regional (cada vez mas difuso) puede llevar a cierta confusión; pero no creo que sea controvertido decir que una caja que funciona bien es algo que vale dinero y que es de todos
En segundo lugar, las fusiones entre las distintas cajas españolas apenas generan ganancias de eficiencia. En general, la escala óptima desde el punto de vista operativo de un banco comercial es bastante reducida (podéis leer los trabajos de Loreta Mester para el caso de los Estados Unidos, o Ximo Maudos para España entre muchos otros). A largo plazo se espera que las ganancias de eficiencia generadas por las fusiones sean pequeñas. A corto plazo, tampoco parece que la venta de activos inmobiliarios ni las reducciones de personal sean una panacea. En particular, las prejubilaciones con cerca del 80% del sueldo apenas le ahorran dinero a la caja aun suponiendo (erróneamente) que el personal despedido tuviese cero productividad. Son además una sangría para el estado, que financia buena parte del periodo transitorio de prejubilación.
Como consecuencia, en un una fusión de estas características, la caja buena subsidia a la caja mala. La aritmética es sencilla. El valor total de ambas cajas apenas cambia por la fusión (pocas ganancias de eficiencia). Los depositantes de la caja mala se benefician por la reducción de riesgo de sus depósitos. El valor de esta ganancia lo aportan implícitamente los “accionistas” de la caja buena, esto es “todos nosotros”; que cubrimos las perdidas de la caja mala en las situaciones en las que podría ser insolvente. Esto se puede demostrar más formalmente, pero creo que la intuición es clara. En una fusión que no genera valor, la caja mas sana subsidia a la caja con problemas.
El corolario de las tres premisas anteriores es sencillo: Las fusiones de cajas son una forma particular de inyectar dinero público en las cajas con problemas.
A estas alturas, a nadie se le escapa que hay que poner dinero público en el sistema financiero español. Sin duda en algunas de las cajas y es posible que en algún banco (aquí esta la apuesta de los lectores de NEG en Junio del 2011). En esto no somos una excepción, ha ocurrido en casi todos los países del ámbito Europeo. En lo que si somos una excepción es en la forma en la que estamos inyectando fondos en las entidades con problemas: fusiones entre cajas, prestamos del FROB (que frecuentemente acabaran transformándose en capital), más el “manguerazo” del BCE que es otra ayuda encubierta.
¿Por qué se ha escogido este modelo en particular? Da la impresión de que la elección viene determinada por maximizar la opacidad y minimizar el coste político de reconocer que estamos poniendo dinero público en el sistema financiero. Arreglar el desaguisado por la vía de las fusiones parece una solución políticamente menos costosa (esto es, cuesta menos votos). Para muestra, aquí hay una selección de declaraciones (extraídas de un artículo reciente de El País) del actual gobierno en relación a la actual reforma “El PP no va a dar dinero a los bancos” (Rajoy en el debate televisado del 7 de noviembre). “Estableceremos un procedimiento que no sea gravoso para el contribuyente” (a Efe, el 10 de enero). ¿Coste para el contribuyente? “En principio, nada” (Montoro a Abc el 15 de enero). “Su coste deberá ser asumido en su totalidad por el sector financiero” (Real Decreto Ley 2/2012).
El problema, es que esta particular elección de ir por la línea más oscura acaba generando otros costes. Instituciones cada vez más grandes y sistémicas, con vencimientos simultáneos por el lado de los pasivos descomunales (FROB, ECB) y con concentraciones de riesgos importantes, no solo en el ladrillo, sino también en deuda pública. Centrándonos estrictamente en el tema de las fusiones, parece que cada vez más estamos jugando al doble o nada. Si la coyuntura mejora y aguanta el andamiaje saldremos de la crisis con un coste de sanear el sistema financiero aparentemente bajo. Esta apariencia, solo se sostiene si nos autoengañamos pensando que las cajas que originalmente estaban saneadas no valían nada o no eran de nadie. Al mismo tiempo nos arriesgamos a un colapso de alguna institución con un tamaño muy difícil de manejar.
Al final, el camino elegido por los Británicos me parece preferible (esto de vivir en Londres me está volviendo muy anglófilo). Una inyección de capital publico al principio de la crisis a cambio de diluir completamente las acciones de los bancos intervenidos y otorgar el control al estado. Esta acción fue muy impopular y contribuyó a la derrota de los Laboristas en las siguientes elecciones. En un mundo paralelo, en España podríamos habernos gastado los millones del plan e~ en ampliar el capital de las cajas en vez de ampliar las aceras, para después fusionar sólo las cajas muy pequeñas y por motivos estrictos de eficiencia. A toro pasado siempre es fácil opinar, lo reconozco, pero considero que esta habría sido una solución más transparente, y a la larga más ventajosa. Eso si, en este mundo paralelo el anterior gobierno podría haber perdido las elecciones, oh well!!