- Nada es Gratis - https://nadaesgratis.es -

La productividad es muy importante pero la gente no la encuentra sexy

Era Junio del 2008, yo venía a Madrid para realizar varias entrevistas para mi primer caso. Los casos son documentos de unas 30 hojas (incluyendo las figuras) que utilizamos en la escuela de negocios de Harvard para enseñar a los estudiantes del MBA y ejecutivos. Este caso iba a tratar sobre la situación económica en España. Nada mas bajar del avión fui a entrevistarme con David Vegara, secretario de estado de economía,  y le plantee mis dudas sobre la economía española. Le dije algo así como “a mí además de la burbuja inmobiliaria lo que me preocupa de verdad y nadie menciona es la productividad. Durante los últimos diez años ha caído cada año!” A esto David Vegara me respondió la frase que titula este artículo.

Yo no sé si la productividad es sexy o no, pero de lo que estoy seguro es de que es la variable económica que mejor refleja el nivel de vida de una población. En el contexto español, estoy convencido de que de todas las losas que están ahogando a la economía española, la baja productividad es la más pesada. Al fin y al cabo, si no se crean empleos que reduzcan la tasa de desempleo es en buena parte porque esos empleos no serian suficientemente productivos. De igual forma, el déficit es más un reflejo del bajo crecimiento de la economía que del gasto excesivo de los gobiernos. Y ese bajo crecimiento se debe en parte a la destrucción de empleos que han dejado de ser productivos ahora que la demanda agregada ha dejado de estar en niveles “especulativos”.

Dada la importancia de la productividad, me sorprende hasta cierto punto que poca gente hable de ella y, lo que es peor, que nadie haga nada por incrementarla. Digo “hasta cierto” punto por varios motivos. Por un lado, el tener una productividad baja es un problema menos obvio que otros como el desempleo o el déficit. No hay colas de empresas con baja productividad, y los mercados no se escandalizan si la productividad no crece. De hecho, mientras la prensa internacional se rascaba los ojos para contemplar con admiración el milagro español de los 2000, la productividad caía año tras año. En segundo lugar, sabemos menos sobre qué factores determinan la productividad que sobre el desempleo o como reducir el déficit. Para colmo, los efectos de las políticas que pueden aumentar la productividad no se notan en el corto plazo. Con lo cuál, los incentivos a hacer de la productividad una prioridad para gobiernos que tienen un horizonte finito son escasos.

Pero vayamos paso a paso. Antes de pensar en políticas que mejoren la productividad, tratemos de entender por qué cayó durante una década. Hay varios factores que pueden explicar su evolución y varios que no tienen mucho vuelo. Uno de los no relevantes es la inmigración.  La ola masiva de inmigración coincidió con la caída de la productividad, pero realmente no tuvieron mucho que ver con ella. Como ha argumentado Juanjo Dolado, los inmigrantes que llegaron a España a partir del 2000 tenían una educación similar a la media española. Lo cual elimina la posibilidad de que el capital humano promedio disminuyera por la llegada de los inmigrantes. Además, los inmigrantes concentraron su participación en unos algunos sectores (la construcción, el turismo y los servicios domésticos). Sin embargo prácticamente todos los sectores de la economía (la excepción notable es la banca) experimentaron un pobre rendimiento en términos de la productividad.

Fuente: Bentolila, Dolado y Jimeno.[1]

La variable que en última instancia afecta más la productividad de un país es la tecnología que utilizan sus empresas. Por ello, es natural preguntarse si las empresas españolas, en promedio, han adoptado intensivamente nuevas tecnologías o si se han quedado atrás. A riesgo de generalizar, la evidencia de que disponemos sugiere que durante la última década España ha dejado pasar el tren de la tecnología. Por ejemplo, nuestro nivel de adopción de ordenadores e internet -- dos tecnologías importantes y fáciles de medir – es comparable al de economías mucho más pobres como por ejemplo Eslovaquia.

