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Redistribución: ¿Hobbes o Rousseau?

Aunque no me gusta hablar mucho de mi propia investigación en este blog, el reciente artículo de Pablo Brañas me da pie a comentar algo que acabo de terminar. Pablo se preguntaba por qué la gente que valora la suerte y no el esfuerzo prefiere la redistribución. Su contestación es que “ex post, los individuos evalúan sus resultados y dicen tener mala suerte. Como el desempeño no es verificable se alude a la mala fortuna pasada en vez de reconocer la falta de empeño.” Hoy voy a revisar otro par de experimentos, uno de ellos propio, que estudian de qué dependen nuestras preferencias por la redistribución.

El experimento, que llevamos a cabo con estudiantes de la universidad Pompeu Fabra con José Vicente Rodríguez Mora y Rosemarie Nagel intentaba averiguar si se podía conseguir algo parecido a un contrato social rousseauniano en una sociedad experimental. En el experimento un grupo de nueve personas tiene que decidir si trabaja o si no trabaja. Cuando no trabaja, el individuo consigue una renta baja. Cuando trabaja, paga un coste idéntico para todo el mundo, y tiene una probabilidad de dos tercios de tener una renta alta, y una renta baja con un tercio de probabilidad. Una vez cada individuo observa si los esfuerzos dieron resultado, todo el grupo vota si quiere redistribuir la renta generada en el grupo o no. Si una mayoría vota a favor de la redistribución, ésta tiene lugar y la cantidad total conseguida por el grupo se distribuye a partes iguales. En caso contrario, cada individuo conserva el resultado de su esfuerzo individual. Este proceso se repite 50 veces.

La teoría no ayuda demasiado a predecir el resultado del experimento. Hay varios resultados teóricamente posibles, dependiendo de las expectativas. Imaginemos por un momento que los sujetos votan de manera estrictamente egoísta. Entonces se vota a favor de la redistribución si y solamente si se es pobre. En ese caso, si espero que todos los demás trabajen, lo más probable es que la mayoría sean ricos y voten contra la redistribución. Por tanto, mejor pago el coste de trabajar y si tengo mala suerte me aguanto. Pero si espero que la mayoría no trabaje, entonces votarán a favor de la redistribución y acabaré con lo mismo que los demás y mi esfuerzo no habrá servido para mucho, con lo que lo mejor es que no trabaje. El primer equilibrio, donde todos trabajan, es mejor que el segundo, pero en cuál estemos depende de lo que cada grupo espere que pase.

Hay otra posibilidad mejor, que requiere una especie de contrato social. Podemos trabajar todos y después votar a favor de la redistribución incluso si somos ricos. Así cuando tengamos mala suerte los demás velarán por nosotros. ¿Cómo evitar que alguien se aproveche de una situación así? Pues usando el hecho de que también hay un equilibrio bueno y otro malo; si todos trabajamos y luego ayudamos a los que no tuvieron suerte, en la última fase del juego todos trabajan. Y si alguien se desvió, todos esperamos el equilibrio malo en el que nadie trabaja. Este último contrato social es mucho más elaborado que los equilibrios anteriores y requiere un grado de coordinación notable, pero es tan bueno que vale la pena ver si nuestros jugadores consiguen llegar a él.

Los resultados del experimento se pueden ver en los gráficos que siguen. Cada uno de ellos representa la media de resultados en cinco períodos de una sesión experimental; el rombo azul es el número de personas que se esforzaron en el grupo, los triángulos las personas que votaron que sí a la redistribución, los cuadrados el número de pobres y las aspas representan el porcentaje de veces que hay redistribución en los cinco períodos que representa cada punto. En tres de los grupos, el 1.1, el 2.1 y el 5.2 se puede ver que el nivel de esfuerzo es bastante elevado hasta el final, y los que votan a favor de la redistribución son minoría. En los restantes grupos, hacia el final del experimento prácticamente no hay esfuerzo y los votos a favor de la redistribución son mayoría.

La siguiente tabla nos muestra para cada uno de los experimentos los porcentajes agregados de esfuerzo en cada sesión, y los patrones de voto en las mismas. Tenemos el porcentaje de voto a favor de la redistribución de los ricos (todos los cuales hacen esfuerzo, red/rich), de los pobres que han hecho esfuerzo (red/poor), y de los pobres que no han hecho esfuerzo (red/ no eff.), así como los porcentajes de redistribución efectiva y los pagos medios.

