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Más profesores por menos padres, o por qué la ratio profesor/alumno es tan ambigua

Reducir el número de alumnos por profesor es la solución favorita de mucha gente a los problemas de la educación. Sin ir más lejos, la alternativa para al bachillerato de excelencia (que ya comenté la semana pasada) de Tomás Gómez es desdoblar las aulas de las “asignaturas importantes” para reducir el ratio a 13 alumnos por aula. Los resultados sobre la ratio son, sin embargo, muy disputados y hoy les explicaré una posible razón.

La razón por la que la disputa existe es fácil de comprender con una pequeña observación histórica. Los más viejos de entre nosotros nos educamos en clases de 50 alumnos. Nuestros hijos estudian en clases de 25 alumnos o incluso menos. Y, sin embargo, no se nota una mejora sustantiva de los resultados a través del tiempo. Esto no es una anécdota ni algo específico de España. Por ejemplo, un artículo de Hanushek revisa la literatura sin lograr observar mejoras consistentes de la calidad educativa a partir de políticas basadas en disminuciones de la ratio.

Como decíamos esta conclusión es controvertida. La evidencia negativa inicial procedía de bases de datos longitudinales donde la obtención de relaciones causales firmes puede ser muy compleja. Por este motivo, algunos investigadores han recurrido a otros métodos de análisis, como los experimentos. El experimento más famoso de reducción de la ratio es el STAR de Tenessee del que ya les hablé hace tiempo. Como ya les conté en esa ocasión, el efecto del experimento sobre las notas es bastante grande (del orden de media desviación típica) y aunque desaparece en unos años, la intervención tiene efectos duraderos y notables en la probabilidad de ir a la universidad.
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Un método alternativo para analizar el problema que tiene la ventaja de una posibilidad de aplicación más generalizada es el presentado por Angrist y Lavy. Estos autores utilizan el hecho de que, en los colegios israelíes, cuando el tamaño de la clase alcanza un máximo de 40 estudiantes, éstos deben dividirse en dos grupos más pequeños. Esta división exógena puede utilizarse para crear variables instrumentales y una regresión de discontinuidad, comparándose los resultados a ambos lados de esa división. Estos autores obtienen un efecto de alrededor de un tercio de una desviación típica en la media de la clase, cuando se reduce en ocho el número de alumnos.

Sin embargo, otros investigadores, con datos de diferentes países y métodos variados para controlar la endogeneidad, como por Hoxby para Estados Unidos y Leuven, Oosterbeek y Rønning para Noruega muestran que, en sus bases de datos, el efecto del tamaño de la clase no es estadísticamente distinto de cero. Para la Comunidad de Madrid, Brindusa Anghel y yo utilizando la metodología de Angrist y Lavy sin encontrar efectos significativos.

¿Cómo es posible esta variedad de efectos para la misma política? A mi me parece que caeteris paribus es improbable que la política no tenga ningún efecto. Pero desgraciadamente es difícil conseguir que lo único que cambie sea la ratio. Esto es como aquella persona con sobrepeso, a la que le encantaba el helado bajo en calorías porque así en lugar de tomarse un bote de medio kilo podía tomarse dos con igual sentimiento de culpa.

Con Facundo Albornoz y Samuel Berlinski hemos construido un modelo para comprender, entre otras cosas, este problema. La clave de nuestro modelo es que, como en la realidad, en el proceso educativo intervienen muchos actores. Los chicos, sus padres, los profesores y el gobierno que pone los medios humanos (la ratio). El efecto final de una disminución del número de alumnos por profesor depende mucho del efecto que esto tenga en otros participantes en el proceso.

Un factor plausible para desencadenar el proceso de disminución de la ratio puede ser un aumento del coste de oportunidad para los padres de dedicar tiempo a sus hijos. Por ejemplo, por una mayor dedicación laboral de uno o los dos miembros de la pareja, cosa que ha venido sucediendo de manera continuada en las últimas décadas en los países desarrollados. O simplemente por una mayor valoración del ocio, o en otras palabras, que nos hayamos hecho más perezosos al tiempo que más ricos. Si los esfuerzos de los profesores son sustitutos del de los padres, estos pueden compensar en alguna medida. Pero es improbable que compensen del todo. Y como reacción natural los políticos pueden decidir aumentar los recursos dedicados a los chicos, bajando la ratio alumno/profesor. Claramente, cuando digo que el fenómeno lo desencadenan los padres, se puede argumentar de manera paralela para los profesores. O incluso los chicos. Un grupo reducido puede ser necesario si éstos son menos disciplinados, o los métodos disciplinarios de antaño no son aplicables.

¿Y qué nos dice la evidencia sobre nuestra teoría? Un artículo de Flyer y Rosen habla justamente de esto. Quizá el mejor resumen es el de los propios autores: “Los gastos en escuela primaria y secundaria representaban respectivamente el 6.4% y el 12.0% de la renta familiar mediana en 1960. En 1990 estas cifras habían subido al 11.7% y 17.8%, respectivamente. El gran aumento en los costos de la educación preuniversitaria se ha visto impulsado por fuertes aumentos de la ratio personal/estudiantes, que casi se ha duplicado en los últimos 30 años. El crecimiento en la ratio profesor-alumno por sí solo representa más del 60% del aumento en los costos de la escuela desde 1960.” Y un poco más tarde “Un punto principal de este trabajo es mostrar cómo la economía de la producción educativa se ve muy afectada por el valor de tiempo de las mujeres. La ampliación de sus oportunidades laborales y las mayores tasas de participación laboral de las mujeres afectan a la demanda y la oferta de maestros. Por el lado de la demanda, un mayor compromiso en el mercado laboral de las mujeres aumentó la demanda de docentes y demás personal. Los servicios de la escuela sustituyeron a los servicios a los niños producidos en el hogar.”

Por tanto, la ratio solamente va a funcionar como herramienta para mejorar la excelencia, o simplemente la mejora del sistema educativo, si existe un fuerte compromiso de padres y profesores para no utilizarlo como un sustituto de su propio esfuerzo sino como un complemento. Para garantizarlo, se deberían aumentar los incentivos basados en el rendimiento de los alumnos. Por ejemplo, los desdobles de clase solamente se mantienen si mejoran los resultados en exámenes estandarizados.

Les dejo con un par de notas de precaución finales. La primera es que si las pruebas piloto funcionaran con suficiente corrección como para expandirlo, hay que pensar bien de dónde van a salir todos los profesores extras que son necesarios para desarrollar el programa. Una expansión rápida podría llevar a escoger profesores menos cualificados y a un rendimiento menor que el esperable dados los resultados experimentales. Y en segundo lugar, a diferencia de un programa de separación de alumnos por nivel de habilidad, un programa de desdobles es muy caro. Por tanto, no basta con ver si hay mejoras en los resultados escolares, sino si esas mejoras son suficientes como para compensar el coste de la política. Que no están los tiempos para malgastar dineros públicos.