Como ya les prometí hace algunas semanas, cuando les hablé de Economía y Pseudociencia, ahora le toca el turno al libro de Luis Garicano: El Dilema de España. En este caso todo el mundo sabe que somos amigos, así que no hace falta declararlo más, y tampoco tengo que enviarles a su blog para que me crean cuando les digo que es un magnifico escritor, porque su blog es éste. O más bien “era”; Luis nos ha pedido una temporada de descanso de su frenética actividad por estas páginas, así que el libro es una suerte de mensaje de despedida temporal. Un mensaje con un tono de urgencia y preocupación que comparto: España tiene que cambiar muchas cosas y hacerlo ya. Y, no, no es verdad como alguna vez se dice desde el gobierno que “ya hemos hecho todo”, o desde otros sectores “ya hemos hecho demasiado, hay que volver al 2008”.
Entre otras cosas, porque no es el 2008 un buen lugar al que volver, claro. Pero además porque el mundo está cambiando muy deprisa y conviene que nos demos cuenta para adaptarnos lo mejor que podamos. Por esto Luis demuestra su buen gusto comenzando el libro con dos capítulos donde se exploran las fuentes del crecimiento, y se hace algo de prospectiva sobre lo que puede pasar en el futuro del mundo.
Siempre he pensado que los cursos de economía deberían comenzar con un capítulo sobre crecimiento económico (y me agrada informar de que el curso que se está diseñando por iniciativa del INET coordinada por mi colega Wendy Carlin, del que se hicieron tanto eco los medios, comienza justamente así).
Porque es importante que nos demos cuenta de lo que ha avanzado la humanidad en tantas dimensiones en el último siglo y medio (el gráfico que les pongo más abajo y que se suele llamar de “palo de hockey” es simplemente impresionante para el que no lo ha visto nunca), pero también porque esto estimula inmediatamente la pregunta sobre cuáles son los determinantes de ese milagro. En primera instancia la respuesta es obvia: la innovación y el crecimiento de la productividad, porque la pura acumulación de factores de producción se enfrentaría rápidamente al problema de rendimientos decrecientes.
La siguiente pregunta es: ¿Por qué unos innovan y crecen más que otros, como se ve en el gráfico? Y el libro nos resume de manera concisa pero muy iluminadora algo que los economistas hemos aprendido en tiempos recientes: los dos factores más importantes de las diferencias tienen que ver con las instituciones y el capital humano. Si estropeamos cualquiera de las dos, nos cargamos el crecimiento y nos hacemos más miserables. El resto del libro se dedica a analizar por qué España lo hace peor de lo debido en estas dimensiones, y qué podemos (debemos) hacer para remediarlo.
Pero los capítulos introductorios no se acaban ahí. Por un lado nos advierte Luis de que es posible que el palo de hockey “se rompa” y no prosiga su tendencia (en parte porque en un mundo físicamente finito es complicado, piensen en el otro “palo de hockey”, el de las temperaturas). Y esto tiene consecuencias importantes: los conflictos distributivos se agudizan en un mundo estancado, como hemos descubierto dramáticamente en España en los últimos años. Si tengo una pequeña crítica al libro es que este asunto de los límites del crecimiento y sus implicaciones, en particular las distributivas, desempeñan un papel limitado en el resto del libro.
El otro capítulo resalta la importancia del capital humano en el mundo que viene: un mundo cada vez con menos fronteras y en el que la tecnología es más importante. La implicación de la apertura es que va a ser muy difícil, corrijo, imposible proteger el nivel de vida de los ciudadanos poniendo barreras a la competencia de otras personas, impidiendo la inmigración o el comercio. Eso quiere decir que la única “protección” de los Estados más desarrollados a los ciudadanos (y de estos a sí mismos) es conseguir niveles de formación que les permitan estar a la altura de la competencia.
Esa preocupación que comparto intensamente con Luis es la que (como quizá recuerden) me hizo irritarme tanto con la reacción complaciente con nuestros últimos resultados en PISA (“pero si casi estamos en la media”). No, la media no es el lugar más adecuado para un país lejano a la frontera de posibilidades tecnológica. Nuestros chicos pueden y deben hacerlo mejor en habilidades matemáticas y científicas, y saber comunicarse bien, precisamente las competencias que PISA mide de manera adecuada (pero también mejorable, por qué no, en eso desde luego que estoy de acuerdo con los críticos).
La segunda parte del libro nos describe de manera muy cruda la situación actual en España. Y en parte es el relato de un viaje que muchos de los que escribimos aquí hemos hecho durante estos años. Comenzamos pensando que una serie de reformas técnicas en éste o aquél sector resolvería la mayor parte de los problemas, pero nos hemos dado cuenta de que hay un problema institucional de fondo que hay que resolver. Y no será fácil porque mucha gente todavía no lo entiende: véase si no la encendida discusión que hubo en este mismo blog cuando afirmamos que nos parecía intolerable que un familiar cercano a un ministro (con independencia de lo competentes y honestas que fueran estas personas) fuera miembro de un organismo cuya misión principal es fiscalizar al gobierno. Y como dice Luis muy bien, no hay nada que nos impida hacer las reformas institucionales correspondientes, no hay un determinismo histórico: el éxito del carné por puntos en reducir la mortalidad es un ejemplo paradigmático.
O como decía el grupo Jarcha en aquella famosa canción (Libertad sin ira) que dio la melodía no oficial al referéndum de la ley para la reforma política: “dicen los viejos que este país necesita palo largo y mano dura para evitar lo peor”. A saber, todas las malas instituciones del franquismo para evitar otra guerra civil. Y sin embargo hemos construido una democracia que, con todos los fallos que se quiera, permite la convivencia pacífica. Ahora solo falta que además permita un crecimiento ordenado y sostenible, y llegar al máximo de nuestras posibilidades.
Y esto es lo que propone la tercera parte del libro. No les estropeo la lectura diseccionando estas propuestas, pero les anticipo algunas de ellas: una mayor competencia entre empresas, realmente separadas del gobierno y reguladas de manera verdaderamente independiente; menos reglas absurdas y mayor cumplimiento de las que existen; un sistema educativo que lleve a cada alumno a su máxima capacidad de rendimiento; o un sistema político que permita premiar a los buenos y castigar a los malos (para que al final todos sean buenos).
El último capítulo es, quizá, mi favorito. Nos propone dos posibles visiones para la España del 2034: podemos acabar siendo como Venezuela o como Dinamarca. Y nos señala un camino, plausible a día de hoy, para llegar a cada uno de estos puntos finales del trayecto. La elección es nuestra: a trabajar. Ah, y "tengan cuidado ahí fuera".