Como se puede ver, los pobres votan de manera casi unánime a favor de la redistribución, sea cual sea la causa de la pobreza (la mala suerte o la falta de esfuerzo). Los ricos, todos los cuales han tenido que hacer esfuerzo, votan en contra. No parece haber evidencia del contrato social complejo. La gente vota por su propio interés, y se acabó. Para asegurarnos de que esto era así a pesar de que los resultados son ya bastante claros, hicimos también alguna regresión buscando los determinantes del voto. Nos interesa saber, por ejemplo si el voto de los ricos depende de cuánta gente se esforzó. Esto es importante, porque el contrato social requiere que los ricos voten en contra de la redistribución cuando la pobreza es consecuencia de la pereza, pero a favor si es consecuencia de la mala suerte. En la tabla 5 del artículo, por ejemplo, mostramos que los ricos no reaccionan con su voto al número de personas que realizaron esfuerzo (el coeficiente de la variable n-effort es insignificante en todas las regresiones).

Para los que piensen que esto es algo peculiar de nuestra cultura patria o de nuestras actitudes, resulta muy interesante repasar los resultados de otro experimento, esta vez de Pedro Rey-Biel , Roman Sheremeta y Neslihan Uler. En ese experimento los sujetos primero trabajan en una tarea cuyo pago depende en parte del esfuerzo del individuo, y en parte de la suerte. Una vez han trabajado, los sujetos deciden si dar parte de lo ganado a otro de los miembros del grupo. Una de las cosas más interesantes del experimento es que a la hora de donar dinero, a algunos sujetos se les decía qué parte de la renta de los otros era debida a la suerte, y otros no recibían esta información. Otra faceta interesante es que el experimento se hizo tanto en Estados Unidos como en España y esto permite hacer comparaciones culturales.

Los resultados son los siguientes. Aunque en este experimento los ricos sí que redistribuyen algo, cosa más fácil que en el nuestro porque la decisión no es entre igualitarismo perfecto o no redistribución, lo importante es que, como en nuestro caso, lo que se da no depende del esfuerzo de los otros, sino solamente de su renta. Como dicen los autores (p. 12) describiendo la tabla 4: “las donaciones en el tratamiento en el que se da información a los sujetos decrecen con la renta del otro sujeto. Más sorprendentemente, controlando por la mala suerte, las transferencias son más altas para los sujetos con bajo esfuerzo.” Es interesante observar (tabla 3) que cuando tienen información acerca de las causas de la renta de los otros jugadores, los americanos y españoles son igualmente generosos.

Quizá la diferencia cultural más interesante es la que surge de las creencias. Los dos gráficos siguientes muestran lo que americanos y españoles creen que es el factor suerte en el resultado de alguien con mal resultado (figura 2) y alguien con buen resultado (figura 3). Cada columna es el porcentaje de gente en España (oscura) y América (clara) que cree en un valor de la suerte mayor que el real en un número determinado. Por tanto las columnas con números positivos indican la gente que cree que hubo mejor suerte de la real, y las columnas con números negativos indican que se cree en peor suerte de la real. Como se puede ver, para los que tuvieron malos resultados los americanos creen que su suerte fue mejor que los españoles. Y por tanto, los americanos atribuyen más parte de los malos resultados al poco esfuerzo. Lo contrario sucede con los buenos resultados, los americanos atribuyen más parte del resultado al mucho esfuerzo que los españoles. Esto me parece significativo porque se parece a lo que nos dicen encuestas sociológicas, como el World Values Survey. Curiosamente, en el experimento, los españoles aciertan más. En la vida real es posible que los dos tengan razón. Allí puede que pese más el esfuerzo y aquí más la suerte.

Mi conclusión general de esta evidencia es que el contrato social que subyace al estado del bienestar es frágil. Tenemos que procurar que se use bien para no estropearlo. Esto supone conseguir que de verdad paguen los que más tienen, gastar bien lo que se recaude y transferir solamente a los que de verdad hacen esfuerzos pero a los que la suerte no acompaña.