¿Por qué las empresas españolas no han adoptado nuevas tecnologías? Cuando escribí mi caso de España tuve ocasión de plantear esta pregunta a varios empresarios. J. Miguel Guerrero, presidente de la comisión de industria de la CEOE, me comentó que durante la expansión las empresas no necesitaban aumentar la productividad para obtener beneficios. En esto “Spain [también] is different”. En el resto de países de la OECD la productividad es pro-cíclica. Y la evidencia existente también sugiere que, en el resto de países, las inversiones en el desarrollo y adopción de nuevas tecnologías son pro-cíclicas.

En parte, el problema es que se invierte en otras cosas. Durante la expansión la mayor parte del crédito ha ido al sector inmobiliario tanto para el desarrollo como para la compra de nuevas viviendas. La banca ha priorizado este sector porque ahí es donde estaba el mayor retorno privado. En principio nada que objetar, pero desde luego construir más pisos no nos ha llevado como país a ningún sitio. Al menos a ningún sitio dónde uno quiera estar. También parece claro que la banca no internalizó las consecuencias de la concentración del crédito. De nuevo, parece que lo óptimo para su bottom line fue no internalizarlas dada las garantías que la regulación hipotecaria concede a la banca en caso de impago. En esto la banca española no es diferente a la de otros países. Junto con mi colega Ramana Nanda hemos estudiado el efecto del desarrollo de los sistemas financieros en la adopción de nuevas tecnologías. Las conclusiones son relevantes para entender la experiencia de España en la última década. En nuestro estudio observamos que el tener un sistema financiero desarrollado solo facilita la adopción de tecnologías en las etapas iniciales de adopción en los países pioneros en la adopción. En aquellos países que tardan en adoptar nuevas tecnologías, como el nuestro, el desarrollo del sector financiero no tiene ningún efecto en la adopción de nuevas tecnologías.

Otra dimensión que parece que afecta la adopción de tecnología y la productividad son las instituciones en el mercado de trabajo. En concreto la coexistencia de contratos permanentes (con altos costes de despido) y temporales. Por un lado, los trabajadores con contratos indefinidos tienen pocos incentivos para esforzarse y para acumular capital humano en el trabajo. Por otro lado, los trabajadores con contratos temporales tampoco tendrán incentivos si anticipan que la probabilidad de que les conviertan en fijos es baja. Ante tal panorama, los empleadores no tienen incentivos a invertir en nuevas tecnologías que requieran de trabajadores motivados. En resumen, la dualidad es mala para todos. Juanjo Dolado, Salvador Ortigueria y Rodolfo Stucchi han obtenido evidencia de algunos de estos efectos.

Por último, es importante tener en cuenta la capacidad de las empresas para adoptar tecnologías. La adopción requiere incurrir en unos costes importantes que resultan prohibitivos cuando las empresas no están familiarizadas con las tecnologías. Esa familiaridad se obtiene en parte al haber adoptado tecnologías predecesoras. La importancia empírica de la historia de adopción de la empresa o el sector es tal que, por mucho que me empeñe, es imposible que la exagere en este blog. En España, nuestra historia tecnológica es bastante deficiente, de forma que el presente no es tan sorprendente. España es el país de la OECD con mayor tasa de trabajadores sobrecualificados.[2] Ésta sobrecualificación se debe a que no se generan suficientes puestos de trabajo que exploten los conocimientos de nuestros trabajadores. Además es uno de los países donde menos se entrena a los trabajadores.[3] Con lo cual los trabajadores tampoco desarrollan una familiaridad con las nuevas tecnologías y métodos de producción que van saliendo. Como el lector que haya llegado hasta aquí se esta imaginando, cambiar estas practicas es un trabajo arduo y lento. Así que dejaré las ideas sobre como hacerlo para próximas entradas en el blog.


[1] LP denota productividad del trabajo y mide la tasa de crecimiento del output por trabajador. TFP mide la tasa de crecimiento de la productividad total de los factores. Se calcula como el residuo en el producto una vez se deduce la contribución del trabajo yd el capital.

[2] La tasa de sobrecualificación es del 45% seis meses después de graduación y del 26.7% 5 años después (Verhaest y van der Velden, 2010).

[3] La fracción de trabajadores con algún tipo de formación en el trabajo es del 24.5% en España mientras que la media de la UE es del 42%.