Hace tiempo que no les hablaba de un libro y hoy toca uno que da mucho qué pensar. O sea que a los lectores de este blog les gustará. Educación universal. Sus autores, Lucas Gortázar y Juan Manuel Moreno son además viejos conocidos de ustedes. El subtítulo es bastante descriptivo del tema: “Por qué el proyecto más exitoso de la Historia genera malestar y nuevas desigualdades.”
Ese malestar tiene diferentes orígenes. Si están en un grupo de WhatsApp de boomers que fueron a la universidad (algo que en aquella época era mucho más minoritario que ahora) es medio inevitable que se encuentre antes o después con alguien quejándose de el declive de los estándares escolares. “Las matemáticas no son las mismas que con don Marcos.” Y, por otro lado, hay una cierta angustia porque parece que la educación no es precisamente un motor de igualdad y movilidad social. Desde la evidencia de que una buena parte del aumento de la desigualdad ha ocurrido entre los egresados universitarios hasta la más anecdótica, pero también reveladora, de que los profesores universitarios tienen una probabilidad 25 veces mayor de ser hijos de alguien con un doctorado que la persona media de la población.
El libro estudia en profundidad las causas y consecuencias de estas tendencia, con rigor e intentando no caer ni en catastrofismos contrafactuales, ni en optimismos buenistas.
Una primera contestación para los pesimistas del “cómo ha bajado el nivel” nos la traen de los datos de PIAAC (vía esta excelente entrada del blog de FUNCAS). Quizá es más visual con un gráfico. Como se puede apreciar, los niveles de competencia en lectura por nivel de educación no son más bajos en los jóvenes que en la gente de mi edad. A pesar de que hay muchos más universitarios ahora. Lo que sugiere que realmente no hemos empeorado, como piensan los pesimistas.
La primera parte del libro se dedica a explicar este desasosiego por la educación en clave global. No, España no es especial en este asunto. El libro nos explica de manera muy detallada cómo ha crecido en Asia (China e India, sobre todo) el negocio de la educación en la sombra. Es decir, academias, profesores particulares, y otros negocios que complementan, o incluso sustituyen a la educación formal, típicamente pública. En casos extremos la parte formal del sistema se reserva el monopolio de los exámenes para dar certificaciones oficiales. Esto sucede al mismo tiempo que disminuye el tamaño de las familias y aumenta en esos países la desigualdad, y las oportunidades para los que van a una buena universidad.
Un suceso colateral, que por lo mismo no se remarca tanto en el libro, es que la demanda de educación de calidad se ha convertido en una oportunidad que las universidades del Reino Unido y Australia están aprovechando para educar, a precios exorbitantes a algunos de estos estudiantes (los norteamericanos han decidido dificultarlo por el veneno político que segrega la inmigración). A su vez, España y buena parte del resto de Europa, están desaprovechando tristemente la oportunidad.
Una coda a esta primera parte es la sección sobre la importancia de PISA en este contexto de competencia y desigualdad crecientes. Y se ilustra con el “fiasco” de PISA 2018 en España, que sucedió justamente porque en algunos lugares el examen de PISA coincidió con otras pruebas de mayor importancia para los estudiantes, quienes, lógicamente les prestaron menos atención. El evento dio lugar a todo tipo de cavilaciones, algunas francamente conspiratorias, dada la relevancia pública de esos datos para la imagen del país.
La segunda tiene que ver con cómo el respeto a las identidades diversas en sociedades plurales complica el objetivo de una educación universal. El proyecto francés republicano/bonapartista de educación para todos tenía como objetivo, al menos parcial, la creación de ciudadanos con un fuerte sentido de identidad nacional. El reconocimiento de la diversidad complica de manera muy significativa ese proyecto. No todo el mundo concibe la educación igual, o espera de ella lo mismo. Y tenemos que adaptar el sistema para que dé cabida a estas distintas aspiraciones. Y no piensen que es una cuestión exclusiva de identidad religiosa o política. Hay también perspectivas muy diversas sobre cómo es mejor enseñar. ¿Hay que aprender contenidos, o hay que estimular la creatividad? ¿Es mejor aprender solo o es mejor hacerlo en grupo? El problema es complejo. Los autores señalan, por un lado, que la identidad puede utilizarse de manera estratégica y oportunista. Pero, claro, no tener en cuenta esas preferencias corre el riesgo de que los estudiantes (y sus familias) que se sientan excluidos del sistema elijan educarse en escuelas que sigan más de cerca sus prioridades. Y hay argumentos que indican que esa segregación escolar es parte de la causa de nuestra polarización ideológica (como explica Ronny Razin aquí).
Vamos, que esta tensión entre igualdad e identidad o mérito es compleja y no va a ser fácil solucionarla, sobre todo en un entorno de decrecimiento poblacional y dificultades presupuestarias. No obstante, el libro nos cuenta algún caso de éxito, como el de Maia Sandu en Moldavia, que instituyó unas reformas anticorrupción en los exámenes, al tiempo que una redistribución de recursos aprovechando el cambio demográfico. Con estas reformas al mismo tiempo mejoraron la igualdad de oportunidades y el rendimiento escolar. hubo resistencias, pero se consiguieron mejoras sustanciales. Y ni siquiera arruinó su carrera. De ministra de educación acabó convertida en primera ministra y presidenta de la República. Así que no todo está perdido.
La tercera parte del libro se usa para analizar tendencias de futuro. Hay un capítulo sobre las dificultades de las reformas educativas. Hay muchas reformas ambiciosas, bien respaldadas e incluso financiadas desde el poder que han fracasado. Esto es algo en lo que aquí tenemos mucha experiencia. En parte porque, como dicen los autores, las reformas desde arriba y muy rápidas, tienen muchas posibilidades de fracasar. También porque no siempre es cierto que algo que funciona a pequeña escala es replicable al global (como ha sucedido con educación prescolar en Tennessee). Y, en cuestión de educación, es muy difícil conseguir nada sin tener en cuenta a los profesores. Y, aunque los autores no lo dicen, yo añadiría las familias.
El último capítulo se pregunta por el futuro de la educación universal. Les dejaré que lean directamente a los autores, pero para mi gusto parte del problema es que estamos intentando conseguir muchas cosas a la vez de la educación. Queremos que sirva para mejorar la equidad, el capital humano, y para formar ciudadanos con gran capital social. Igual lo que pasas es que necesitamos más instrumentos. Ciertamente, me parece que conseguir equidad con la educación es una ilusión. La idea de la “predistribución” es bonita, pero creo que si la equidad importa, tenemos que hacer más énfasis en la “redistribución.” Claramente las élites saben mucho mejor cómo manejar la educación. Y aunque esto suene fuerte, igual tenemos que dejar una buena parte del capital social a otras instituciones. Familias, asociaciones, clubes, y por qué no, partidos políticos. Recuerden que para educar a un niño o una niña hace falta una tribu.
Por cierto, el libro se presenta en Barcelona el día 25 de septiembre, a las 18:30 en la Fundación Bofill y en Madríd el 26 de septiembre en la Institución Libre de Enseñanza a las 19.00.
Hay 1 comentarios
Yo veo la educación como que ha sido hasta ahora el juego de la oca. Tu hijo accedía a la educación, hasta que caía en la casilla de la muerte o retrocedía siete casillas y se hacía repartidor de pizzas. Me parece muy bien que se vayan identificando y eliminando las casillas de la muerte.
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